Lilia Calmet | EDUCACCIÓN
Nadie podrá dudar que la evaluación es fundamental para aprender y que las evidencias nos permiten tomar decisiones más eficientes sobre nuestro trabajo como docente. Sin embargo, es importante también que seamos conscientes de los grandes retos que estas dos afirmaciones nos plantean. Ambas suponen generar cambios en la cultura y en las prácticas escolares, que involucran a los docentes, las familias y sobre todo a los estudiantes, nuestros protagonistas más importantes.
Los retos que proponemos son diez:
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Cambiar nuestras prácticas de evaluación
Es importante cambiar de paradigma y comprender que la evaluación formativa no tiene que ver con acumular un sinfín de evaluaciones pequeñas que tomamos todos los días con instrumentos formales, ni con llenar nuestros registros de calificaciones. Tenemos que desligarnos de la idea de que una evaluación formativa es de proceso porque tenemos una “nota” para cada día. Aunque no será fácil, debemos transitar a otra concepción y comprender que la evaluación formativa es una herramienta fundamental para realizar nuestro trabajo. ¿Y cuál es este trabajo? Lograr que no haya estudiante sin oportunidades para construir sus aprendizajes y desarrollar sus competencias. Todos, porque lo primero que debemos tomar en cuenta es que la gran demanda de este currículo es poner en práctica un enfoque de inclusión y atención a la diversidad.
Esto supone comprender que la evaluación es una oportunidad que tenemos los docentes para acompañar a nuestros estudiantes permanentemente y durante los procesos mismos de aprendizaje. Supone, además, utilizar el error para seguir aprendiendo y para facilitar procesos de aprendizajes adecuados; comprender, por ejemplo, que quizá una conversación informal puede ayudar más a nuestros estudiantes que colocarle una nota. La investigación nos dice que ayuda de manera muy eficiente a desanudar alguna dificultad en el proceso. Nos exige comprender que es indispensable fomentar el trabajo y la evaluación entre pares para ayudarse en los procesos de aprendizaje; que es muy útil fomentar también la autoevaluación como herramienta para aprender y para autorregular los propios aprendizajes. Cambiar nuestra idea de la evaluación formativa supone reconocer que todos podemos evaluar y no solo los docentes. Para esto, es evidente que los criterios que estamos esperando de determinadas actuaciones o productos, tienen que ser compartidos por todos y por qué no, con el tiempo, consensuados con los estudiantes.
La evaluación formativa supone recoger información para resaltar logros, identificar dificultades, sugerir (o decidir de manera autónoma) cambios en el proceso o las actividades.
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Distinguir niveles de logro y trabajar diferenciadamente para cumplirlos
Un segundo reto tiene que ver con establecer (desde que iniciamos un proyecto, un estudio de caso o una unidad) las metas a dónde queremos llegar, los niveles de logro que estamos proponiendo, y trabajar de manera diferenciada para lograr que cada uno y cada una de nuestros estudiantes avance. Compartir estos criterios de evaluación no solo es indispensable para generar aprendizajes (“todos sabemos hacia dónde vamos”) sino que es fundamental para democratizar las relaciones maestro-estudiante.
El conocer los criterios y niveles de logro (a través de rúbricas u cualquier otro instrumento) permite as estudiante entender lo que se espera de él o ella, pero también le permite conversar sobre sus calificaciones y plantear inquietudes sobre la conclusión que un docente ha emitido. Esto es muy importante, aunque sea difícil para nosotros los docentes entablar una conversación con un estudiante y aceptar que nos podemos haber equivocada al sacar una conclusión.
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Reconocer el papel fundamental de las emociones en el aprendizaje
Si estamos todos de acuerdo en que la evaluación es fundamental para seguir aprendiendo, ¿por qué los estudiantes se sienten tensos o mal frente a las evaluaciones?, ¿por qué no les gusta que sus trabajos y actuaciones sean evaluadas?
Las emociones juegan un papel fundamental en los aprendizajes, tanto como en las evaluaciones que experimentan los estudiantes. Que los estudiantes no se sienten a gusto cuando los evaluamos no es un secreto. Es por eso necesario que nos sientan como aliados y no como “evaluadores” y ese es quizá uno de nuestros mayores retos: lograr plantear evaluaciones en las cuales todos perciban algún nivel de logro que les permita y les motive a seguir aprendiendo.
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Crear ambientes amables y de confianza
Un cuarto reto tiene que ver con lograr crear ambientes amables y de confianza para que la información fluya en todo sentido y en todas direcciones. Lograr que nuestros estudiantes expresen dudas, sin temor a que se burlen los compañeros, sin temor a que el profesor los “crea torpes” es indispensable. De allí que garantizar un clima de respeto y confianza resulta un elemento clave para que la evaluación formativa se convierta en una realidad.
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Dejar de asociar la calificación con premios y castigos
Dejar de tomar las calificaciones como fuente de premios y castigos es otro gran reto. Quizá aún mayor mientras mayores son nuestros estudiantes. Todos solemos decir con mucha seguridad que la motivación debe ser intrínseca al aprendizaje, pero de alguna u otra manera sentimos o pensamos que, si no calificamos, los estudiantes van a dejar de estudiar.
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Usar la información para saber cómo ayudar y no para censurar
Un sexto reto, que nos exige un trabajo profundo con las familias, tiene que ver con el verdadero sentido de la evaluación: sus resultados aportan información útil para apoyar el desarrollo de las competencias de nuestros hijos. Las familias no pueden esperar los resultados de la evaluación para dar o negar permisos a los hijos o hijas.
Esa información les debe ayudar a conversar con ellos y ver cómo pueden ayudarlos a avanzar en los aprendizajes esperados. Necesitamos convencer a las familias que la expresión de confianza, y el apoyo incondicional pueden resultar fundamental para alcanzar los logros.
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Tomar decisiones en base a evidencias
La importancia de la evaluación formativa está en la posibilidad que nos da de tomar decisiones más pertinentes en base a la información que hemos recogido. Tomar decisiones no se refiere a decidir qué calificación colocar, si no a decidir sobre qué recomendamos, qué variaciones hacemos en el proceso de enseñanza, qué sugerencias de trabajo damos a nuestros estudiantes en base a las conclusiones que sacamos de las evidencias que valoramos.
En un proceso de cambio curricular, como el que estamos viviendo, que supone un cambio de paradigma hacia un enfoque por competencias, tenemos que preguntarnos cuánto hemos desarrollado nuestras capacidades para generar experiencias de aprendizaje que a su vez generen evidencias (ya sea productos o actuaciones de nuestros estudiantes), que nos permitan concluir acerca del nivel de competencia de nuestros estudiantes.
Si estamos acostumbrados a pruebas objetivas, si estamos acostumbrados a medir únicamente el manejo de información, será muy difícil que generemos evidencias potentes o auténticas que nos permitan concluir sobre el nivel de la competencia. En ese sentido, trabajar en equipo, discutir sobre las experiencias que queremos plantear o sobre los productos que vamos a pedir es quizá la única alternativa que tenemos. Apoyarnos en las comunidades de aprendizaje de los docentes de una misma escuela o incluso de asociaciones de escuelas, debe ser el camino a seguir.
Mostrar experiencias exitosas que modelen alternativas de trabajo es también un reto para todos nosotros que muchas veces tenemos temor o recelo de compartir lo logrado.
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Evaluar nuestra propia actuación a partir de los resultados de una evaluación
Es común también que pensemos que la evaluación es una evaluación solo en relación a las actuaciones de nuestros estudiantes. Sin embargo, tenemos que aceptar que los resultados y las conclusiones también nos permite evaluar nuestras propias actuaciones y, por lo tanto, mejorar de forma continua nuestras competencias docentes y pedagógicas. Los resultados de nuestros estudiantes nos permiten sacar conclusiones sobre si tomamos las decisiones correctas o si debemos cambiar algunas de las secuencias de aprendizaje
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Comprender la función de la calificación en un enfoque de competencias
Otro reto, quizá el más importante para docentes de secundaria, consiste en comprender la relación intrínseca entre un enfoque de competencias y una calificación en una escala “pequeña”, cualitativa y discreta. Dejar de hacer equivalencias será un reto fundamental. Comprender que entrar a un enfoque de competencias implica reconocer los distintos niveles de logro (que deben ser descritos) será otro gran reto. Compartir inquietudes, seguridades y experiencias que demuestran que utilizar este tipo de escala no implica renunciar a alcanzar altos niveles en las competencias, es una afirmación fácil de decir, pero difícil de aceptar. Es en esa línea que debemos seguir conversando y compartiendo experiencias que lleven a dejar de lado algunos mitos, basando afirmaciones en evidencias.
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Guardar equilibrio entre las evaluaciones nacionales y las de aula
Necesitamos encontrar equilibrio entre el peso que le damos a las pruebas nacionales, ya sea censales o muestrales, y el peso que le damos en nuestros discursos a las evaluaciones de aula. Eso supone encontrar el verdadero sentido a los estándares de aprendizaje, comprendiéndoles como referentes de progresión y no como instrumentos de homogenización, lo que requerirá un gran trabajo de todos nosotros. Discutir más en profundidad el papel de los estándares y de los niveles de logro allí descritos es lo que nos permitirá hacer realidad el enfoque de atención a la diversidad.
CINCO CERTEZAS SOBRE LA EVALUACIÓN
No solo tenemos retos como Estado, como escuela y como docentes. También tenemos un conjunto de certezas o seguridades que necesitamos valorar:
- Nuestra principal función es apoyar a todo estudiante en los aprendizajes que construyen y en las competencias que desarrollan. En ese sentido, la evaluación formativa se convierte en una herramienta, pero también en el norte de nuestro trabajo. El enfoque del currículo nos propone evaluar para recoger información y para apoyar a cada uno y cada una de ellas. La evaluación formativa no solo es un tipo de evaluación, es el enfoque de evaluación que queremos consolidar en todas nuestras aulas.
- El estudiante antes que aprendiz es persona. Y tenemos que cuidarles, protegerles, empoderarles y sobre todo lograr apoyarles en la construcción de una identidad sólida que parta de un autoconcepto positivo, donde la confianza en la posibilidad de aprender es la base de cualquier proceso en nuestras escuelas.
- Compartir los criterios de evaluación no solo es esencial para lograr los aprendizajes sino también una vía para democratizar las relaciones. Los estudiantes no solo deben, sino que tienen el derecho de poder opinar e incluso compartir sus inquietudes sobre las calificaciones. Esto es además un momento más de aprendizaje.
- La gestión autónoma del aprendizaje, la metacognición y la autorregulación se convierten en un arma poderosa para aprender a lo largo de la vida; y aprender a lo largo de la vida es uno de los fines que nuestra Ley General de Educación plantea para la educación básica.
No olvidemos nunca que el bienestar de nuestros y nuestras estudiantes está a la base de cualquier decisión que tomemos en la escuela y el aula; que la empatía y la escucha activa son quizá las competencias socioemocionales más importantes que debemos desarrollar nosotros los docentes para lograr aquello por lo cual escogimos ser maestros.
No olvidemos que nos hace felices descubrir que todos y todas las estudiantes con los cuales compartimos un aula logran alcanzar sus metas. La evaluación formativa es en ese sentido, la herramienta por la cual apostamos.
Lima, 13 de setiembre de 2019