2020: Más allá del corto plazo

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EDITORIAL

El año 2019 ha sido pródigo en acciones en favor de la educación pública. He aquí algunos ejemplos.

Cerca del 50% de docentes de educación básica han recibido formación, ya sea presencial o virtualmente; cerca del 100% de especialistas pedagógicos y directores de DRE y UGEL también han sido formados en aspecto claves para la Implementación del Currículo; y entre el 2017 y el 2019 suman más de 130 mil los directores y docentes que culminaron satisfactoriamente un programa formativo a distancia sobre el mismo tema. Adicionalmente, más de 30 mil docentes de ámbitos urbanos, rurales y bilingües han recibido acompañamiento pedagógico.

Mientras tanto, la red de Escuelas Digitales avanza y de las cerca de 2 mil que ahora existen a nivel nacional se proyecta avanzar a 5 mil al 2021. Por este medio se podría encontrar una ruta más clara para desarrollar las competencias digitales de los docentes y aumentar su confianza en el uso de tecnologías para mejorar la enseñanza y el aprendizaje. Se cuenta para eso con el respaldo de la plataforma PerúEduca, que ya cuenta con cerca de 1 millón de usuarios registrados.

Asimismo, está a punto de ser aprobada la Política de Educación y Bienestar Adolescente, una auténtica novedad, que pretende abordar problemas con cifras preocupantes como los relacionados a la deserción escolar, la violencia, el embarazo temprano, la salud mental y el acceso al empleo. Tenemos 3 millones de adolescentes en el país y no ha habido hasta ahora políticas que se planteen atenderlos como personas y no solo como alumnos, en todas las dimensiones que afectan su derecho a aprender.

Impresiona, además, la cantidad de material educativo diverso que llega hoy a las escuelas del Estado. Son más de 34 millones de materiales que han empezado a distribuirse desde el segundo semestre del 2019 para beneficio de más de 6 millones de estudiantes, siendo que las dos terceras partes ya se encuentran en las escuelas.

De otro lado, los Concursos Nacionales de Buenas Prácticas Docentes y de Proyectos de Innovación Educativa han venido seleccionado centenares de experiencias auspiciosas en diversas regiones del país y, como lo ha anunciado el FONDEP en su último concurso, sus protagonistas van a empezar a ser acompañados para que puedan seguir evolucionando y convertirse en referentes de otros docentes. Que los criterios de selección de las mejores prácticas empiecen a alinearse a las competencias del Marco de Buen Desempeño Docente es, además, una noticia muy alentadora, pues el filtro para discernir lo que se considera bueno o mejor empieza a ganar más consistencia con las apuestas estratégicas del sector.

Todas estas son buenas noticias. Sin embargo, el reto que tenemos por delante como país es conectar estas iniciativas. Más allá de aciertos o errores, cada una de ellas es fruto del esfuerzo denodado de diferentes equipos profesionales enfocados en sus objetivos y comprometidos con la calidad de los procesos que los conducen a las metas que se proponen cada año. Pero cada una necesita de la otra para ampliar su impacto y lograr el resultado deseado. Esta no es una aspiración reciente. El Proyecto Educativo Nacional al 2021 partía de la ilusión de un Estado capaz de integrar y articular acciones en diversos frentes, para concentrar y no dispersar esfuerzos ni recursos. Avanzar en esta perspectiva todavía es un pendiente y no de fácil solución por la manera como está diseñado el Estado.

El otro desafío es levantar la mirada para trazar un horizonte. Sabemos que mover las prácticas docentes del punto A al punto Z, indispensable para darle viabilidad al tipo de currículo que hoy tenemos y que el país necesita, tiene numerosas escalas intermedias, siendo que solo transitar al B representa muchas veces un trabajo colosal por la cantidad de barreras que deben derribarse. Pero hay que empezar a reportar avances sin perder de vista el trecho que queda por recorrer ni el puerto al que nos dirigimos. Este es un viaje a Ítaca y no llegaremos a destino en el corto plazo. Pero Ítaca debe estar bien dibujada y muy nítida en cada iniciativa inmediata, para nunca caer en la tentación pensar que las estaciones son la meta.

Winston Churchill decía que los pesimistas veían una calamidad en cada oportunidad, y los optimistas una oportunidad en toda calamidad. Los indicios que nos deja el 2019 representan oportunidades, aunque ninguna deja de tener fallas, insuficiencias o fragilidades. Pero advirtamos los riesgos para poder enfrentarlos. Si la gestión pública de la educación en el país fuese una miniserie, habría que aceptar que no todas las temporadas son buenas. Y a diferencia de otras, que nos invitaban a cambiar de canal, en esta estamos yendo hacia adelante. Bienvenido 2020, sigamos caminando y avancemos más allá del corto plazo.

Lima, 06 de enero de 2020
COMITÉ EDITORIAL