Karen Coral | EDUCACCIÓN
Es muy retador cambiar un sistema de evaluación a nivel nacional. El 1 al 20 está instalado allí, casi desde tiempos inmemoriales. Los profesores mismos hemos sido calificados de estudiantes con esa escala vigesimal. Los padres presumen orgullosamente de los 18 de sus hijos. Los chicos suman, promedian y vuelven a sumar ansiosamente para ver si obtienen ese 11 salvador. En el habla cotidiana elogiamos con “Tienes un 20” y con “¡Jalado!” mostramos desaprobación. Parecen tan naturales el 1-20 y su correspondiente línea divisoria entre “jalados” y “aprobados”. Pero no es natural, solo nos da una falsa sensación de objetividad. Es como ir a hacerse un chequeo médico y que el resultado dijera: “Está usted bien al 76.45%”. Lo convierto a 1-20 y me sale más de 15: aprobé. A todas luces es insuficiente esa información numérica. Requiero saber específicamente en qué estoy bien, en qué estoy mal y, sobre todo, qué hacer para mantener y mejorar mi salud.
Pasemos la analogía anterior al aula. Los profesores necesitamos saber con precisión qué aprendizajes logran nuestros alumnos, en qué aprendizajes hay poco avance y, sobre todo, qué debemos hacer los docentes para consolidar y ayudar a mejorar esos aprendizajes. La evaluación cualitativa bajo un enfoque formativo es una solución a estas necesidades de los profesores y de los alumnos.
Precisamente, la Norma que regula la Evaluación de las Competencias de los Estudiantes de la Educación Básica que MINEDU ha puesto a consulta pública, me da la oportunidad de comentar las virtudes de la evaluación cualitativa.
El punto de partida: Altas expectativas acerca de los estudiantes.
La primera disposición normativa coincide con una especie de imperativo ético: “La evaluación se realiza teniendo como centro al estudiante y, por lo tanto, contribuye a su bienestar reforzando su autoestima, ayudándolo a consolidar una imagen positiva de sí mismo y de confianza en sus posibilidades; en última instancia, motivarlo a seguir aprendiendo.” (p. 9)
La disposición anterior se relaciona con la noción de Altas expectativas, definida en el glosario: “Confianza en que todos los estudiantes, adecuadamente motivados, son capaces de aprender y de poner todo de su parte para continuar aprendiendo. Supone la convicción de que las habilidades básicas pueden desarrollarse a través de la dedicación y el esfuerzo. Por lo tanto, supone la confianza en que vale la pena plantear retos, la conciencia de que los errores forman parte del aprendizaje y la preocupación por dar recomendaciones pertinentes. Son premisa indispensable para la evaluación formativa y sus procesos de retroalimentación.” (p. 5)
Altas expectativas acerca de los docentes.
Una de las fortalezas de la Norma es que trasluce confianza en la labor docente:
- Somos nosotros los que, para contrastar y valorar el nivel de desarrollo de las competencias, debemos formular los criterios para la evaluación. Incluso, en línea con la confianza depositada en nuestros alumnos, nos sugiere que “para fomentar en sus estudiantes una gradual autonomía en la gestión de sus aprendizajes, ir construyéndolos [los criterios] junto con ellos.” (p. 10)
- Somos nosotros los que, debemos recoger evidencias relevantes y emplear instrumentos adecuados para analizar y valorar dichas evidencias.
- Somos nosotros los que, mediante las evidencias que recogemos, determinamos el desarrollo de diversos aspectos o recursos implicados en una competencia o del desarrollo de las competencias de los estudiantes. (p. 12)
- Somos nosotros los que, extraemos conclusiones para mejorar nuestros propios procesos de enseñanza: “Es decir, evalúa la efectividad de sus estrategias de enseñanza y las ajusta para atender mejor y de forma diferenciada las necesidades de aprendizaje según las características de sus estudiantes.” (p. 13)
Esa confianza depositada en las capacidades docentes se manifiesta con claridad cuando se trata de la evaluación certificadora (pp. 13-15), es decir, cuando debemos hacer un corte para valorar e informar el desarrollo de la competencia hasta ese momento. Como los niveles de logro son progresivos, no tiene sentido que obtengamos esa valoración mediante calificativos numéricos, del 1-20, promedios, porcentajes, ni nada semejante.
Aquí es donde ponemos en juego nuestra profesionalidad: es nuestro juicio docente el que se ve retado a establecer cualitativamente el nivel logrado por cada uno de nuestros estudiantes en un momento determinado. No más sacar la calculadora para obtener promedios. Es recurrir a la perspicacia, al conocimiento de nuestros estudiantes, al análisis minucioso de evidencias. Una mirada cualitativa sobre los aprendizajes no es menos informada, ni menos rigurosa que una aproximación numérica.
Ese es el primer reto planteado por la Norma: todas las escuelas, en todos los niveles y modalidades, usaremos la escala literal AD-A-B-C del Currículo Nacional. No es convertir el 1-20 a las letras. Es ser un profesional que, como un médico, diagnóstica el nivel de desarrollo de las competencias. Como un médico, receta un tratamiento (un acompañamiento pedagógico para ayudar a transitar del nivel C a superiores). Los docentes sí podemos hacerlo; los docentes de secundaria, como lo vienen haciendo hace años nuestros colegas de primaria, también somos capaces de hacerlo.
Concentrémonos en lo importante.
Otra ventaja de la Norma puesta en consulta es que nos permite dedicarnos a aquello que es central en nuestro quehacer: asegurar la progresión de los aprendizajes de cada uno de nuestros estudiantes. No seremos más el juez que sentencia que un alumno está “jalado en mi curso”. No asignaremos niveles de logro al área curricular. Nos concentraremos en la mejora de cada una de las competencias. Ese es el segundo reto planteado por la Norma: debemos soltar el poder, el abuso del poder, de sentenciar quién es aprobado y quién no. La escala 1-20 venía con ese índice acusador levantado. No más.
¿Dudas? Por suerte, sí.
Un cambio así de grande trae dudas y miedos. Es bueno que sea así. No sería retador de otra manera. Aquí, por ejemplo, una incertidumbre: “Si no estudian para la nota, ¿estudiarán mis alumnos?” La respuesta está líneas arriba y aquí enfatizada: “La evaluación se realiza teniendo como centro al estudiante y, por lo tanto, contribuye a su bienestar reforzando su autoestima, ayudándolo a consolidar una imagen positiva de sí mismo y de confianza en sus posibilidades; en última instancia, motivarlo a seguir aprendiendo.”
Ahora, a dedicarnos a lo que siempre dio sentido a nuestra vocación docente. ¡Buen año escolar 2020! –ya sin 20–.
Lima, 10 de febrero de 2020