Alfonso Accinelli / Para EDUCACCIÓN
Los mensajes en el Facebook de nuestra campaña electoral me hicieron recordar un experimento de hace ya 20 años. En ese entonces, la psicóloga Alison Gopnik, de la Universidad de California – Berkley, realizó un estudio para conocer en qué momento los seres humanos somos capaces de identificar los deseos de otras personas.
Así, ideó un experimento en que grupos de niños de 14 y 18 meses recibían un tazón con galletas y otro con brócoli. Primero, los niños veían a un investigador expresar disgusto por uno y satisfacción por el otro. Luego, el investigador le pedía al niño que le invitara alguno.
Los resultados fueron reveladores: mientras los niños de 14 meses le ofrecían la comida que ellos preferían, los niños de 18 meses le ofrecían al investigador aquello que le gustaba. Es decir, desde que tenemos un año y medio de edad somos capaces de diferenciar nuestras preferencias de las de los demás.
Entonces, la pregunta electoral sería: si somos capaces de reconocer que diferentes personas tenemos diferentes actitudes frente a lo mismo, ¿por qué no podemos ser tolerantes con el que vota diferente? ¿Por qué los que tienen otras preferencias se convierten automáticamente en ignorantes, idiotas o resentidos?
Parte de la respuesta tal vez esté en el salón de clases.
Para ello, primero tenemos que responder cuatro preguntas:
- ¿Qué es más importante que tenga un niño: independencia o respeto por los mayores?
- ¿Qué es más importante que tenga un niño: obediencia o autosuficiencia?
- ¿Qué es más importante que tenga un niño: consideración por otros o buen comportamiento?
- ¿Qué es más importante que tenga un niño: curiosidad o buenos modales?
Las cuatro preguntas forman parte del Test de Conformidad de Stanley Feldman, que de forma confiable evalúa el nivel de autoritarismo en una persona. Así, mientras más autoritarios seamos, menos tolerantes somos y mayor es nuestra tendencia a querer imponer a otros nuestros valores y preferencias.
Y es por eso que tal vez parte de la respuesta está en el salón de clases. ¿Cuántas veces enseñamos que hay una sola manera de hacer las cosas: la del profesor? ¿Qué tan seguido tomamos las opiniones de nuestros estudiantes? ¿Cuándo ha sido la última vez que han podido elegir qué hacer? ¿Cuántas veces hemos calificado alguno de sus gustos como tontos o inútiles?
Si esperamos que nuestros estudiantes sean empáticos, tolerantes y democráticos como indica el Diseño Curricular Nacional, nuestras aulas y escuelas deben serlo. Todos tenemos la capacidad de ser tolerantes, pero para ello debemos ejercitar nuestra empatía, ayudando a otras personas a obtener aquello que desean, especialmente cuando no compartimos sus preferencias.
Seamos los primeros en dar ese paso hacía la tolerancia, por nuestros alumnos y por nosotros mismos. Así, quizás en las próximas elecciones, los insultos serán menos y más los esfuerzos por conocernos y valorarnos.
Lima, 01 de mayo de 2016
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Para conocer más sobre la investigación de Alison Gopnik, puedes dar click aquí. Si quieres ver una presentación que hizo sobre el tema en TED, puedes dar click aquí.