Fernando Llanos Masciotti | EDUCACCIÓN
Martín, estudiante de tercero de secundaria del Miguel Grau, le pregunta a su profesora por qué le ha puesto 18 y no 20 en su nota final. La profesora no sabe qué responder y le dice que nunca pone veinte. Gabriela, estudiante de sexto de primaria del José Olaya, saca 14 en un trabajo de Ciencias y se queda extrañada por tan baja nota. Ella está segura de haber hecho un buen trabajo. “Por cierto, es un muy buen trabajo, pero tienes errores de redacción”-le responde su profesor. Rosa, estudiante de tercer grado de primaria del Simón Bolívar, tiene B en Matemática en su hoja de calificaciones trimestrales y reclama por no tener una A. “Ya te dije, Rosa, hablas mucho y siempre estás distraída en clase, eso te baja”, dice su profesora. “Profesora, estoy jalado, ¿qué debo hacer?” –dice Marco, un estudiante del primer ciclo de una universidad limeña. “Estudia más y no faltes tanto a clase”, responde socarrón su profesor.
Y los chicos se miran y se preguntan al unísono: “¿Y eso qué tiene que ver?”
Y yo me pregunto “¿Por qué mezclar papas con camotes?”
Vayamos por partes…
¿Es mejor calificar con letras que con números?
Depende. Los números, letras o siglas son solo símbolos de algo. Los números pueden dar la sensación de que la calificación es objetiva y precisa. Sin embargo, no es así. Uno puede preguntarse cuál es la diferencia entre un estudiante que tiene 14 y otro que tiene 13 en la competencia lectora. ¿Es un punto mejor lector que el otro? ¿El estudiante con 09 en Matemática es menos peor que el que sacó 07? ¿Qué significa eso? Esto nos lleva, por lo tanto, a hacernos la misma pregunta veinte veces, del 0 al 20. Faltaría un juicio menos matematizado, con un significado más cualitativo. ¿La respuesta es la calificación por letras? Depende otra vez. Las letras por sí solas carecen de significado si no van acompañadas de una descripción que les den sentido. En el Currículo, se propone lo siguiente:
AD | Logro destacado. Cuando el estudiante evidencia un nivel superior a lo esperado respecto a la competencia. Esto quiere decir que demuestra aprendizajes que van más allá del nivel esperado. |
A | Logro esperado. Cuando el estudiante evidencia el nivel esperado respecto a la competencia, demostrando manejo satisfactorio en todas las tareas propuestas y en el tiempo programado. |
B | En proceso. Cuando el estudiante está próximo o cerca al nivel esperado respecto a la competencia, para lo cual requiere acompañamiento durante un tiempo razonable para lograrlo. |
C | En inicio. Cuando el estudiante muestra un progreso mínimo en una competencia de acuerdo al nivel esperado. Evidencia con frecuencia dificultades en el desarrollo de las tareas, por lo que necesita mayor tiempo de acompañamiento e intervención del docente. |
Definitivamente se dice más que decir “bueno”, “regular”, “malo”. No son solo adjetivos. Hay un intento por describir qué hace el estudiante y no reducirlo a una letra o número a secas. Transmite un mensaje más cualitativo: aprender es un proceso y se conciben esperados mínimos por un tiempo determinado. Los docentes plantean ciertas metas al final de un tiempo (un bimestre, por ejemplo) y la calificación da cuenta qué tanto te acercas a esa meta o esperado. Como mensaje, bien.
Sin embargo, las descripciones del cuadro todavía quedan en generalidades y estas pueden ser interpretadas por los docentes (y por una madre de familia, por ejemplo) de manera arbitraria. El reto es, pues, cómo aterrizar esta descripción algo vaga y general en un juicio o valoración específica que dé cuenta de cómo van progresando los desempeños de los estudiantes relacionados a tales o cuales competencias, es decir, cómo se traducen en valoraciones más específicas, concretas y realizables.
Lamentablemente, la discusión se fue por el lado de las etiquetas. El problema no es si son números, letras, emoticones, adjetivos o siglas, sino la descripción específica que un docente le puede informar al estudiante como retroalimentación para ir mejorando sus aprendizajes. La discusión no va tampoco por si las letras o siglas son más amigables para los estudiantes o para cuidar su autoestima. Los chicos y chicas no son tontos ni tontas. Saben cuándo aprobaron o cuando desaprobaron. No se necesita edulcorar la calificación con letras o siglas para proteger su identidad. Al final, el símbolo se interioriza con el tiempo e igual pueden ser denigrantes o señaladores, según como lo maneje la escuela.
Por ahí no va, aparte de lo absurdo que pueda ser creer, además, que el cambio de símbolos va a implicar toda una revolución en la cultura de la evaluación o que eso va a llevar a meses de capacitación o que los padres de familia no lo van a entender.
¿La nota es lo más importante?
La calificación es necesaria. Gracias a ella se puede saber si un estudiante es promocionado al siguiente grado o si aprueba un curso. Es una responsabilidad de la escuela frente a la sociedad. Cumple, pues, una función certificadora.
Sin embargo, una evaluación no se agota en la calificación.
Una evaluación auténtica y formativa se preocupa de ciertos aspectos fundamentales:
- Emitir un juicio de valoración sobre el desempeño de los estudiantes para que estos tengan indicios de lo que pueden hacer o no pueden hacer con el fin de mejorar sus aprendizajes.
- Implica ello una retroalimentación cuidadosa, pues sin esta ¿cómo podrán mejorar en su proceso de enseñanza aprendizaje?
- Que tanto los docentes como los mismos estudiantes tengan claro cuáles son los criterios con los que se evalúa y cuál es el esperado que se espera que alcancen en un determinado tiempo.
- El examen o prueba no es el único instrumento, pues también se puede evaluar con proyectos, actividades, interacciones, trabajos de investigación, rúbricas, etc. Así como no solo es el docente quien evalúa, sino que puede darse entre los mismos estudiantes y a través de la autoevaluación.
- Las evaluaciones pueden no ser siempre calificadas, pues su propósito principal es ver cómo va el estudiante y a partir de sus errores mejorar su desempeño.
- Las evaluaciones no solo le sirven al estudiante para mejorar su aprendizaje, sino al mismo docente para ajustar su enseñanza, entre otras cosas.
Hagamos un ejercicio
Digamos que deseo evaluar comprensión lectora. 4to grado de primaria. Tercer trimestre.
Digamos que de acuerdo a los aprendizajes ya desarrollados espero que los estudiantes al final de tercer trimestre desarrollen lo siguiente en comprensión lectora:
Esperado: Leer textos de opinión breves y/o sencillos de modo que infieran en ellos las ideas principales y deduzcan las diferencias y semejanzas entre dos opiniones sobre diversos temas cotidianos y científicos.
Este esperado ya no es una generalidad. Hemos intentado aterrizarlo en una descripción de lo que esperamos que logren los estudiantes de ese grado en un tiempo determinado.
Ahora digamos que Pedro no llegue a este esperado. Obtiene la calificación B o En Proceso o Logro Básico (calificación). Ello, en su caso, quiere decir que a pesar de que puede encontrar las ideas principales en cada opinión, todavía tiene dificultades en reconocer las semejanzas y diferencias entre las dos opiniones opuestas (descripción). Ello implica reconocer qué ha logrado hacer Pedro y qué no ha logrado con el fin de que pueda mejorar sus aprendizajes con actividades pedagógicas de retroalimentación propuestas posteriormente por el docente.
¿Qué podemos tomar en cuenta, entonces, para calificar algo?
Comunicar a los estudiantes qué es lo que espero de ellos en determinadas competencias y capacidades (objetivos, metas, etc.). Y en cuánto tiempo espero que lo logren así como incluir comentarios de retroalimentación que especifique las fortalezas y debilidades durante y al final del proceso. Y, volviendo al inicio, no deberíamos mezclar ni promediar desempeños de competencias distintas en las calificaciones. Por ejemplo, no deberíamos mezclar una evaluación de matemática con su esfuerzo o comportamiento.
Por último, recuerdo una anécdota:
Universidad. El profesor era aburrido. No iba a clases. Prefería ir a la biblioteca y leer la bibliografía. Al final del ciclo, cuando ya habían devuelto las pruebas finales, el profesor me ve, sentado en la cafetería, platicando con varios compañeros.
- Usted siempre filosofando, nunca lo veo en clases. Dígame usted… ¿cómo le fue en mi curso?”-con gesto burlón.
- Muy bien. Saqué 17 en su curso. El profesor me miro desconfiado; luego contrariado, se fue murmurando y agitando la cabeza: “Esto no puede ser; debo revisar mis notas”.
Al parecer, lo que debemos revisar son nuestras prácticas evaluativas como docentes y nuestros prejuicios como sociedad sobre lo que es una evaluación.
Lima, 12 de febrero de 2019