Liliana estaba dando un paseo en su bicicleta cuando de repente sintió que algo no estaba bien con las ruedas. Se tuvo un momento para ver rápidamente qué ocurría pues no debía perder mucho tiempo, había una reunión de amigas importantísima a la que debía llegar. Al no notar algo grave siguió su camino, pero nuevamente sintió el desperfecto. “Debe ser el aire en la llanta”, pensó. Busco un grifo, se bajó y le puso el aire que creía que hacía falta, “lo arreglaré después” se dijo a sí misma. Logró llegar a la reunión y pasar un buen rato, pero al ir a casa la molestia de la bicicleta continuaba allí. Desde entonces Liliana continuaba poniendo aire a la llanta cada vez que sentía que no andaba bien, sin reparar en que el verdadero problema era el pequeño agujero que había en la llanta. Liliana debía resolverlo, pero su tendencia a pretender hacer las cosas rápido y dejar para después lo que creía le iba a tomar más tiempo, le impedían decidirse y resolver el problema mayor, el problema de verdad.
Como ciudadanos, ¿cuántas veces hemos notado que a nivel de políticas educativas en nuestro país se han tomado decisiones que mejoren las estructuras y redefina el rumbo de la educación? Quizás menos veces de las que quisiéramos. Realizar mejoras estructurales no es fácil pues implica sentar postura, defender principios, elegir batallas, ganarse algunos enemigos y cargarse a la espalda cierto grado de impopularidad, aquella que tantas veces ha cortado procesos de cambio o de crecimiento al interior de las instituciones para volver, una vez más, al status quo.
Hace poco revisé un libro muy interesante sobre educación. Se llama “The rebirth of education: schooling ain’t learning” de Lant Pritchett. En él se plantean ideas muy interesantes sobre la continuidad de cierto tipo de sistema educativo que permanece a pesar del paso del tiempo y de los intentos de mejora. Estas ideas llaman a la reflexión cuando son contextualizadas al caso peruano. Dos de ellas me llamaron particularmente la atención: 1. más tiempo de educación no necesariamente garantiza mejores aprendizajes y 2. en educación, los sistemas centralizados dan pocos resultados sostenibles. Cuando leí sobre la primera no pude evitar pensar en la Jornada Escolar Completa para los alumnos de secundaria que se llevará a cabo a partir de este año. Me daba la impresión de que con docentes mejor preparados ese número de horas de clase que se aumentará produciría aún mejores resultados en los estudiantes. De lo contrario serían más horas del mismo tipo de educación de baja calidad.
Sobre el segundo aspecto, Pritchett describe dos modelos de gestión de la educación: uno centralizado, como el de una tela de araña y otro descentralizado como el de las estrellas de mar. La ventaja de modelo centralizado es que funciona muy bien en lo logístico (aumento de cobertura, mayor ejecución de presupuesto, adquisición de bienes a gran escala, etc); la desventaja es que se pierde capacidad para maniobrar mejoras en los niveles más cercanos a los beneficiarios de las políticas públicas en educación que tienen que ver con la calidad del servicio educativo. En cambio, en un modelo descentralizado, al no existir un gran cerebro central por el cual las decisiones deban pasar ineludiblemente, cada región conocería mejor su contexto y en función a ello tomaría decisiones orientados a la mejora de la educación. Pero para que ello ocurra, estas tendrían que ser abiertas, eficientes, orientadas a resultados con calidad, profesionales y financiadas. Así, funcionarían como una extremidad lo suficientemente sensible para determinar el movimiento que se deberá hacer, así como una estrella de mar. Aun cuando normativamente las funciones de educación se han descentralizado, la lógica con la que opera nuestro sistema educativo continua tendiendo a la centralización. ¿Por qué? Este es otra pregunta para reflexionar.
Lo que me queda de lección de Pritchett es que el problema de una educación inadecuada no se resuelve con más de lo mismo tomando las decisiones como tradicionalmente se han tomado. En el libro se cuenta, a manera de metáfora, que si el protagonista del cuento de “The Sketch Book of Geoffrey Crayon“, Rip Van Winkle, se hubiera ido a dormir en 1912 y hubiera despertado el 2012 se quedaría desconcertado por los avances increíbles en tecnología, economía y lo social de estos tiempos, pero al entrar a una escuela, se sentiría cómodo como en sus tiempos: reconocería los contenidos enseñados, la mecánica de la enseñanza incluso la propia gestión de las escuelas. ¿Es eso lo que aún esperamos de nuestro sistema educativo?
El modelo de educación con el que contamos actualmente era el soñado en el siglo XIX para una futura sociedad moderna del siglo XX. Los tiempos actuales rebasan dichas expectativas de modernidad y nuestro sistema educativo ya se hizo obsoleto. Es por ello que es necesario dar pasos más sólidos hacia reformas estructurales que redefinan las lógicas y mecánicas de nuestro sistema educativo, de su gestión y de su implementación con calidad. De lo contrario seguiremos como Liliana, poniendo más aire a una llanta con hueco.
Kimberly Alarcón Rojas
Lima, 25 de febrero de 2015
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