Edición 53

La chica última en PISA, el chico listo que no lee y la lectora incomprendida

He de confesar que si hubiera nacido en estas épocas millenials, no hubiera leído tanto, pues habría reemplazado en gran parte los libros e historietas por Instagram o Netflix

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Fernando Llanos | EDUCACCION

La chica última en PISA y afines

Los chicos no leen y lo que leen, no lo comprenden. Lo dicen varios diarios. En las últimas evaluaciones nacionales, solo un veintitantos por ciento leen lo que comprenden, dicen. Reportajes de la tele pregonan que los chicos y chicas no saben siquiera quién fue Miguel Grau o César Vallejo. Les enseñan las fotos de los canónicos Los asaltan saliendo de una universidad (nacional, eso sí; no particulares) para hacerles leer una fábula de Esopo y preguntarles cuál es la enseñanza. Nadie responde. Chicos mudos. Como si la comprensión lectora actual dependiera de encontrar la enseñanza en textos del siglo VII A.C y en menos de un minuto. Los chicos no leen, dicen. ¿Cómo están en una universidad? ¿Cómo pasan de año en el colegio?, se preguntan. Con razón estamos últimos en PISA, protestan. En el 2001, Pisa reportó que estábamos en el penúltimo lugar en el mundo en comprensión lectora. Esos chicos de antaño tenían 15 años; ahora tienen 33 años. Así que tengan cuidado. Según Pisa, esos chicos y chicas deben ser un fracaso total, sin habilidades para la vida, un peligro para la sociedad. Si encuentras un médico o una abogada de treintaitantos, no confíes en ellos. Puede ser uno de esos adolescentes que estuvo en penúltimo lugar en PISA. Imagínate lo que nos espera en el futuro con PISA 2015 o afines.

Sin embargo, muchos de ellos pueden conversar muy bien sobre lo que leen. Pueden volver a contarte lo que acaban de leer y conversar contigo sobre lo que han leído y sobre lo que les ha gustado o disgustado o aburrido. Pero cuando les haces la preguntas típicas escolares tipo por qué pasa esto/ qué pasó después/ cómo era el personaje/ qué crees que quiere decir tal o cual cosa/ no la hacen. Es otro nivel, el del análisis, el de la relectura, el de explorar y reexplorar lo escrito y discriminar ideas. Sus lecturas son las de entretenimiento y comprensión fundamental (no solo básica). Sus formas de leer son como cuando nos sentamos a leer una revista o un diario, incluso un libro para el disfrute. Nadie nos hace preguntas analíticas. A los estudiantes sí.

Es innegable, por cierto, que una de las funciones de la escuela es incorporar a los chicos y chicas estas prácticas sociales de lectura académica y escolar de la educación formal. Así también son las cosas. Este tipo de lectura y relectura analítica es indispensable en la vida universitaria y en la vida ciudadana. Pero de ahí a decir que los chicos no son listos ni comprenden lo que leen hay una gran mentira. La verdad es que pueden no dominar un tipo de lectura (la académica, la canónica, la de la educación formal) pero que, por más importante que sea, no olvidemos que no es universal ni el único modo de leer.

En otras palabras, PISA y cualquier otra evaluación nacional o internacional nos dan evidencias referenciales sobre cómo están los estudiantes en un tipo de lectura y que no es universal. Tampoco es que te marque a futuro como nos quieren hacer creer.

El chico listo que no lee

“Aunque lea poco, yo sé que soy listo” es la frase de un muchacho barcelonés de 18 años llamado Arnau y que también sirve como título de un estudio elaborado por Aliagas, Castellá y Cassany (2009). “Aunque lea poco, yo sé que soy listo. Estudio de caso sobre adolescente que no lee literatura. Arnau lo tiene todo: tiempo, dinero, capital cultural en su casa, etc. Pero no gusta de la lectura canónica y académica que la escuela pretende imponer. Quita mucho tiempo, dice Arnau. ¿Crees que voy a estar aquí con 300 páginas aburridas? Sin embargo, a Arnau le gusta el fútbol. Siempre está pendiente de los partidos, sus equipos y sus resultados. Se documenta a través de revistas, televisión, google, foros, blogs y periódicos. Escribía cartas y poemas de amor a una chica, y se leían a diario un cuaderno que era como una especie de diario compartido: una libreta azul donde se contaban cosas por el miedo y torpeza de decirse sus sentimientos cara a cara.

Arnau quiere que le guste la lectura como quieren que le guste a la escuela, pero no le pasa, se queja Arnau. “Me distraigo con cualquier cosa: el chat, la tele, el Instagram, la pc, etc.”. “Poco sabemos sobre lo que jóvenes como Arnau hacen con las lecturas escolares y mucho menos lo que leen y escriben en espacios no institucionalizados, al margen del canon prescrito por el currículum escolar. Y más aún: ignoramos por qué algunos que se resisten a leer los textos escolares en cambio devoran cómics, novelas mediáticas o las biografías de sus ídolos musicales y deportivos”. El hábito de leer periódicos deportivos lo tenía muy consolidado este Arnau. Y no leía literatura, LA ESCRIBÍA.

La lectora incomprendida

Algunos años, cuando daba clases particulares por aquí y por allá, me tocó acompañar a una adolescente. Se llamaba Andrea. No le iba bien en Comunicación. Estaba en secundaria. Problemas de lectura decían. Notas algo bajas. Tenía esa vez como tarea leer cinco cuentos de Ribeyro. No le gustaba leer tanto como ver películas. Sin embargo, había dos cuentos que le fascinaron: Doblaje y Dirección equivocada. Y, por supuesto, había entendido los cinco. Me los volvió a contar y pude confirmarlo. Ese no era el problema. El punto era que no los había entendido como la escuela quería que lo entendiera.

Pero antes de pasar a la tarea de Ribeyro, Andrea se puso a hablar de algunas películas. De lo que le encantaba ver pelas. Me describía los personajes, los diálogos, la trama. Había visto las pelas en videos (Sensatez y sentimientos, por ejemplo). La escuchaba como si no las hubiera visto, es más, mentía diciéndole que no las había visto. Apasionada, interpretaba a la maravilla. Luego pasamos a los dos cuentos que le gustaban. No tanto como las películas, pero allí fuimos sacando de a cucharitas. De hecho, los había entendido. Ir más allá no la motivaba mucho o sus comentarios eran parcos, aunque suficientes como para saber el por qué le habían agradado. Fue relativamente fácil que sus habilidades interpretativas para el cine fueran transferidas para los cuentos y cualquier obra literaria. Pero faltaba algo que en cierta manera obstaculizaba lo que la escuela quería de nosotros (porque no solo era ella; era yo también, pues mi rol era el de una voz que le daba pistas para descubrir lo que ella debía hacer y demostrar, yo era el tipo que le aclaraba lo que la escuela quería de ella): el lenguaje.

En suma, la escuela quería que ella interpretara los cuentos a lo inicio, conflicto y desenlace. Que encontrara los hechos principales de la historia. Que contara qué recursos tenía el autor para impresionar al lector con ese cuento (¿y si a ella no la había impresionado?). Que el tipo de narrador. Que el mensaje o enseñanza de fondo. Pero además la escuela quería que escribiera en un lenguaje distinto al habitual. No quería “bacán”, “mostrazo”, “chévere”, “súper”, aunque estas expresiones fueran acompañados de frases tipo “súper, o sea, veías la escena en la que….y sentías un nudo en la garganta, era como te podías morir en ese momento y lo habías visto todo”. No, esas frases no quería la escuela. Tampoco quería cosas como “monze, era como repetitiva, me parecía como que ya sabías lo que iba a pasar y eso aburría”; etc.

Algo así eran sus críticas cuando comentábamos películas, o cuando leíamos algunos cuentos o novelas. Pero qué diablos quería la escuela. Quería eso mismo, pero disfrazado de lenguaje académico, escolar, literario. Quería además una estructura canónica, las clásicas pues, renovadas, pero clásicas al fin y al cabo. Lo demás no era literatura. Lo demás era mala comprensión.

Entonces no es que Andrea no hubiera entendido la lectura. Tampoco que la hubiera entendido a un nivel muy superficial. La había entendido como la entiendes tú, yo o cualquier otra persona y lo expresas cuando conversas con alguien en una salida al cine o en una reunión de amigos. Nadie anda por la vida (excepto en el mundo literario o de librerías o escolares) diseccionando un libro o película identificando narrador omnisciente, tipos de conflicto, determinación del tema, etc. Leemos para disfrutar así sin más. Y se disfruta porque se entiende. Y el disfrute, quiero decir, en el más amplio sentido de la palabra: desde una emoción muy íntima, no necesariamente comunicable, muy atesorada interiormente hasta una forma de sentir más razonada, explicada,  más comunicable.

Claro que ambas pueden servir como punto de partida para adquirir esa competencia literaria que tanto busca la escuela: un modo de análisis e interpretación propio de la crítica literaria, claro, adecuado a la edad de los chicos y chicas. Sin embargo, habría que ir con cautela y sin excesos. Creo que es deber de la escuela no hacer  perder el poco o mucho disfrute que se puede tener al leer una obra literaria saturando a los estudiantes con un análisis escolar concienzudo, meticuloso, dizque crítico (como si la única forma de entender lo crítico fuera desde lo canónico o estrictamente “literario”), con categorías académicas no siempre a la mano. Mucho más asesino de lecturas placenteras es hacer que los estudiantes se memoricen las corrientes literarias, las definiciones de 58 recursos literarios con ejemplos incorporados,  las biografías de autores reconocidos, etc.

Colofón: un lector arrepentido

Antes se leía de verdad, dicen, los ayayeros del ayer. Los chicos y chicas de ahora no leen. Nosotros leíamos enciclopedias, libros de verdad, páginas enteras, novelones de un sopapo, explican. Sabíamos de memoria los 13 incas y las clasificaciones y subclasificaciones gramaticales de todo tipo, denuncian. En cambio, los de ahora tienen tele, celular, laptop, tablet, consolas de juego; cable, Instagram, netflix, YouTube, en fin, ya ni leen, protestan.

Yo, al menos, he de confesar descaradamente que si hubiera nacido en estas épocas millenials, no hubiera leído tanto, pues habría reemplazado en gran parte los libros e incluso historietas por el facebook, instagram, youtube, netflix, videojuegos, etc. De verdad. Para nosotros, de generaciones anteriores a la aparición de estos recursos, era más fácil leer que ahora: no teníamos tantas otras cosas más para entretenernos: tele en ciertos horarios; la calle para los más barrio (dependía además de si en tu barrio había vida de barrio), las caminatas infinitas con la patota del colegio o de la universidad; los partidos de fútbol y los tragos luego; la música…O sea no había mucho más, por eso a varios de nosotros no nos quedaba otra opción que leer libros, enciclopedias, novelas, etc. y que atesorábamos como únicas fuentes de conocimiento y disfrute letrado.

Eso es lo que nos tocó a algunos. Y de eso hicimos, con falso orgullo, una virtud.

Lima, 13 de setiembre de 2019

Fernando Llanos Masciotti
Consultor independiente en la didáctica de lectura, escritura y evaluación en la educación básica regular y educación superior. Ha sido especialista de Evaluación del área de Comunicación y Coordinador de Evaluación en Educación Intercultural Bilingüe (EIB) de la UMC en el Ministerio de Educación. Fue profesor del área de Comunicación en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y es docente de Posgrado de la enseñanza de lectura y escritura en la Universidad Peruana Cayetano Heredia.