Entrevista a Andrea Ospina
Luis Guerrero Ortiz | EDUCACCIÓN
«Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerden»
El Principito
«No están obligados a escucharnos, después de todo solo somos niños». Con esa frase mordaz Greta Thunberg coronó su discurso ante la Asamblea Nacional en París, en julio pasado, ante el llamado de los grupos activistas de derecha a boicotear su presentación en medio de insultos. Las advertencias contra el calentamiento global y el llamado a afrontar la crisis no nacieron con Greta ni han sido sus discursos los primeros en despertar el rechazo de quienes no creen en la crisis climática, defendiendo el statu quo con uñas y dientes. Pero el odio, la furia, la rabia se ha multiplicado en una escala mayúscula por una sola razón: es una niña quien lo dice y está llamando la atención del mundo. ¿Pueden los niños y los adolescentes de hoy tener un protagonismo mayor en la solución de los problemas de nuestras sociedades, más allá de levantar la mano para opinar en una sala de clases?
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Armenia es un país situado en el límite de Asia y Europa, en la cima de varias montañas, en uno de los primeros lugares donde se asentaron hace miles de años las primeras tribus de Homo Sapiens cazadores y recolectores. Armenia es un país que sobrevivió a un genocidio después de la primera Guerra Mundial, por el que murieron medio millón de civiles a manos del ejército turco. Armenia es un país que fue anexado a la Unión Soviética por el gobierno ruso en 1922, y que recobró su independencia setenta años después. Armenia, vecina de Turquía y Afganistán, fue también el escenario de la Conferencia Global anual de Teach for All. Fueron 500 los delegados de 80 países, de todas las filiales de esta organización a nivel global, que entre el 21 y el 23 de octubre pasado debatieron durante 3 días continuos las posibles respuestas a una sola pregunta: ¿Cómo nos preparamos estudiantes y adultos para asociarnos y darle forma a este mundo cambiante?
Sinceramente, nunca había escuchado hablar de ese país. Cuando me preguntaban dónde viajaría, todos me decían lo mismo, con la misma expresión de curiosidad: ¿Y dónde queda? Andrea Ospina es colombiana y hace siete años que vive en el Perú, pero era la primera vez que viajaba a Armenia. No fue sola. Integró una pequeña delegación de Enseña Perú, la organización asociada a Teach for All en nuestro país, en la cual Andrea es Jefa de Marca. Era también la primera vez que asistía a un hackathon de carácter educativo.
Se le llama hackathon a encuentros maratónicos de programadores donde por largas horas o días se concentran en un solo objetivo: colaborar en la creación de un nuevo software. Trasladado el concepto al mundo de la educación, una hackathon constituye un evento que promueve la colaboración y la complementariedad entre pares para la solución de un problema, basándose en un proceso intensivo de trabajo que se convierte, a la vez, en una experiencia de interaprendizaje. Eso fue exactamente lo que ocurrió en Armenia el segundo día del encuentro, en que se juntaron 50 estudiantes y adultos de toda la red, Andrea entre ellos, para responder al reto a lo largo de ocho horas ininterrumpidas.
Fueron 8 horas intensas de muchas conversaciones profundas, escuchando diferentes puntos de vista de personas que venían de contextos y realidades tan diversos, en los que los 25 adultos intentamos construir relaciones auténticas con los 25 estudiantes de cerca de 30 países. Los muchachos no fueron seleccionados al azar. Todos ellos pertenecían al Comité de Liderazgo de estudiantes de Teach for All. De hecho, ellos facilitaban el diálogo.
Empezamos a proponer temas -cuenta Andrea- para hacer una lista de los retos educativos sobre los que queríamos conversar. Elegimos quince y votamos para priorizar los 5 que serían abordados en profundidad. Luego se armaron mesas por cada reto, con igual cantidad de adultos y estudiantes, y modelamos simbólicamente en 3D la problemática que identificamos, a partir de lo que significaba para nosotros en nuestros respectivos países. Luego ensayamos verlos desde diferentes perspectivas, buscándole incluso su lado positivo. Y enseguida vino lo mejor, porque armamos un segundo modelo, esta vez de las soluciones.
Enseña Perú es una institución que acaba de cumplir 10 años de actividad en el Perú. En una década, más de 300 jóvenes de distintas profesiones, pero sobre todo del campo de la educación, la psicología y la comunicación, han vivido una experiencia intensiva de inserción en las escuelas públicas de zonas más vulnerables, dando lo mejor de sí mismos en favor de sus estudiantes. Hoy, cerca del 80% mantiene su compromiso con la educación. En ese mismo espíritu, la organización trabaja en 53 países y seis continentes desde hace doce años.
Yo escogí la mesa donde se abordó el reto de las bajas expectativas de los adultos sobre los estudiantes. En verdad, fue una de las mesas que más rápido se llenó de estudiantes. El diálogo fue intenso, pero me impactó mucho lo que dijo Depta, una estudiante de la India: «Hemos centrado toda nuestra conversación en lo que pasa cuando el docente tiene bajas expectativas en sus estudiantes, pero ¿qué pasa cuando un estudiante tiene bajas expectativas respecto de otro estudiante?, ¿qué pasa cuando soy yo la que tiene bajas expectativas sobre mi misma?». Esas preguntas cambiaron el rumbo de nuestra conversación. Entonces pensé, somos culturas distintas, estamos tan lejos unos de otros, pero qué parecidos somos, cuántas frases de subestimación y menosprecio se dicen por igual en todos los países representados en la mesa.
Si ustedes visitan a Andrea en el tercer piso del edificio donde funcionan las oficinas de Enseña Perú, reconocerán su esquina de trabajo cuando vean sobre su silla, a cualquier hora del día, una pesada mochila repleta de cuadernos, una cartera pequeña de la que siembre sobresale un manojo de llaves y un saco o chaqueta sencilla y elegante. Es que no suele sentarse allí. Se encuentra siempre en reuniones de trabajo aquí y allá, dentro y fuera de su edificio. Pero seguir su rastro no es difícil. Cuando vean un termo de color crema con plomo y tapa roja, con la imagen de El Principito, el célebre personaje de la novela breve de Antoine de Saint-Exupéry, del que se desprenda además un inconfundible aroma de café colombiano, es que Andrea está allí.
Los testimonios de los estudiantes me cuestionaron mucho. Desde el área de marca, mi trabajo consiste en mostrar retos y producir videos usando constantemente la imagen de los estudiantes. Y como es lógico, hay un trabajo de producción previa que incluye un guion. Pero ahora me preguntaba, ¿estamos mostrando toda la verdad? En mi mesa estaba María, una estudiante del COAR de Arequipa, quien junto a una estudiante mexicana eran las únicas de América Latina que formaban parte del Comité de Liderazgo. Ella me dijo: «Andrea, me he dado cuenta que vivimos en una mentira, recibimos visitas todos los días en el colegio, pero siempre hablan con los mismos estudiantes, los profesores deciden quién hablará. Cada vez que nos ha visitado un ministro, por ejemplo, la que ha hablado siempre he sido yo. Pero, ¿qué pasaría si los otros también pudieran expresarse?». Entonces me pregunto: ¿estamos creando los espacios para escuchar realmente a los estudiantes?, ¿o nos sigue ganando la creencia de que todas las respuestas están en nosotros?
Andrea es comunicadora social y periodista, especializada en Comunicación para el Desarrollo. Quizás eso explique, en parte, su expresividad, su elocuencia, su sensibilidad para captar detalles en el diálogo con las personas. Apenas a sus 13 años, hizo un voluntariado de alfabetización en Bogotá, ayudando a los niños de una zona muy alejada con las tareas escolares. Esa experiencia fue su primer acercamiento a la educación y le dejó una huella que marcaría en parte su destino. Tres años antes de terminar el colegio se involucró en el periódico escolar, después crearía una emisora de radio con la ayuda de la asociación de padres de familia. Obtuvieron los equipos necesarios y ella terminó siendo la directora. Más tarde estudiaría la carrera en la Universidad de La Sabana, y su primer proyecto sería un programa de radio para niños. Desde entonces he hecho muchos voluntariados en este campo con la convicción de poder aportar a cambiar el mundo desde cualquier posición, incluso llegué al Perú por un voluntariado. En realidad, vine a Lima por tres meses, y ya me voy quedando siete años.
Pero ni la hackathon ni el evento terminaron en conclusiones definitivas, dejando más bien un margen necesario a la imaginación y la iniciativa de cada país. El corolario –dice Andrea– fue una lista de desafíos, de posibles soluciones y un mini plan de acciones por país. Luego me di cuenta que el objetivo estaba en otro lado. La mayor parte del tiempo se dedicó a la ronda final en la que compartimos muchas reflexiones, Más allá de lo que se dijo, el mayor valor de la experiencia estuvo en la posibilidad de observar y leer entre líneas lo que estaba pasando en el mundo. Una estudiante de Alemania, por ejemplo, compartió una reflexión sobre el fenómeno Greta Thunberg. «Todos estamos hablando de cómo ella está cambiando el mundo, convocando y movilizando a los estudiantes en muchos países. Pero siento que los adultos nos están dejando ese reto a nosotros, y nosotros solos no podemos hacer las cosas. Ellos no se están comprando este problema». Curiosamente, en la mesa donde tocó debatir el reto del cambio climático, solo se anotaron estudiantes. Ningún adulto.
No sería esa la única sorpresa. Según el relato de Andrea, Depta, la estudiante de India diría, además, «Estamos hablando de la importancia de que nosotros, como estudiantes, tomemos decisiones y yo sé que ustedes realmente lo piensan, pero no estoy segura de que eso esté pasando ahora aquí». Se refería a que muchos de ellos les hubiera gustado visitar escuelas en la ciudad y también participar de la Hackathon, pero los organizadores lo programaron a la misma hora y decidieron que los estudiantes se queden en la Hackathon. Hay muchas veces una línea muy delgada entre querer hacer las cosas bien y hacerlas bien, y es tan delgada que la cruzamos sin darnos cuenta.
En Armenia, sus tres millones de habitantes suelen padecer veranos muy calurosos e inviernos muy fríos. En las fechas del encuentro, sin embargo, la temperatura promedio fue de 20° centígrados, aunque podía descender a 8° en las noches y madrugadas. Ninguna de sus ciudades se encuentra por debajo de los 400 metros. Ereván, su capital, no es la excepción, pues se sitúa a mil metros sobre el nivel del mar. Ese fue el escenario de este encuentro, cuyo epílogo consistió nada menos que en la bienvenida a cinco flamantes socios de Teach for All: Marruecos, Portugal, Tanzania, Liberia y Italia.
Me quedo con varias preguntas profundas de esta experiencia y por fortuna, tenemos las plataformas para que eso se procese. Es verdad, vivimos a mil por hora, pero también hay momentos fuertes de reflexión. De otro lado, hay que pasar del discurso a la acción, siempre hemos sabido que es importante escuchar a los estudiantes, pero podemos empezar a convocar más a estudiantes como María, hay que empezar a generar estos espacios donde ellos no solo tengan voz en el discurso. Una buena oportunidad puede ser la próxima conferencia global, que tocará hacerla en Lima el 2020. El tema en Armenia fue el estudiante, en la conferencia que se hizo antes en Colombia fue la comunidad y el liderazgo colectivo, veremos qué tema se propone ahora. Si acaso fuera algo relacionado al cambio climático, sería maravilloso poder traer a Greta Thunberg, solo que tendríamos que hacerlo por barco, ya que ella no toma avión.
Andrea lloró alguna vez con amargura cuando creyó haber extraviado su termo de El Principito en un taxi, de regreso a casa. Se lo regaló su hermano en una navidad y desde entonces la acompaña donde va. Pero no estaba escrito en el destino que eso ocurriera. Después de la tristeza, el posterior enojo y esa mezcla explosiva de impotencia y resignación que nos dejan las pérdidas más sentidas, regresó la alegría. Lo había olvidado en la oficina.
Ninguno de los 500 participantes tuvo la suerte de conocer su termo, que prefirió no llevarlo para no correr el riesgo de un segundo ataque de pánico. Por lo tanto, tampoco pudieron disfrutar del aroma del café colombiano con que acostumbra llenarlo. Pero los armenios también gustan del buen café, una bebida que tuvieron la suerte de conocer desde los orígenes de su cultivo. El café armenio ofrece, además, la posibilidad de conocer el futuro. Una vez consumido, al poner la taza boca abajo cae la borra del fondo y forma figuras extrañas sobre el plato. Tal es la clave premonitoria que una mirada experta podría descifrar. Andrea no nos contó si se bebió uno, pero de ser así, confiamos en que le haya ofrecido buenos augurios. Nuestra educación los necesita, si queremos hacer masivo y sostenible el protagonismo de nuestros estudiantes en la solución de los problemas de la educación y del planeta.
Lima, 11 de noviembre de 2019
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