Luis Guerrero Ortiz | EDUCACCIÓN
¿Imaginan qué pasaría si toda la población mundial se desmayara al mismo tiempo y recuperara el conocimiento dos minutos después, con el recuerdo de un sueño premonitorio? Pues ese es el argumento de FlashForward, una novela de Robert Sawyer que dio lugar a una serie televisiva del mismo nombre a fines del 2009. En el relato, a ese fenómeno se le llamó «desmayo global» y tuvo por consecuencia una serie de accidentes trágicos durante el breve tiempo en que la gente, choferes de automóviles o trenes y pilotos de avión incluidos, se durmieron al unísono. Sus causas eran un misterio. El mundo entero se movilizó entonces para investigarlas y evitar un probable segundo episodio, persuadidos de que el hecho marcaba en sus historias un antes y un después.
A la luz de toda la información científica que circula, parecería ocioso tener que explicar que la pandemia mundial ocasionada por el SARS-CoV-2 no es una eventualidad equiparable a cualquier otro desastre o emergencia sanitaria, que nos dejará volver a la normalidad una vez controlada. Pero hay muchas personas que no lo entienden así y creen que pueden ponerla entre paréntesis para no ver afectadas sus rutinas previas. Una maestra que acompaña escuelas de áreas rurales, me decía que sus docentes esperan retornar a clases y retomar la planificación que realizaron en febrero, basada como siempre en las conmemoraciones habituales del calendario comunal. También han surgido voces que proponen al sistema educativo no dejarse distraer por la pandemia y priorizar solo dos aprendizajes: comprensión lectora y matemática, retomando las secuencias didácticas preestablecidas y ya prescritas en los materiales escolares.
Situarse en el contexto desde una perspectiva ciudadana
Las autoridades educativas han anunciado públicamente que, en este contexto, toda la educación básica pondrá especial énfasis en las competencias ciudadanas y, a partir de allí, abordará los otros aprendizajes. Para algunos, esta orientación nos parece sumamente lúcida y la respaldamos, porque, como se viene diciendo desde distintas tribunas en diversos países, la lucha actual no es contra un virus sino contra el débil sentido del bien común que se está evidenciando en diversas sociedades del planeta, siendo éste el factor que puede hacer la diferencia entre el éxito y el fracaso. Para otros, en cambio, esta pauta es inadmisible y están listos para ignorarla, abierta o disimuladamente, con la misma actitud que se transgrede a diario las medidas de aislamiento y distanciamiento social.
En reciente entrevista, Noam Chomsky ha señalado que el virus es el resultado de un fallo colosal en el sistema y que necesitamos comprender el contexto en el que surge para evitar que el desastre se repita. Es el momento preciso, dice el fundador de la lingüística moderna, de dar a los niños las oportunidades para entender el mundo, poniendo en juego conocimientos muy diversos.
En verdad, entender todo lo que está detrás de la pandemia, así como las alternativas actualmente en juego, supone reflexión y diálogo, cotejo de distintos puntos de vista, construcción de posturas basadas en argumentos, conciencia de derechos, manejo de distintas fuentes de información y, más al fondo de las causas, comprensión de las relaciones entre naturaleza y sociedad, y análisis del impacto de la problemática ambiental en la vida de las personas, de la cual es un claro síntoma el problema de los mercados de Wuhan, situados en la provincia china de Hubei. Es decir, supone exactamente todo lo que implican las competencias ciudadanas, tal como las define el currículo nacional.
Por supuesto, este abordaje requiere algo más, pues pondría a prueba la capacidad de indagación de los estudiantes siguiendo los pasos que la ciencia recomienda para producir conocimiento, así como la de emplear conocimientos científicos –en el campo de la biología, la física, la antropología, entre otros– para construir explicaciones sobre las causas de la pandemia y sus relaciones con otros fenómenos. Discutir las opciones que se están actualmente formulando, además, requiere apelar a saberes científicos y tecnológicos, así como al conocimiento de diversas prácticas locales en cada lugar donde el problema ha hecho crisis. Estas competencias también están el currículo.
¿Intervienen las matemáticas aquí? Por supuesto y de una manera decisiva. Como explica un reporte de la Agencia SINC, para saber el número de contagiados que podría haber mañana, necesitaríamos considerar el número de infectados que existen actualmente y estimar el número de personas con las que han interactuado hoy. De este modo se encontraría la probabilidad media de contagio multiplicando los dos números. Al resultado habría que restarle, además, el número de pacientes curados. No obstante, otro reporte de la BBC nos recuerda que los modelos matemáticos que se han venido utilizando hasta ahora para hacer las proyecciones estadísticas que ayudan a estimar el impacto de la pandemia, están partiendo de datos dudosos.
En efecto, ¿qué pasa con el modelo cuando los datos varían en cada país y dependen de la cantidad de pruebas allí realizadas para diagnosticar? ¿Qué pasa cuando se descubre que la tasa de contagios es más alta que la estimada inicialmente? Para abordar el problema desde la perspectiva de las matemáticas, qué duda cabe, hace falta saber resolver problemas de cantidad, problemas de regularidad, equivalencia y cambio, y problemas relacionados a la gestión de datos, además, como dice Christian Yate, profesor de biología matemática de la Universidad de Bath, de aceptar la incertidumbre.
Está demás decir que para cada uno de estos procesos los estudiantes necesitarán obtener información de diversos textos –periodísticos, científicos, audiovisuales, gráficos- para hacer inferencias e interpretaciones de esa información, evaluarlos en su forma, contexto y contenido para establecer su validez y valorar sus planteamientos; como también producir sus propios textos con pertinencia a cada situación en la que deban comunicarse.
Esto quiere decir, en síntesis, que abordar la pandemia, por el lado de cualquiera de los incontables problemas que nos plantea, requiere necesariamente movilizar saberes de diversas áreas y poner en juego competencias diversas. Obviamente, cada estudiante lo hará de acuerdo a su edad y también de su interés por un aspecto u otro del problema, pero se lo vamos a impedir si creemos que debe «aprender primero» a leer bien y a hacer operaciones matemáticas. Como las pruebas de 2° grado de secundaria muestras deficiencias en ambos campos, esto querría decir que la oportunidad de discernir los problemas y soluciones del mundo real, aquí y ahora, no la tendrían jamás.
¿Competencias sí o competencias no?
Lo que hemos logrado tener claro al cabo de veinticinco años de debates alrededor del enfoque de competencias en todo el mundo, es que una persona se hace competente en distintos campos de la vida humana en la medida que aprende a situarse frente a un problema o un desafío que le sea significativo, a analizarlo en sus diversos aspectos, a evaluar sus posibilidades de respuesta echando mano de los conocimientos y habilidades que posee y que le resulten más necesarios en esa situación y, por supuesto, a poner en práctica la alternativa que decidió como más adecuada en base a sus indagaciones y reflexiones previas.
Si acaso el tiempo transcurrido ha sido útil para dejar, por lo menos esto, claramente establecido, debería resultarnos evidente que en esta coyuntura no necesitamos priorizar competencias –los estudiantes las necesitan todas para abordar los problemas y soluciones relativos a la pandemia, no solo leer y sumar- sino metodologías que ayuden a integrar y articular aprendizajes, así como priorizar problemas situados en el contexto de la experiencia que está afectando al mundo de un modo tan grave. Naturalmente, no es un año regular y no podremos ni cubrir todo el programa del grado ni llegar tan lejos en el desarrollo de cada competencia como podríamos haberlo hecho en otras circunstancias. Pero el recorte del tiempo no puede ser utilizado como pretexto para ponerse de espaldas al currículo o volver a reducirlo a su mínima versión: la alfabetización lectora y matemática.
Tampoco puede llevarnos a pensar que las personas no pueden desarrollar competencias mediante estrategias formativas a distancia. En el sustrato de toda competencia está la habilidad para hacer uso inteligente de saberes diversos a fin de entender y resolver un problema. Eso mismo es lo que se necesita hacer ahora más que nunca, sea que tengamos o no delante de nosotros un docente de carne y hueso. En un contexto como este, el reto emergente –para todos los países del mundo- es saltar hacia adelante, no retroceder la rueda de la historia y regresar a los énfasis y formatos pedagógicos de hace tres décadas. Es cierto que los docentes no están listos para dar ese salto. Pero tampoco los científicos ni los propios gobernantes. Y, sin embargo, en estas circunstancias, quedarse parados o retroceder es para todos una opción mucho más costosa y peligrosa que atreverse a saltar.
Se avanzará por ensayo error
Tom Halverson, director de la Maestría en Política Educativa de la Universidad de Washington, declaró hace poco al Seattle Times que las escuelas de los distritos escolares de Washington se han preparado a toda prisa para ofrecer educación remota a más de un millón de estudiantes, ahora que están cerradas debido al coronavirus. Se espera que encuentren alternativas creativas para los niños sin acceso a una computadora, así como para aquellos que reciben educación especial. Halverson advierte, sin embargo, que la tarea equivale a tratar de construir un avión a 30,000 pies de altura y con cierta turbulencia. En ese contexto, advierte: «Las escuelas van a cometer algunos errores. Podrán ir desarrollando mejor este nuevo sistema si no se sienten petrificados cada vez que hagan algún movimiento incorrecto, porque van a ser muy criticados».
Si esto se dice de las escuelas que están, nada menos, en la capital de los Estados Unidos, en su esfuerzo por adaptarse a una situación que ha cogido a todo el planeta por sorpresa, no les quepa dudas que aquí, desde el modesto Tercer Mundo, también cometeremos errores. Los cometerán funcionarios, maestros, familias, estudiantes, y tampoco faltarán cuestionamientos de todo calibre, constructivos y destructivos. Como dice Halverson, estamos rediseñando el vehículo en plena marcha, sobre terreno pedregoso y con todos los pasajeros adentro. Y hasta la ciencia avanza por ensayo error. Lo importante es estar conscientes de que no estamos viviendo una pausa. Cuando la música se reanude, la melodía será otra y tendremos que prepararnos para una danza diferente.
En la novela de Robert Sawyer, después del desmayo global, cada persona que recupera la consciencia tiene el recuerdo de una visión, que anticipa su propio futuro varios años después. Los sobrevivientes a la infección no han tenido esa misma fortuna. No sabemos qué pasará en los próximos meses, tampoco el próximo año ni el día después de encontrar, al fin, la ansiada vacuna. Lo que sí sabemos es que ese futuro lo construiremos nosotros, según las decisiones que vayamos tomando hoy. Greta Thunberg dice que los adultos no tenemos derecho de heredarles un mundo así a su generación y a las que vendrán. Enmendar eso supone, sin duda, otra educación y esa es la responsabilidad que está hoy más que nunca en nuestras manos.
Lima, 6 de abril de 2020