Guadalupe Pérez Recalde | EDUCACCIÓN
Estamos viviendo tiempos desafiantes, no es novedad. Tenemos la sensación de estar escribiendo la historia sin terminar de ser del todo sus artífices. Y ello en varios órdenes de nuestras desordenadas vidas. La escuela no escapa a este doblez.
De repente, las escuelas se han visto en la necesidad continuar de alguna manera y nosotros, padres y madres hemos devenido, de un día para el otro en guardavidas de tareas y actividades escolares. Al respecto, algunas reflexiones.
Antes de cualquier otra consideración es preciso agradecer el esfuerzo y dedicación de maestros y maestras. Sabemos que están realizando lo humanamente posible (y a veces más) para continuar con su labor en el marco de la pandemia. También tienen familias, preocupaciones, angustia por el encierro y, sin embargo, se abocan cada día a la tarea. Las familias estamos en casa tratando de llevar una rutina que nos ayude en esta situación para la que no hay manuales ni antecedentes. Precisamente por ello, las actividades que plantean las escuelas resultan valiosas por cuanto siguen vinculando a nuestros hijos e hijas con su marco de acciones cotidianas y los ayudan a ejercitarse y a organizarse.
Ahora bien, ello no reemplaza, ni puede hacerlo, la experiencia del aula, ese espacio en el que, a través del encuentro, la maestra, el maestro, pueden despertar el deseo de saber en sus estudiantes. Si el corazón del aprendizaje radica en el vínculo pedagógico, no esperamos que la acumulación de tareas ni la verificación de su cumplimiento promuevan en nuestros niños y niñas aprendizajes significativos durante la cuarentena. Nunca antes hubo las actuales condiciones de hiperconexión tecnológica y sin embargo, nada sustituye la labor del/a docente en el aula, el encuentro cara a cara, la presencia física de su voz, lo que evocan sus ojos al ver las preguntas en los ojos de sus estudiantes. Sabemos que el encuentro ocurrirá cuando los niños/as y sus maestros/as vuelvan a las aulas. Hay tiempo.
Un/a estudiante no es un recipiente vacío que hay que llenar (de conocimientos, actividades, contenidos); sino un sujeto activo que, en el encuentro con su docente, moviliza recursos propios en pos del saber. Como en un espejo, el/la docente no es un administrador de tareas, sino alguien que testifica con sus acciones la pasión por el saber, un mago, un hada que extiende los límites del mundo. Así, no esperamos que los chicos avancen solos. Nos preguntamos más bien qué significa no atrasarse en estas condiciones. ¿No atrasarse respecto de qué? ¿Avanzar hacia qué meta? ¿Podemos hacer de cuenta que todo sigue igual, sólo que de otra manera? ¿Queremos hacer eso? Nunca antes en nuestras biografías habíamos vivido una experiencia así a escala global. No hay parámetros ni experiencias exitosas. Cuando salgamos nuevamente al mundo muchas cosas habrán cambiado, nuestros niños/as y nosotros/as habremos cambiado, con seguridad la educación también.
Por lo que, como comunidad educativa, habremos de construir juntos el mejor camino posible para transitar y para volver de la cuarentena. Y lo que hay entre el último día de clases y el regreso (aún indefinido) es un hueco, un agujero, una caída en ese plan de formación que teníamos trazado. ¿Cómo haremos para juntos, escuelas y padres y madres, acompañar a nuestros niños y niñas en este camino desconocido e incierto?
Porque, intuimos, cuando nuestros/as hijos/as salgan a la calle nuevamente no será relevante cuántas oraciones de 8 palabras pueden armar o si están en la página 12 o 16 del libro. Cuando vuelvan al patio de la escuela, a las aulas, al recreo, será crucial cómo procesen el impacto del aislamiento social. ¿Qué huellas se escribirán en el primer abrazo que vuelvan a dar? ¿Qué sentirán al volver a sentarse codo con codo con sus compañeros y amigas en una misma mesa? ¿Qué juegos crearán para subjetivar los efectos del encierro, la angustia, el miedo? Como cuando aprendieron a andar en bicicleta, estaremos allí para alentarlos/as en el desafío y expectantes para el abrazo después de la caída.
El psicoanalista y maestro italiano Massimo Recalcati, cuyo texto “La hora de clase” inspira algunas de las reflexiones anteriores, se pregunta acerca de si el COVID-19 no vendrá a decirnos que la libertad sin solidaridad es una ficción. Nuestra libertad se realiza en la solidaridad de todos. Tal vez, con esas coordenadas podamos dibujar un nuevo mapa que nos guíe cuando volvamos a salir.
Lima, 6 de abril de 2020