El horizonte de Roma, compuesto por cúpulas barrocas, columnas imperiales y tejados que esconden secretos inmemoriales, brilla, como cada tarde, al compás de la caída del sol. Vacía, silenciosa y triste, pero igual de bella que siempre, late Roma mientras contiene la respiración de sus casi tres millones de habitantes, que permanecen confinados en sus casas pero con las ganas de sentir a flor de piel.
Con las campanas de la Iglesia Santa Inés de la Agonía como teloneras, el guitarrista Jacopo Mastrangelo regaló una emocionante actuación al tocar, en una terraza con vistas a la desierta Piazza Navona, las notas de la banda sonora de “Érase una vez en América” del maestro Ennio Morricone.