Fernando Bolaños
Las cosas parecen empeorar en Islay. Los 60 días de “pausa” se complejizan con la declaratoria de emergencia por 60 días. No queremos más muertos, desgobierno ni represión indiscriminada.
En este contexto complicado, ¿qué mirada debemos tener del conflicto, como educadores? No puede ser sólo la preocupación por tantas niñas, niños y adolescentes que están a punto de perder el año escolar por tantos días sin clases. Islay refleja también algo grave de nuestra educación: no solo la de hoy, sino la de ayer, la que han recibido muchas de las partes en la contienda: autoridades, empresarios, dirigentes, pobladores. Incapacidad para resolver el conflicto de otra manera, de ir más allá de las propias ideas, convicciones y visiones del otro. Es verdad que no se puede achacar a la educación las opciones y decisiones de cada persona. Pero, ¿tiene que ver algo la educación con la situación que vemos hoy en Cocachacra, Mollendo o Punta de Bombón?
Es imposible entrar en un diálogo constructivo si hay lenguajes disímiles. Y no es un tema de idioma, sino de un marco común de entendimiento y conocimiento mutuo. Decía Julio Cotler en una entrevista en agosto del año pasado : “Cuando te encuentras con una sociedad tan heterogénea, tan desigual como la peruana, crear consensos es muy difícil… ( ) ¿Qué cosa pueden tener en común un Marco Arana con una Keiko Fujimori? Hablamos de dos experiencias de vida radicalmente diferentes. ¿Qué une a un muchacho del Markham con otro de un colegio fiscal en Tarma?” La escuela peruana no ha contribuido a crear una visión compartida del país, de nuestra sociedad o de nuestras oportunidades; tampoco un conjunto de convicciones sobre el futuro, sobre lo que tenemos que hacer o no hacer. ¿En base a qué podemos conversar unos con otros, si no abordamos en serio el tema de la exclusión y las diferencias?
Es raro el colegio que promueve en los estudiantes el pensar y conocer lo diferente. “Trabajo en grupo” significa muchas veces que cada uno hace una parte y luego se juntan o “pegan” para tener el trabajo final. “Investigar” es muchas veces buscar en Wikipedia, sin atreverse a explorar fuentes diversas, opiniones diferentes. Solo en pocos colegios los viajes de estudio no son salidas de turismo, en los que realmente los estudiantes se expongan a otras realidades, a nuestra diversidad social y cultural. Experiencias como las que promueve el colegio José Antonio Encinas, en Magdalena, en la que los estudiantes reciben a estudiantes ashaninkas en Lima y luego viajan a visitarlos y convivir una semana en sus comunidades, no son iniciativas usuales.
Decía Jorge Bruce , comentando las infortunadas declaraciones del Presidente de la SNMPE (que “hasta su empleada” entendía sus argumentos), “no es tan solo un lapsus: expresa las atroces heridas históricas que lastran nuestro desarrollo.” La educación no puede estar al margen de estos procesos. Ya vivimos eso al interior de muchas escuelas en el 2011 cuando las elecciones presidenciales polarizaron posiciones y generaron discursos descalificadores. La escuela es una caja de resonancia de los procesos sociales. Y el silencio que se escucha hoy sobre este tema y sobre otros conflictos sociales y ciudadanos es un indicador adicional que, salvo algunas excepciones, no se está enseñando lo que los peruanos y peruana necesitamos, ni desarrollando las competencias que permitirán que no se repita otra Bagua, Sicuani o Islay.
Probablemente, necesitamos hacer una pausa mental y preguntarnos no solo qué es lo que nos dice o no nos dice el otro, sino qué tenemos que hacer como peruanos y peruana para escucharnos mejor. Y este ejercicio debe comenzar en las escuelas.
Lima, mayo 24 de 2015