Edición 60

¿Y si los papás y mamás hablamos de emociones?

La empatía es el motor de la ciudadanía y de nuestra propia supervivencia como especie, pues nos permite cuidar no solo de nosotros y de nuestro grupo más próximo sino del resto

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Paul Barr Rosso | EDUCACCIÓN

Es curioso cómo aprendemos los seres humanos. La profesora que deja huella es quien nos extendió la mano en el momento preciso, quien confió en nosotros o nos dijo esa frase que hasta ahora, como adultos, recordamos. O aquella que nos ayudó a descubrir nuestra vocación por la emoción con la que nos enseñaba.

En casa pasa igual. Si bien son importantes las lecciones que nacen de una repetición constante, como decir “por favor” y “gracias”, saludar o lavarse las manos, no podemos olvidar el aprendizaje no intencional. Cuando volteamos la mirada a nuestra propia historia vemos lo que hacíamos con nuestros padres, recordamos sus palabras de aliento para capear momentos difíciles y también las conversaciones llenas de anécdotas que tuvimos en los espacios más inesperados. Nada de esto pertenece al currículo.  Desde luego, ninguna de estas lecciones ha sido objeto de exámenes y calificaciones y solo nos damos cuenta de su influencia muchos años después de haberlas vivido.

Es importante dejar de pensar en la evaluación con la misma lógica de un año presencial. Estamos en una época distinta y es importante ver las enseñanzas que la misma nos deja. Lo que se debe aprovechar hoy es todo el aprendizaje que tenemos ante la incertidumbre, el encierro o la carencia.  Como papá he encontrado en esta época una ocasión sin par para tener con mis hijos esa conversación necesaria, pero muchas veces postergada, sobre las emociones.

La piedra angular del bienestar socioemocional es el amor. El escritor colombiano Héctor Abad resume muy bien su importancia: “la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres” (Abad, 2017).  El resultado del cariño prodigado sin mesura por los cuidadores principales de un niño/a es conocido en el campo de la psicología como apego seguro y es tan importante como el mismo alimento. Es el ingrediente que permitirá que sean adultos capaces de establecer relaciones saludables, de mutuo respeto y consideración.

La riqueza del mundo interior de nuestros/as hijos/as depende mucho de que aprendan a reconocer cómo se sienten y acepten que todas las emociones son válidas. Si como padres queremos guiarlos en ese camino, nosotros mismos tenemos que servir de modelos, permitiéndonos sentir y expresar. La pretensión de felicidad permanente es una ilusión que nos impide vivir plenamente. La tristeza es un llamado a nuestros seres queridos para que nos apoyen en momentos difíciles y nos permitan levantarnos de nuevo; la rabia y la indignación son motores muy potentes para cambiar situaciones que nos parecen injustas.

Que nuestros hijos/as tengan estas conversaciones con nosotros es esencial para que aprendan a reconocer sus propias emociones y encuentren mecanismos saludables para experimentarlas, como tener una conversación, levantar su voz de protesta, meditar, escribir, pintar o simplemente respirar. Los lentes a través de los cuales miramos la vida y cada uno de sus momentos pueden cambiar nuestra perspectiva de cualquier acontecimiento. En una época como esta, pese a todo, hay que buscar el resquicio de esperanza y una forma constructiva de afrontar el dolor o la pena, canalizar el enojo y la frustración o experimentar la alegría.

Es importante tener presente que “Lo que realmente nos asusta y nos consterna no son los eventos externos sino la manera en la que pensamos acerca de ellos. No son las cosas las que nos molestan, sino nuestra interpretación de su significado.” (Epictetus & Lebell, 1st – 2nd century/1995).

Así como no hay emociones buenas y malas, sino maneras constructivas -o no- de experimentarlas, el mundo es más complejo que una historia de policías y ladrones. No obstante, los seres humanos tendemos a una distribución maniquea de las personas en bandos, quienes piensan como nosotros y quiénes no. He visto muchas veces que las personas recurren a simplificaciones para descartar a un oponente. La receta es sencilla: busca un error en la posición contraria y, a partir de ahí, generaliza. Este argumento es muy seductor pero peligroso porque incluso nos impide crecer. Nos mantiene en un rincón de seguridad artificial, porque el mundo sigue moviéndose más allá de nuestras preferencias.

Como padres nos toca enseñar a nuestros hijos la riqueza de la vida y de lo que sucede en nuestra localidad, en nuestro país y en el mundo. Es importante hablar de la diversidad y de su valor, así como de la importancia de la tolerancia, siempre y cuando no se vulneren los valores esenciales a los que hemos apostado como sociedad.

Incluso cuando es así, conviene preguntarse por lo que subyace a una posición. Muchas veces detrás de las mismas se esconde el miedo o la indignación por una situación injusta que no ha sido reparada. Saber lo que motiva a las personas nos permite encontrarnos. Hallar los lazos comunes facilita que vivamos como un grupo. La empatía es el motor de la ciudadanía y de nuestra propia supervivencia como especie, porque nos permite cuidar no solo de nosotros y de nuestro grupo más próximo sino del resto.

Lima, 8 de junio de 2020

FUENTES

Abad, H. (2017). El olvido que seremos. Alfaguara.

Epictetus, & Lebell. (1st – 2nd century/1995). Art of living: The classical manual on virtue, happiness and effectiveness. New York: Harper One.

Paul Barr Rosso
Abogado y Magíster en Ciencia Política y Gobierno por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es Coordinador Senior de Educación Superior en el Consejo Nacional de Educación. Ha sido consultor en la SUNEDU, los Ministerios de Educación, Cultura y Producción. Tiene doce años de experiencia en el sector educación, tanto en el ámbito público como privado. Ha trabajado en aspectos relacionados a la internacionalización, la investigación y la innovación. Es, además, papá de Emma y Liam.