Vanessa Rojas | EDUCACCIÓN
Recuerdo una noticia que leí durante el primer mes de confinamiento. Señalaba que la línea 100 estaba sobrepasada, que se había atendido alrededor de medio centenar de denuncias de violencia sexual y que la mitad de ellas fueron niñas. En su momento, esas cifras impactaron en parte de la opinión pública, que no podía creer que las niñas estaban siendo violentadas en sus hogares. Lamentablemente, esa no era noticia nueva. Reportes de años anteriores del Observatorio Nacional de la Violencia contra la Mujer e Integrantes Familiares señalaban que la mayoría de niñas abusadas sexualmente en nuestro país, lo son por personas conocidas o pertenecientes a su entorno. El confinamiento, a pocos días de empezar, puso sobre el tapete la vulnerabilidad de la infancia, especialmente la de las niñas.
En estos días que se inicia la fase de reactivación económica, pienso mucho en los efectos del confinamiento para las niñas y los niños en este país. Creo que estos pueden ser profundos y devastadores si es que seguimos pensando en cómo salir de la crisis sin considerarlos. Es cierto que el COVID-19 no afecta a los niños directamente, pues no son la población con más alta tasa de mortalidad. Sin embargo, el virus los está exponiendo a situaciones durísimas que debemos considerar para garantizar el cumplimiento de sus derechos.
Además de las situaciones de riesgo que enfrentaban los niños y niñas en el mundo pre pandemia, ahora muchos están experimentando en carne propia las consecuencias de la crisis por el COVID-19. Debido a esa situación, algunos estarán más expuestos a situaciones de violencia en su hogar, producto de las tensiones de la crisis económica. Otros se verán en la necesidad de dejar los estudios para trabajar y poder contribuir con la economía familiar. Algunas adolescentes mujeres verán el inicio de la convivencia como la única salida a esa crisis. A ello se le suma la perdida de vecinos y/o familiares cercanos. ¿Cuántos de estos niños que han quedado en la orfandad están ahora más expuestos a situaciones de riesgo?
Y aquí es importante mencionar que, al estar las escuelas cerradas, muchos han perdido una fuente de protección muy importante ante la violencia. En los años que tengo haciendo trabajo de campo en escuelas si bien he visto que el docente puede representar un factor de riesgo ante la violencia, he visto también lo relevante que puede ser su figura como fuente de protección. En muchos casos termina siendo la única fuente que niños y niñas tienen ante esos casos. Las brechas en relación a la posibilidad de conectividad y de mantener una relación con el o la docente, dejan aún más solos a aquellos niños y niñas que menos tienen o que más alejados viven.
¿Qué estamos haciendo para atender a esa infancia golpeada por la pandemia? De todo este camino a “la nueva normalidad” encuentro muy poco sobre qué y cómo haremos para proteger a nuestras infancias. Cuántos niños y niñas al volver a sus escuelas necesitaran la de contención para enfrentar la pérdida de sus familiares, el haber enfrentado situaciones de precariedad, violencia etc. Los maestros necesitan ahora más que nunca estar preparados para recibirlos, necesitan saber cómo lidiar con estos niños y niñas. Aunque también necesitarán tener ellos mismos las herramientas para entender primero, sus propias perdidas personales y económicas. Contar con más personal de psicología en las escuelas podría ayudar, es cierto, pero la respuesta no puede dejar de lado al docente. El gobierno central y los gobiernos regionales deben considerar atender la infancia no solo implementando mejor infraestructura escolar, sino además y prioritariamente asegurando la protección de estos niños y niñas, y el cumplimiento de sus derechos.
Lima, 8 de junio de 2020