Sonia López | EL PAÍS
Al igual que los adultos, nuestros hijos llevan meses esforzándose por adaptarse a una situación excepcional. De la noche a la mañana quedaron atrapados entre cuatro paredes, mucho de ellos sin entender muy bien quién era ese “nuevo virus” que les había robado la libertad. La pandemia llegó sin previo aviso, sin pedir permiso a nadie, y les robó las rutinas, los días en la escuela, el juego en el parque o los partidos de los sábados. Pero sobre todo les privó de estar con sus amigos, de recibir el cariño de sus profesores, de poder ser mimados por los abuelos. Muchos de ellos han estado confinados en familias que han sufrido pérdidas de seres queridos, han vivido situaciones traumáticas o han perdido su trabajo. Niños y jóvenes sometidos a grandes niveles de estrés e inseguridad observando como sus padres hacían malabarismos para salir airosos de las interminables jornadas de teletrabajo mientras que les ayudaban a hacer sus deberes. Algunos de ellos pasando mucho tiempo solos y con miedo porque papá y mamá tenían que ir a trabajar aunque el coronavirus estuviese matando a mucha gente… Leer más