Edición 64

Un futuro impensable

La pandemia abrió el portal del tiempo para trasladarnos hacia un futuro impensable y distópico. En solo veinte días y contra todo pronóstico, un grupo de maestros peruanos, hijos de nueve pueblos indígenas y responsables de conducir la educación que reciben del Estado, logró cruzarlo también.

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Luis Guerrero Ortiz | EDUCACCIÓN

El lunes 6 de abril, a las 3.30 pm, las familias del pueblo asháninca, habitantes del distrito de Yurúa, en la selva amazónica del Perú, se congregaron alrededor de un nutrido grupo de niños, pintados y ataviados de collares y prendas empleados solo para celebrar grandes acontecimientos. Los niños de Yurúa, de distintas edades, estaban sentados al borde del río del mismo nombre y al lado de radios a transistores, con carteles de cartón reciclado pintados a mano que decían «Aprendo en casa». Tal es el nombre del programa de educación a distancia que, preparado por el Ministerio de Educación para sostener las clases escolares desafiando a la pandemia, en ese momento se inauguraba en todo el país por radio y televisión.

Lo inusual no era que la emisión radial llegara hasta ese remoto lugar de la región de Ucayali, sino que lo hiciera en lengua asháninca, en el idioma nativo de esa comunidad. En una de las zonas más aisladas y pobres del país, situada en la frontera con Brasil, cuya población adulta es mayoritariamente analfabeta, los habitantes desbordaban de orgullo. Será por eso que, ese día y a esa hora, decidieron difundir el acontecimiento. Una cadena de fotografías desbordó los celulares en varias casas de Lima, mostrando a niños sin zapatos, pero vestidos de fiesta, sentados sobre el pasto o en rústicos banquitos de madera, tomando apuntes, con sus familias al lado.

Una dirigente asháninca de Selva Central también envió fotos y, además, un mensaje que explicaba la importancia del acontecimiento: «Gracias por hacerle a los niños un programa en su lengua, ahora van a aprender más que con su profesor y van a dejar de sentir vergüenza por su idioma». En muchos lugares como Selva Central, donde el asháninca es la lengua materna, llegan docentes que solo hablan y enseñan en castellano. Y ninguna emisora radial suele emitir programas en el idioma local. Por supuesto, este fenómeno no es aislado ni es nuevo. Según un estudio de la Defensoría del Pueblo, el 46% de los niños de estas comunidades no reciben educación en su lengua materna.

El pueblo asháninca es una etnia amazónica con una larga trayectoria de lucha por conservar su identidad, y cuyo origen se remonta a los tiempos del Imperio de los Incas, allá por el siglo XIII. Viven dispersos en los pisos ecológicos de la selva alta y baja de diversos departamentos situados en la zona central del país.

El destino final de esta oleada masiva de fotografías fueron las casas de los miembros del equipo del Ministerio de Educación que produjo estos programas, todos ellos integrantes de la Dirección General de Educación Intercultural Bilingüe que, ese día y a esa hora, cumpliendo cuarentena como toda la población peruana, estaban con la oreja pegada a sus radios, escuchando el lanzamiento del programa. «Recibimos con orgullo y alegría esas imágenes» cuentan. Esas emociones eran explicables, como lo era también la sobredosis de adrenalina desaforada que hizo posible este acontecimiento en menos de tres semanas.

Estas personas, servidores públicos y docentes de profesión, podían sentirse satisfechos por dos buenos motivos. La primera razón, los programas que habían producido postergando el sueño y el hambre y hasta sus propias familias durante veinte estrechísimos y vertiginosos días, habían empezado a salir al aire y estaban siendo recibidos con evidente alegría por sus destinatarios.

La segunda razón de su felicidad era algo más íntima. Las voces que se escucharon ese día en Yurúa eran sus propias voces, porque ellos hablan la lengua asháninca. Porque son ashánincas. Y ellos también grabaron los programas emitidos en quechua, porque el quechua es la lengua de sus padres. Y ellos grabaron, asimismo, programas en aimara, porque son del pueblo aimara. El mismo fenómeno se repitió con los programas emitidos en shipibo, awajún, yanesha y shawi. Sus pueblos escucharon sus voces, las voces de sus hijos que crecieron y se convirtieron con el tiempo en agentes del Estado Nacional. Ellos tuvieron la satisfacción de haber hecho hablar al Estado la lengua de sus padres y de haberla hecho llegar más allá de la cordillera central, hasta su mismo lugar de origen.

Las fotos que empezaron a llegar ese día no fueron solo las de Ucayali. Los celulares de los funcionarios se llenaron de fotografías provenientes de Apurímac, Ayacucho, Cajamarca, de varias otras regiones andinas y amazónicas del país, mostrando niños con sus radios, niños de educación inicial, niños de primaria, adolescentes de secundaria, de diversos pueblos originarios del Perú, varios de ellos vestidos con uniforme escolar, para recibir 25 minutos de clase con el atuendo que sentían le correspondía lucir en un día importante.

Pobladores de Yurúa, Ucayali | Foto: Mónica Suárez/PNUD Perú

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Para ser sinceros, era la primera vez que todo el personal de esa oficina producía un programa radial. No uno sino varios, para chicos de distintas edades y grados. Y debían hacerlo en escasos días, en nueve lenguas distintas y confinados en sus propias casas, sin más tecnología que la de sus propios celulares. Con todo el país en cuarentena, no había acceso a cabinas de grabación ni a técnicos de sonido ni a locutores profesionales ni a productores especializados.

David es un profesor joven proveniente del pueblo Yanesha, una etnia amazónica situada en Oxapampa, en Cerro de Pasco, sierra central del Perú, compuesta por no más de siete mil personas según el último censo. Él debía grabar sesiones en su idioma, pero se sentía sobrepasado, imposibilitado de cumplir con una tarea tan vasta en plazos tan estrechos. «Tengo limitaciones para hacer todo esto solo», le dijo apenado a su jefa. «No pienses en los problemas, le decía ella, piensa en las soluciones».

«Maestra», le dijo a los pocos días, «me he contactado con otros maestros yanesha para que me ayuden, y también con la organización indígena de mi pueblo, que me ha dado el nombre de un comunicador de la comunidad. Él me ayudará a hacer mejores grabaciones».

La lengua de los yanesha está viva en algunas comunidades, pero muy debilitada en otras. Es por eso que recibir programas de radio en su idioma era para ese pueblo de una enorme importancia. David lo sabía y a eso se debía su preocupación. Ese programa debía salir sin fallas. Y él estaba debutando en el oficio.

Niños asháninka de la comunidad Quemperi, en Satipo, siguiendo Aprendo en Casa. Foto: Andina.

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¿Cómo empezó esta historia? La bola de nieve se echó a rodar el 15 de marzo, cuando el presidente de la República, Martín Vizcarra, se dirigió al país para anunciar una cuarentena obligatoria en todo el territorio. Por entonces, la duración de la emergencia era incierta. El mundo entero estaba perplejo ante la rápida propagación del SARS-Cov-2. El miércoles 1° de abril, se hace el anuncio oficial de que las clases escolares se reanudarían el 6 de abril, en la modalidad a distancia. El Ministro de Educación, Martín Benavides, que había sido hasta hacía poco jefe de la Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria (SUNEDU), lo había anunciado internamente a sus funcionarios quince días antes.

Había poco más de medio mes para producir una propuesta pedagógica mínimamente solvente a través de medios virtuales, pero también de la televisión y la radio, porque solo un tercio de los peruanos tiene acceso a Internet. La dificultad de esta promesa no era lo inverosímil del plazo. El Ministerio de Educación no tenía una unidad especializada en producción televisiva y radial ni experiencia en producir este tipo de programas. Además, recordemos, nadie podía salir de sus casas.

En ese contexto, Nora Delgado, jefa de la Dirección General de Educación Alternativa, Intercultural Bilingüe y de Servicios Educativos en el Ámbito Rural, un largo nombre para un área responsable de numerosas poblaciones vulnerables, después de escuchar las indicaciones de la Viceministra Patricia Andrade para ejecutar el estricto cronograma de la decisión anunciada, levantó la mano y dijo: «Son muchos los pueblos originarios donde no se habla castellano y donde solo llega señal de radio. Nosotros haremos los programas en sus lenguas».

Diego Gambetta, profesor de teoría social en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, Italia, ha definido el concepto de «misión suicida» como una incursión violenta y planificada, donde la muerte de sus protagonistas es condición para el éxito de la acción. Dice también que quienes toman parte de una misión como esta, no deben ser engañados sobre sus perspectivas de sobrevivencia y que deben asumirla no por presión, sino en nombre de un bien mayor. ¿Califica –simbólicamente, por cierto- como una «misión suicida» lo que se vivió entre el 14 de marzo y el 6 de abril en esta dependencia estatal? ¿Acaso no era ya una misión imposible cumplir con el compromiso del ministro en veinte días y a través de tres canales distintos? ¿Por qué agregarle un reto más –y de qué talla– a la tarea?

Nora responde: «Es que me era impensable no hacerlo así». La tarea no tenía precedentes. Es verdad que su oficina gestionaba desde hacía muchos años un programa de radio denominado «La Escuela del Aire», emitido en medio centenar de sedes a nivel nacional, pero con equipos de producción conformados por funcionarios locales y de muy bajo presupuesto, padeciendo muchos altibajos a lo largo del tiempo. En ese momento crucial, las únicas dos fortalezas que tenía a su favor era un equipo culturalmente diverso, que hablaba nueve lenguas originarias distintas; y, además, un compromiso moral muy fuerte con sus pueblos de origen. «Nunca pensé que no podría hacerlo, solo sabía que había que hacerlo».

La ambición les llevó al inicio a plantearse algunas metas exigentes que después resultaron inviables. Por ejemplo, no podía grabarse la diversidad de programas que se necesitaba para cubrir todos los aprendizajes esperados para los estudiantes de cada grado. El tiempo no jugaba a favor y había un trabajo técnico de post producción que acortaba todavía más los plazos de elaboración de contenidos pedagógicos. Había, entonces, que sacar las tijeras, elegir y recortar sin sentir pena.

«Mi equipo se amanecía, dormía poco, comía mal, e hizo a un lado a sus parejas e hijos para poder cumplir con los plazos. Y grabar sesiones no era la única responsabilidad que tenían». Hubo un momento en el que se vieron obligados a pedir la colaboración de docentes del interior del país, también de pueblos originarios y que hablaban fluidamente su idioma materno. «Era insostenible continuar apelando solo al compromiso de mi personal, estaban exhaustos». Naturalmente, estos profesores de refuerzo no estaban desocupados. Tenían otras tareas, no fue fácil liberarlos para tenerlos disponibles a corto plazo y hacerlos correr después al impetuoso ritmo de su equipo. «Se vivieron momentos muy angustiosos», confiesa Nora. Momentos que los colocaban, casi literalmente, al borde de la inmolación.

Estas son las razones por las que el 6 de abril, el día del lanzamiento, estaban todos prendidos de la radio, de varias radios. «Escuchábamos las transmisiones en quechua, aymara, awajún, shipibo –nos cuenta Nora- y aunque no entiendo todas las lenguas, era importante escuchar las voces, ver en qué medida se sentían activas, amenas, si lograban contagiar un estado de ánimo». Fue entonces que empezaron a llegar las fotos. Ahora tenían una imagen de la escena que se vivía a miles de kilómetros de la capital, al otro lado del cable, atrás de los cerros, más allá de los ríos.

A la hora indicada, la radio empezó a hablarle a los niños en su idioma materno. Foto: Gran Angular

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«Yo tenía mucha confianza en el equipo, pero he vivido todo esto absolutamente estresada, no puedo negarlo –nos dice Nora. Es que no se trataba sólo de la producción en lenguas diversas, de involucrar a los hablantes que nos ayuden a lograr el objetivo o de las angustias de la post producción. Yo estaba a cargo también de los programas en castellano para los estudiantes de áreas rurales, de los programas para la Educación Básica Alternativa y la población en proceso de alfabetización, que atienden ambos a población adulta. Esos eran otros programas radiales y de televisión que estaban igualmente bajo mi responsabilidad. Asimismo, los programas de educación inicial en castellano, los de tutoría para estudiantes de secundaria y los de Educación Básica Especial, para los chicos con discapacidades. La estrategia Aprendo en Casa tenía varios frentes, había que producir en paralelo con varias otras oficinas, y todos tenían el mismo plazo».

Nora se apoyó para la producción general de radio en el comunicador Javier Ugaz y para lo que correspondía a la producción en lenguas originarias, en Cristian y Martha, dos jóvenes comunicadores de su área. Como puede suponerse, hubo mucha turbulencia durante ese periodo. «He tenido momentos de alegría, de tristeza, y también de cólera –nos confiesa- porque no siempre te respondían el celular ni los mensajes. Súmale a esto el seguimiento interno que nos hacían para verificar nuestros avances. Las presiones han sido fuertes, fueron tres semanas muy difíciles, pero que nos dejaron mucho aprendizaje».

Esta aventura se vivió en confinamiento forzado. No había las facilidades de una oficina para hacer un trabajo de esta naturaleza. Y, además, se continuó trabajando con la propia familia al lado, en medio de sus rutinas diarias y de las dinámicas obligadas por la cuarentena. Había que atender a los niños, salir a abastecerse de provisiones, preparar la comida, redoblar la limpieza de la casa, lavar la ropa, botar la basura, cuidar a los enfermos si los hubiera, mantenerse al día con las últimas noticias, ocuparse de algunas crisis de ansiedad, y, claro, diseñar sesiones de 25 minutos, muchas sesiones, y grabarlas en el celular con la mejor voz posible y en perfecto silencio, algo que solo podía encontrarse en las madrugadas.

En el caso de Nora, a las 6 de la mañana ya estaba en pie respondiendo mensajes, coordinando con su equipo para enviar sus audios antes del mediodía y completar la programación de la primera semana. Cada 15 minutos escribía o llamaba para preguntar cuándo enviaban. Eran 10 equipos trabajando en simultáneo, nueve en cada una de las lenguas originarias y uno en castellano. En medio de todo, problemas con el audio justo cuando se estaban subiendo a la plataforma, porque no se escuchaba bien, porque se había borrado una parte, porque habían subido el audio equivocado. Había, entonces, que llamar a Javier, pero Javier no sabía nada, porque nadie le respondía los mensajes. Nora debía intervenir. En medio de todo, reuniones de coordinación por otros temas que no se podían eludir, y se olvidaba la hora del almuerzo pues ni hambre había y Javier pagaba los platos rotos por la demora, porque era el único que sí respondía llamadas.

Nora Delgado nació precisamente en Ucayali, estudió en el jardín Victoria Barcia Boniffati, después en la escuela Auristela Davila Zevallos y finalmente en el colegio La Inmaculada, siempre en la ciudad de Pucallpa. Luego se hizo maestra de educación inicial en el Instituto de Educación Superior Pedagógica Horacio Zeballos. Todas ellas eran instituciones estatales. ¿Puede una maestra jardinera de una provincia amazónica, hija conspicua de la educación pública, llegar a dirigir los destinos de la educación pública para los pueblos indígenas de todo un país? Pues el camino que hizo esto posible se inició cuando fue invitada a enseñar en el Instituto Pedagógico Bilingüe de Yarinacocha. Al tiempo fue nombrada directora de una Unidad de Gestión Educativa Local en Coronel Portillo, su provincia más poblada, con cerca de 400 mil habitantes. Más tarde sería convocada para trabajar en UNICEF y luego llamada a sumarse a la Dirección de Educación Intercultural Bilingüe. «En mis días de maestra de aula jamás imaginé que terminaría en Lima con esta responsabilidad».

Pero hubo un día, el más crítico, el día del cierre, el decisivo, en el que Javier tampoco contestaba llamadas ni al WhatsApp. Al filo del plazo para el envío, Nora no sabía si todo estaba listo para la edición o si quedaban todavía pendientes. El celular de Javier debe haber reventado de mensajes y llamadas perdidas esa noche, pues más de uno hizo intentos desesperados por comunicarse con él. Pero fue inútil. Cansado a más no poder, Javier se había quedado dormido.

«Cuando por fin despertó, cuenta Nora, subió los audios a toda prisa –aún no lo había podido hacer–, pero ya estábamos retrasados, lo que iba a traer más de un disgusto y, por supuesto, más estrés».

Los hijos de Nora, tres buenos muchachos que ya cruzaron la línea de los 20 años, han sido testigos directos de esta historia que, como casi todas las historias de estos últimos meses, se tejió desde el hogar. «Ya no llames tanto a ese señor Javier –le decía su hija Cristina- su esposa se va a poner celosa». Hacerla reír, preocuparse de su alimentación y hacerle masajes en la espalda, cuenta, ha sido la sencilla terapia que la ha mantenido a flote en medio de un desembalse de exigencias y promesas que caminaban tambaleantes sobre la delgada frontera que separaba el heroísmo de las fantasías alucinatorias. Seamos realistas, exijamos lo imposible, clamaban los jóvenes revolucionarios franceses del famoso mayo de 1968 en París. Esa misma frase parecía haberse pintado en las paredes interiores de las casas de este puñado de personas en nombre de lo que para unos era una ilusión y para otros un derecho.

Nora Delgado, directora de de Educación Intercultural Bilingüe del Ministerio de Educación. Foto: La República

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La épica de los 20 días previos al inicio de la era a distancia en la educación pública del Perú no habría tenido la misma trascendencia si, después del primer efecto, todo se desinflaba. Era posible. El desgaste había sido inmenso. Hay partidos de fútbol donde vemos a un equipo dándolo todo en el primer tiempo y llegando al segundo derrotado, ya sin combustible.

Varias semanas después, sin embargo, el miércoles 27 de mayo, los medios de prensa nacionales hacían eco de una noticia que llegaba desde el extremo oriente. Al-Yazira, el canal de televisión considerado el principal canal de noticias del mundo árabe, había hecho un reportaje sobre la estrategia «Aprendo en casa». El cintillo de presentación decía: «Escuche, mire, aprenda: el sistema escolar de Perú llega a las ondas», describiéndolo como «el programa que cubre los planes de estudios escolares para niños encerrados». Destacaba particularmente la velocidad de su implementación y el hecho de haberse convertido de inmediato en la programación más sintonizada del Perú.

El 4 de junio otra noticia empezó a rebotar en la prensa nacional: Unesco había incluido a esta estrategia en su lista de buenas prácticas latinoamericanas en el campo de la difusión de la cultura y las artes. Además, Deutsche Welle, la cadena internacional de noticias de Alemania, destacaba también el impacto logrado, pues «Aprendo en casa» llegaba al 90% de la población escolar confinada en sus hogares, con una programación diaria de más de cuatro horas de televisión y seis horas de radio, sin mencionar la plataforma virtual, con recursos disponibles de forma permanente. Para entonces, se venía produciendo ya 84 programas de radio semanales en nueve lenguas originarias, además del castellano.

En términos generales, el eco y el impacto de este esfuerzo, que no se interrumpe hasta ahora y que no ha dejado de retar al máximo a los equipos que lo producen, ha sido bueno, bastante mejor del que esperaban sus protagonistas.

No obstante, la felicidad nunca es completa ni duradera. Al-Yazira recogió también el testimonio de Marlith Norabuena, una maestra de escuela rural, explicando la precariedad que sirve como telón de fondo a este esfuerzo colosal: «Cuando llueve o hay cambios en el clima, las señales de televisión, radio e internet, que ya son muy débiles, dejan de funcionar por completo». Y claro, Marlith tiene la suerte de vivir donde todavía llegan estas señales. Hasta el 2019, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Hogares que aplica el Instituto Nacional de estadística (INEI), solo el 32,1% de los hogares peruanos cuenta con una computadora y solo el 35,9% con acceso fijo a internet.

Lamentablemente, no es la única dificultad. Si bien, según la misma encuesta, el 80,7% de los hogares están equipados con una televisión y el 51,7% tienen una radio, lo que Aprendo en Casa ofrece a través de ambos canales en términos de recursos y oportunidades, es bastante menor respecto de lo contenido en la plataforma virtual. Además, aunque las familias que cuentan con al menos un teléfono celular llegan al 92,1%, tenerlo no implica que esté necesariamente disponible para los niños, si acaso es la herramienta de trabajo del familiar propietario o si tiene un plan de datos limitado.

Niños de Piura siguen Aprendo en Casa por radio al no tener acceso a Internet. Foto: Walac Noticias

Hay más. Seis meses después del inicio de clases bajo modalidad remota, el Ministerio de Educación ha hecho público que 300,000 alumnos aproximadamente, el 15% de la matrícula nacional, han dejado la escuela obligados por las duras circunstancias. A la fecha, las muertes por COVID-19 suman más 30,000 en el Perú y más de 700,000 los contagiados. La otra secuela de la pandemia es el desempleo: casi 7 millones de personas han perdido el trabajo en todo el país desde el inicio de la crisis.

Pero las causas de la desconexión obedecen también al agotamiento que está produciendo la educación remota, no solo en el Perú, una modalidad que, hasta hace un año, nadie en su sano juicio habría recomendado utilizar para educar niños y menos como única opción.

El abandono en estudios a distancia en estudiantes universitarios suele estar sobre el 60%, según estudios de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia de Colombia; y sus causas, de acuerdo con una amplia revisión de la literatura especializada efectuada por Ángeles Sánchez Elvira en 2016, no son ajenas a la percepción que se tiene hoy de este fenómeno en la educación escolar remota: falta de información y orientación, problemas de comunicación e interacción, apoyo institucional débil, formación previa insuficiente, déficit en competencias digitales, gestión difícil del tiempo frente a las dificultades y otras obligaciones, escasa motivación intrínseca, ansiedad académica, carencia de estrategias y hábitos de estudio eficientes, expectativas poco realistas, etc. Lamentablemente, no hay otra opción disponible por ahora y nos encuentra, por añadidura, mal equipados como país.

Es unánime la percepción de que la respuesta educativa a esta crisis –que tanto países ricos como pobres han debido improvisar– ha dejado aún más al descubierto profundas desigualdades sociales. Desigualdades innegables que, en nuestro caso, se arrastran desde la llegada de los europeos a América, hace 500 años y que 200 años de vida republicana no pudieron o no eligieron resolver.

Ese es el problema que el Aprendo en Casa radial para pueblos indígenas en el Perú no quiso ignorar y el que ningún programa de educación, remota o presencial, debería desatender. Lamentablemente, es también el tipo de problemas que la educación por sí sola no podrá arreglar.

Lima, 12 de junio de 2020

 

Luis Guerrero Ortiz
Docente, graduado en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), con estudios completos de maestría en Política Educativa en la Universidad Alberto Hurtado de Chile, y posgrados en Terapia Familiar Sistémica (IFASIL), Periodismo Narrativo y Escritura Creativa (Escuela de Periodismo Portátil de Buenos Aires). Ha sido profesor principal en el Instituto para la Calidad de la PUCP y consultor de UNESCO en políticas de formación docente. Socio fundador de ENACCION y de Foro Educativo. Ha sido consultor de GRADE (Proyecto FORGE) y asesor pedagógico en el Ministerio de Educación (Despacho del Ministro) entre el 2001-2002 y el 2010-2013. Ha sido asesor en la Oficina de Educación de UNICEF y el Consejo Nacional de Educación; profesor principal de la Escuela de Directores y Gestión Educativa de IPAE; ha sido docente de posgrado en la Universidad Católica y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es miembro del Consejo Consultivo de Enseña Perú. Escribe ficción en su blog El río de Parménides.