EDITORIAL
No te rindas por favor no cedas,
aunque el frio queme,
aunque el miedo muerda,
aunque el sol se ponga y se calle el viento
Mario Benedetti
«En este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas, la otra es conseguirlo». Esta frase de Oscar Wilde nos recuerda con tristeza cómo parecen devaluarse las metas que anhelamos con pasión una vez conseguidas a un alto costo. Es lo que hoy amenaza a varias políticas educativas nacionales, fruto de la tenacidad de diversos actores dentro y fuera del Estado, a través de largos procesos de maduración y concertación política, técnica y social.
Ejemplos sobran: la ley general de educación, la reforma universitaria, la carrera pública de docentes, el currículo de educación básica, el proyecto educativo nacional, todos ellos producto de años de trabajo concertado muy exigente, cuya relevancia les permitió trascender sin mayores interferencias más de un ministro y de un gobierno con distintas posturas políticas. Más allá de defectos y limitaciones, todos estos instrumentos han ido dibujando mejores escenarios para encaminarnos a una educación menos desigual y más a la altura de las necesidades de estos tiempos. Los temas por corregir no son pocos y el trecho por recorrer todavía es largo, pero si comparamos con lo que podíamos exhibir como país a fines del siglo XX, se pueden notar las grandes diferencias.
¿Se puede acaso hacer retroceder el reloj de la historia? El Consejo Nacional de Educación se pronunció públicamente para alertar de posibles y graves retrocesos en los procesos de regulación y licenciamiento de las universidades, en las medidas hasta ahora adoptadas para dar continuidad a los estudios de millones de escolares de aquí al 2021, en el desarrollo de la Carrera Pública Magisterial, en los esfuerzos por mejorar la educación a distancia, y en el presupuesto destinado para afrontar los difíciles escenarios del próximo año escolar. En realidad, la lista de lo que el fugaz gobierno de Manuel Merino tuvo ganas de borrar era un poco más larga e incluía el currículo nacional, en particular los enfoques que sustentan una educación capaz de construir ciudadanía democrática que, como se ha podido apreciar en estos días, es hoy más urgente que nunca.
¿Puede un gobierno precario, surgido de una celada con dudoso fundamento legal e impostada preocupación por la moralidad, urdido por personajes que tienen el 80% de rechazo de la población y varias deudas con la justicia, borrar en 5 meses lo que costó al país un trabajo sostenido durante más de veinte años? ¿Pueden los grupos habituados a convertir el Estado en su patrimonio romper la barrera de contención y asaltar el poder para redibujar el país a la medida de sus intereses? Lo han intentado y lo van a seguir haciendo, no cabe duda. Que lo logren, dependerá de nosotros.
Alberto Vergara ha publicado un artículo en el New York Times advirtiendo que la democracia peruana agoniza, víctima de una «política carterista». Una práctica que ha devaluado la política y que ha hecho de la ambición, cuando no del fanatismo misógino o racista, el principal motivo que impulsa a muchos a tener protagonismo en la vida pública. Que pobre educación ciudadana hemos ofrecido a generaciones anteriores, movidos por la terca ilusión de que saber leer y a sumar basta para volver justa y honesta a la gente.
No obstante, quienes están demostrando una firme voluntad para no dejarla morir y no dejarse engañar por discursos melifluos que esconden en frases patrióticas sus reales intenciones, son los jóvenes. Los mismos jóvenes que están ganando ciudadanía a partir de su indignación, no por lo que les hicimos copiar en las pizarras de sus escuelas.
«Winter is comming», es la famosa frase que pronunció Ned Stark en el primer capítulo de Juego de Tronos, anticipando acontecimiento terribles y sangrientos. Por el bien de nuestra educación, está en nuestras manos que esta profecía no se cumpla, ni ahora ni nunca.
Comité Editorial
Lima, 16 de noviembre de 2020