Si escuchas que las marchas convocan a cuatro gatos, debes saber que somos miles de miles, en impensables distritos de Lima, en muchísimas ciudades del país.
Si alguien dice que esto está siendo azuzado por alguna izquierda, se evidencia que está desconectado de la calle. En las marchas nadie dirige, son cientos de grupos y grupitos variados, espontáneos, dispersos, que confluyen debido a un espíritu común.
Si alguien sostiene que son violentas, vale reírse. La violencia se origina en una policía que va al choque. Los oficiales nunca aprendieron a canalizar las energías callejeras.
Esto es una fiesta popular.
Cuando los jóvenes marchan, son aplaudidos desde las ventanas y los balcones, son respaldados con entusiasmo desde tiendas y por ancianos que aplauden parados en las esquinas y por choferes que se suman a los coros y los aplausos.
Y ni qué decir de los policías que no participan de la represión brutal y ven pasar a los manifestantes mientras saludan moviendo ligeramente la cabeza.
Y lejos de las marchas, las ollas se amplifican en los barrios y su sonido contagia. Su alegría nos dice que esto ya es francamente incontrolable.
El Perú se está moviendo. Hace tiempo que no pasaba esto.
Nadie manipula, aunque quisiera. Nadie lo puede aprovechar, por más que se pare delante de las cámaras o de los periodistas entregados al efectismo que frivoliza la energía ciudadana. Ay los periodistas!
Mientras tanto, el jubilado premier y los ministros del ripio salen a declarar a los medios haciendo gala de una abrumadora desconexión con la vida.
Si vuestra pesadilla es Chile o Bolivia, tienen aún tiempo para reaccionar, pues esto es bien ingenuo aún.
Si le temen al desborde social, deben saber que esto se atempera si la gente siente que, por fin, es escuchada… y tomada en cuenta.
Esto es una bola de nieve.
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¡Vamos Perú!
Lima, 16 de noviembre de 2020
