Priscilla Talavera Lacunza | EDUCACCIÓN
Al empezar mi investigación para poder escribir esta pieza, de pronto vino a mí la eterna pregunta a la cual nos enfrentamos constantemente psicólogos educativos, médicos pediatras, y, por qué no, también educadores: ¿Se puede diagnosticar de algún trastorno del neurodesarrollo a un niño en etapa temprana? Y por “etapa temprana” me refiero a las edades comprendidas entre los primeros meses de vida y los 5 años. Seguramente, leyendo estas líneas, varios habrán respondido de manera inmediata con un “no” rotundo y severo, pero permítanme intentar cambiarles el paradigma.
No es difícil encontrar profesionales involucrados en la educación primaria e inicial que se encuentran tremendamente asustados por el concepto de diagnosticar a un niño. Cuando uno, como profesional, se enfrenta a la difícil situación de tener que comunicar a los familiares que uno de los suyos tiene problemas que necesitan ser tratados e incluso medicados, se abren dos posibilidades: Evitar la confrontación o hacerse cargo de lo hallado.
La carga emocional que conlleva el recibir un diagnóstico, y más acerca de un hijo pequeño, es enorme y las reacciones no siempre son las más apropiadas y son estas las que más nos intimidan como profesionales. Muchos de los que trabajamos en este ámbito nos hemos visto enfrentados, alguna vez, a un momento tenso y visceral propiciado por algún padre o madre que se había sentido directamente atacado por lo que le estábamos diciendo acerca de su pequeño.
Otro factor son los criterios determinados por los manuales de diagnóstico que usamos tanto psicólogos escolares y médicos pediatras, y que varios educadores conocen. El que se utiliza actualmente es el DSM V, manual que fue implementado en el año 2013, hace 7 años. Este dato es muy importante si tenemos en cuenta que estos manuales son elaborados gracias a las investigaciones y hallazgos que aparecen en los años anteriores, es decir, estos criterios son dinámicos.
Entonces ¿Qué es lo que nos dicen las investigaciones de los últimos años acerca de la detección temprana? Ami Klin, investigador del Marcus Autism Center en Atlanta – Georgia, lo resume en un artículo del 2018[i]: “En un futuro aspiracional, la salud pública debería concentrarse en promover las condiciones óptimas para un desarrollo temprano del cerebro, parecidas a las actuales campañas que promueven el cuidado prenatal, nutrición y vacunación”.
La tendencia actual nos está empujando a detectar riesgo de trastornos de neurodesarrollo en niños cada vez menores. El mismo Ami Klin investigó el contacto visual en bebes tan pequeños como de 2 meses de vida, a los cuales aplicó una técnica de seguimiento ocular (Eye Tracking) para determinar si es que fijaban la vista en los ojos de las personas interactuando con ellos o en un lugar distinto. Aquellos pequeños que no tuvieron un contacto visual adecuado fueron reevaluados a los 36 meses y se determinó que la poca fijación visual entre los 2 y 6 meses de vida, se encuentra estrechamente asociada a un diagnóstico de Trastorno del Espectro Autista en la evaluación de los 3 años[ii].
Es a partir de aquí que el concepto de “ventanas de oportunidad” aparece, el objetivo de éstas es poder capitalizar la neuroplasticidad que el cerebro experimenta durante los primeros años de vida. Es en el primer año en el que el cerebro dobla su tamaño y crece un 35% para los 3 años. Estas ventanas son determinantes para el cambio de curso de la condición, sin tomar en cuenta el ahorro económico que significa una detección e intervención temprana de este diagnóstico. En otras palabras, se puede cambiar vidas gracias a la prontitud de la detección.
Otra palabra comúnmente asociada al diagnóstico temprano es la de: “Estigma”. Se teme que un niño diagnosticado sea etiquetado de por vida, no solo por sus familiares y profesores si no por sí mismo. El tema parte del enorme tabú que aun representa la salud mental en nuestro país, aunque reconozco con gran alegría que varios profesionales se encuentran realizando esfuerzos para combatirlo. Sin embargo, solemos pensar que un diagnóstico encasilla y marca a un niño, haciendo que este resalte entre la multitud. Tener un trastorno del neurodesarrollo es como estar de pie frente a una puerta cerrada con candado, el niño y la familia saben que el aprendizaje se encuentra detrás de esa puerta, pero no encuentran la manera de abrirla. Es frustrante y doloroso no saber cómo ayudar al niño, familias se rompen y autoestimas se destruyen. Un diagnóstico es la llave para abrir ese candado, es darles una explicación a los padres de que es lo que está sucediendo con su hijo, una posibilidad de llegar al otro lado.
Es de esta manera y en este marco es que el terreno se abre para discutir y exponer este tema en nuestra práctica profesional. Abramos el dialogo a una visión y cultura de prevención, pero más importante, no tengamos miedo a hacernos cargo de aquellas observaciones que puedan llevar a un diagnóstico como estos. La detección e intervención temprana se hacen cada día más necesarias y el estigma que rodea a estas condiciones de pronto se transforma en oportunidad.
Lima, 8 de marzo de 2021
[i] Klin A, Jones W. An agenda for 21st century neurodevelopmental medicine: lessons from autism. Rev Neurol 2018; 66(Supl 1): S3-S15.
[ii] Klin A, Klaiman C, Jones W. Rebajar la edad de diagnóstico del autismo: la neurociencia del desarrollo social afronta un importante problema de salud pública. Rev Neurol 2015; 60 (Supl 1): S3-11.