Edición 68

Sé el cambio que quieres ver en el mundo: La crisis de las instituciones y la política

Algunos dirán que el cambio de una persona no hará nada frente a los graves problemas sociales. Eso subestima el inmenso poder de la capacidad de acción de las personas.

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Roberto Barrientos | EDUCACCIÓN

En el contexto actual de debates electorales y llamados a la conciencia para elegir al mejor candidato presidencial o congresal, quisiera plantear mi postura al respecto. Creo que el problema no trata solo de la elección buena o mala. Es decir, el compromiso con la democracia y el país no es de un solo día o de semanas antes, estudiando y conociendo las propuestas electorales o la vida del candidato. Creo que el compromiso y esfuerzo debe ser siempre, si no, lo otro no funcionará, aunque se elija al Nelson Mandela o Martin Luther King peruano. Ese compromiso continuo exige renuncias de todos, pero vale la pena.

La tesis de este artículo es que la transformación de la sociedad no está en las manos del poder político sino en la capacidad de acción de cada persona. Alguien dijo alguna vez que tenemos los políticos que merecemos. En mi opinión, los políticos son nuestros hijos. Así como los hijos toman mucho de los hábitos y costumbres de los padres, al punto de reflejarlos, de igual manera, los políticos reflejan las actitudes egoístas y mezquinas para con nosotros mismos y con los demás.

Idea 1. Si no cambiamos nosotros no cambia la política.

Fuente: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Gandhi decía “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”. En ese sentido, cabe hacerse la pregunta ¿Cuánto hace cada ciudadano por vivir de manera esforzada cada día lo que quisiera ver en el mundo? La respuesta a esa pregunta queda en el fuero interno de cada uno. Esa es la medida correcta del cambio social, político y económico. Si no nos esforzamos en cambiar nosotros, no esperemos mucho del cambio político. Es por ello que urge generar conciencia y contagiar acciones pequeñas, que multiplicadas se conviertan en un tsunami o pandemia positiva que nadie puede parar.

Idea 2. La libertad y autonomía son condiciones esenciales de una buena vida

Fuente: Imagen de Daniel Reche en Pixabay

El ser humano desde que nace esta signado por una fuerza interna que lo lleva la conquista progresiva de su independencia. Desde el gateo o balbuceo el niño hace grandes esfuerzos, que a veces no valoramos lo suficiente, por ser dueño de sí mismo. El ser humano busca y necesita autonomía. Este proceso de conquista de la autonomía que se observa en un niño pequeño es la clave de la vida humana. Necesitamos ser autónomos, somos unos conquistadores de nosotros mismos y de nuestra capacidad de acción. Sin embargo, hemos creado una sociedad que hace que delegamos nuestra autonomía al punto de hacernos daño. Por lo que tenemos el deber de recuperar la autonomía en diversas dimensiones de la vida. Ésta ha sido cedida a las instituciones. Las instituciones tienen el rol de velar por el bien común, pero cuando la institución quita autonomía a la persona en nombre del bien que afirma custodiar, entonces empieza la perversión. Esto ocurre en diversas dimensiones: En el mundo del aprendizaje, la salud, la solidaridad, el transporte, la seguridad ciudadana, la energía. En este ensayo analizaré los primeros cuatro.

Idea 3: La crisis de las instituciones ocurre cuando comienzan a monopolizar el valor que decían defender.

Fuente: Imagen de Jana Schneider en Pixabay

El monopolio del aprendizaje humano

El aprendizaje está impreso en el diseño genético de los mamíferos. El mayor ejemplo del aprendizaje humano es la adquisición de la lengua materna, el aprender a hablar. Una habilidad muy difícil, que se aprende de manera natural. Como alguien dijo alguna vez si la escuela tendría la misión de enseñar a hablar, entonces todos seríamos mudos.

En el momento en el que se institucionaliza el aprendizaje empieza un proceso de perversión. En efecto, hay habilidades que no se pueden aprender de manera natural por interacciones sociales, como las matemáticas. Pero ello no debió llevar a crear una institución, llamada escuela, que tenga el monopolio del aprendizaje. La institución debería apoyar esa autonomía de la persona en su proceso de aprendizaje, pero la monopoliza cuando se convierte en la única entidad que decide quien es un ser educado o no. Este monopolio se expresa con su poder de etiquetar personas con su certificación progresiva: educación inicial, primaria, secundaria, pregrado, posgrado. Quien no tiene todos esos sellos, a vista de la sociedad, no es un ser educado o un ser que ha aprendido. De esta manera se genera un nuevo tipo de segregación: los educados y los no educados.

Lamentablemente, el deseo de aprender y seguir aprendiendo de manera autónoma, que es lo más importante que tienen las personas para sobrevivir, es lo primero que destruye esa institución. No abogo por la anarquía, pero sí por sanos equilibrios. Se sabe que todo exceso es malo. Las instituciones son necesarias, mientras no asuman el monopolio total del valor que defienden. Es por ello que urgen movimientos que devuelvan a la persona el protagonismo de su vida, de su propio proceso de aprendizaje. La escuela puede o no sumarse a este movimiento por el aprendizaje autónomo y vital. Si la escuela no asume un rol activo podría convertirse, como ya viene ocurriendo en muchos casos, en un espacio solo para la custodia de los niños y jóvenes, pero el aprendizaje bullirá fuera de ella. Lo que ocurra dependerá de la decisión que tomen los docentes de a pie, funcionarios y padres de familia.

La salud

La iatrogenia es la acción médica de hacer daño al paciente al querer curarlo. La palabra viene del griegoIatros que significa médico y guennán que significa crear o producir. Es la aplicación de una medicina para curar algo que lleva a otro daño colateral. Por ejemplo, es común que personas sean internados en cuidados intensivos por algo y se contagien de una bacteria del hospital. Como se sabe, el entubamiento genera infecciones que aumentan la mortalidad.

La salud se desvirtúa en el momento en que quiere asumir el monopolio de las tres condiciones inevitables de la vida humana: El dolor, la enfermedad y la muerte. Esta desvirtuación ocurre cuando quiere solucionarlas desde una visión angosta de la realidad, de esta manera solo logra generar más dolor, más enfermedad y más muerte. Un ejemplo claro está en la obsesión de los humanos por vivir más y vencer a la muerte, lo que lleva, en muchos casos, a condiciones indignas de vida para los ancianos. ¿Sabían que la edad promedio de vida de un soldado romano era de 24 años? Por lo que cabe hacer la pregunta ¿A qué precio hemos alargado la vida humana?

La solución sería una salud que devuelva la autonomía a las personas. Atul Gawande, médico de la universidad de Harvard, plantea que existen dos tipos de médicos. El primero es el médico paternalista, que por cuidar a la persona no le consulta y simplemente le ordena, decide por ella. No dialoga. Por ejemplo, llega un paciente de 85 años con un tumor en el colon y sin preguntarle decide operarlo de inmediato, le salva la vida, pero sin saber si era lo que necesitaba o quería esa persona en ese momento de su vida. El segundo tipo de médico es el interpretativo o dialógico, es aquel que se baja de su pedestal y en diálogo entre iguales pone sobre la mesa todos sus conocimientos sobre la enfermedad que le aqueja y juntos construyen la solución que más convenga al paciente, siempre respetando su dignidad, autonomía y su felicidad. En este segundo caso, quizá el paciente tiene otras dolencias o tumores más graves, pero lo que quiere es no perder su movilidad y convivir con su familia, antes que pasar sus últimos meses yendo y viniendo de cuidados intensivos. Y juntos deciden que lo que le conviene es no operar y empieza un tratamiento de cuidados paliativos, lo que le permite llevar una vida digna sus últimos meses o años de vida.

Las respuestas a la enfermedad, dolor y la muerte no la tiene la medicina, ni la biología, ni la sociología. Es una respuesta personal y social que debe ser construida y enfrentada respetando la autonomía de la persona.

El transporte

Una persona normal puede caminar de 15 a 20 km diariamente, esta distancia se triplica cuando se usa una bicicleta, es decir se puede movilizar de hasta 45 a 60 km. Esto quiere decir que las personas se podrían movilizar sin necesidad de automóvil o bus en ciudades grandes como Lima. El sistema de transporte ha monopolizado la capacidad de movilización de una persona. La congestión vehicular es un desafío que enfrentan todas las ciudades con las consecuencias en contaminación, pérdida de tiempo valioso de las personas, aumento de la obesidad, etc.

¿Por qué no caminar o usar bicicleta? Porque el mundo laboral funciona con horarios estrictos y vivimos un “cronocentrismo”, cuando hasta en el mundo empresarial se está cuestionando el modelo de fábrica de 8 horas al día de trabajo. La productividad y éxito de los nuevos trabajos no se mide por el tiempo de estar sentado de un trabajador sino por la resolución de problemas, creatividad y colaboración que ocurra. Urge devolver a las personas su autonomía en la movilidad y en el trabajo.

La solidaridad

El prójimo es aquel que está cerca de mí y que necesita mi ayuda concreta. En el momento en que se institucionaliza el valor de la solidaridad y creamos entidades burocráticas que ofrezcan solidaridad ocurren dos daños irremediables: En primer lugar, que el bien que se quiere otorgar no llega adecuadamente a las personas que lo necesitan y no la dignifican. La institución no logra ser eficaz en su cometido porque la brecha es cada vez más grande. En segundo lugar, daña a todos los ciudadanos, porque la persona ya no ejerce su generosidad y ayuda al otro, porque ya la delegó. Los seres humanos no se realizan si no salen de sí mismos, si no cuidan de otros. No es feliz quien vive encerrado en sí. En el egoísmo e individualismo se destruye a la persona y a la sociedad. Entonces, cuando se crean instituciones que monopolizan el cuidado al necesitado, al prójimo, se producen dos daños colaterales.

Por lo tanto, ¿no deberían existir instituciones como el Ministerio de Inclusión Social o el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables? Quizá sí, pero como se mencionó más arriba deben existir en sano equilibrio, como soporte, sin quitar el deber de cada persona de salir al encuentro del prójimo. Las instituciones deberían de tener como fin el promover, ofrecer soporte, mas no monopolizar el valor que defienden.

Idea 4: La salida es despertar la capacidad de acción de las personas

Fuente: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Hemos renunciado a nuestras necesidades y valores intrínsecos. De esta manera se ha permitido que las instituciones los ejerzan, lo cual ocasiona daños no menores a nosotros mismos y a la sociedad. Mientras ello siga así venga el político que venga las cosas no cambiarán. Puesto que, como afirmé al inicio, los políticos son nuestros hijos.

¿Qué se puede hacer? Actuar y perseverar. La capacidad de acción está en el núcleo de la libertad de las personas. La mejor manera de curar la enfermedad de las instituciones es recuperar en uno mismo esa autonomía e independencia y contagiarla a los demás. Si cada uno se cambia a sí mismo, ayuda a cambiar a otra persona o a un barrio fortaleciendo la autonomía en las dimensiones mencionadas y otras más no importaría qué presidente se tenga, porque se habría iniciado el cambio del país y sociedad.

En aprendizaje: Una acción concreta es empezar a aprender por cuenta propia, no por un grado, título o por la nota. Recuperar en uno mismo el hambre de aprender, despertarlo. Aprender lo que sea y, si se puede, ponerlo al servicio de los demás. Aprender para la vida y en la vida misma. En educación existen modelos concretos que fortalecen la autonomía, como es el caso de las Redes de Tutoría, Big Picture Learning o algunos enfoques de Aprendizaje Basado en Proyectos.

En salud: Aprender a cuidarse uno mismo. No esperar a que el médico diga que se necesita mejor alimentación y ejercicio. Y si hay alguna enfermedad grave, no caer en la confianza ciega, sino construir juntos con el médico la mejor solución para continuar con una vida digna y autónoma.

En solidaridad. Recuperar y fortalecer las herramientas existentes como los comités de barrio o juntas vecinales para cuidar del que menos tiene. No solo económicamente sino también enfermedades del alma, como la soledad. ¿Cuántos ancianos viven solos y una sonrisa o una tarjeta puede cambiarles el día?

En transporte. La pandemia ha generado nuevos hábitos positivos como andar en bicicleta. Estos últimos meses se han inundado las calles de ciclistas todos los días. Ello es un logro, un hábito que debería permanecer y contagiar a más personas.

Conclusiones

He querido esbozar sólo unas ideas de esperanza. Alguno dirá, el cambio de una persona no hará nada frente a los graves problemas sociales e institucionales existentes. Eso subestima el inmenso poder de la capacidad de acción de las personas. Cuando cada uno asuma y renuncie a ciertas comodidades para esa conquista personal de la propia independencia, entonces empezará una verdadera reforma, no solo de la política, sino de los cimientos mismos de la sociedad, y empezaremos a tener políticos distintos, hijos de esa sociedad.

Invito a ver estos dos videos que muestran el inmenso poder de contagio de la capacidad de acción de un ser humano: La revolución de la amabilidad y la unión para enfrentar desafíos comunes.

Lima, 08 de marzo de 2021

Roberto Barrientos Mollo
Educador. Coordinador General de Comunidades de Aprendizaje , www.comunidaddeaprendizaje.pe , un proyecto de transformación social y cultural de la escuela y su entorno mediante la implementación de Actuaciones Educativas de Éxito. Es docente e investigador de la Universidad Marcelino Champagnat.