Patricia Andrade | EDUCACCIÓN
Hace ya cerca de un año nuestras vidas cambiaron de manera dramática. Era 06 de marzo de 2020 cuando se detectó el primer caso de COVID en el Perú. Pocos días después, el entonces presidente Vizcarra declaraba estado de emergencia sanitaria, con un conjunto de medidas destinadas a mitigar los riesgos de contagio.
Entre estas medidas, el confinamiento fue sin duda una de las de mayor impacto en nuestras vidas, a nivel personal, familiar y de país. Nos colocó en una situación inédita. Todo lo que antes nos era tan natural, como ir a trabajar, ir al cine, de compras, a reuniones con amigos y familiares, a nuestros centros de estudios; fue puesto en suspensión. Nos encontramos todos forzados a permanecer en casa: TODOS, al mismo tiempo y todo el tiempo. Y ya no había que ir al trabajo… pero en numerosas familias el trabajo entró a la casa y si antes nos quejábamos de largas jornadas, ahora la jornada no parecía tener fin, un día se sucedía al otro, perdiendo sentido los fines de semana.
Por si fuera poco, en los hogares de más de 8 millones de estudiantes del país el servicio educativo se trasladó al espacio familiar, esto pasó en educación básica y también en superior. Ahora, ya no solo era convivir entre nosotros y nuestros trabajos; ahora también con los docentes, directivos, tutores de nuestros hijos… a más chicos en edad escolar en casa, más personajes ingresando a la dinámica familiar.
En medio de una sensación creciente de vulnerabilidad e incertidumbre, de estrés producto del encierro, nuestras rutinas fueron sacudidas por sucesivas disrupciones, se alteró nuestra forma de convivir, de trabajar e interactuar… Definitivamente parecía que el mundo se había puesto al revés.
La paradoja: ¿Las disrupciones pusieron las cosas al revés o las enderezaron?
Hay un poema de Mario Benedetti que se llama Transgresiones y que con frecuencia se me ha venido a la mente en estos tiempos. Acostumbrados a mirar la transgresión como algo negativo, en este poema Benedetti nos dice que le gustan ciertas frugales transgresiones, aquellas que le permiten enfrentarse con osadía a mandatos crueles, aquéllas que le hacen recordar que está vivo; lo leo y me he preguntado si tanta disrupción en nuestras vidas no son también una invitación a preguntarnos por el sentido y validez de nuestra vida habitual.
Cuántos de nosotros, al cierre del año pasado, no hemos hecho un balance de lo que hemos aprendido a valorar o revalorar, durante esta etapa tan dura y difícil; desde el hecho de estar sanos, vivos, con trabajo, hasta la capacidad que tantos han o hemos demostrado, al reinventarnos para sobrevivir y mantenernos productivos e incluso solidarios, conectándonos con redes de apoyo y movimientos espontáneos dirigidos a llevar ayuda ahí donde había mayor necesidad. Porque, claro, la pandemia no sólo nos mostró cuan vulnerables somos, sino también cuan desiguales. Y nos hemos preguntado si lo que hemos estado acostumbrados a hacer sigue siendo lo que queríamos para nuestras vidas, o si acaso hay otras formas de hacer las cosas que nos hagan sentir mejor para nuestros proyectos y aspiraciones individuales y colectivas.
Hemos constatado que en muchos casos podemos trabajar y ser eficaces de manera remota. Con el ahorro de energía y optimización de tiempo que eso implica, tendremos que aprender a regularnos para que el trabajo no invada la vida cotidiana.
Hemos reaprendido a estar más en familia, nos hemos reencontrado y hasta descubierto con sorpresa, nuestras virtudes y manías, realmente aprendimos a convivir mejor (tuvimos que hacerlo), aunque en muchos casos se comprobó también que la posibilidad de convivir en armonía se había extinguido. Cuando se vuelva a la normalidad, a la nueva normalidad, debemos ser capaces de conservar los encuentros, esa íntima y grata convivencia que logramos generar, o de resolverla, si acaso la constatamos agotada.
Muchos desplegaron emprendimientos para generar ingresos, habrá que aprender a hacerlos sostenibles. Es mucho lo que hemos aprendido, desaprendido y reaprendido en estos tiempos. Sin duda la pandemia nos desafió y, al hacerlo, hay un saldo positivo de aprendizajes que podemos recuperar y poner en valor.
¿Qué es lo que aprendimos en educación?
En educación estas disrupciones fueron dramáticas. Tanto como las oportunidades y aprendizajes.
Lo primero y más impactante es que el hogar se convirtió en el espacio de aprendizaje y este sólo hecho trajo importantes disrupciones a la dinámica familiar, pero también a la forma como concebíamos el aparentemente simple acto de enseñar y aprender.
1) Las familias -padre, madre, hermanos, tíos o abuelos- tuvieron que organizar el acceso a los dispositivos en casa y organizarse para acompañar a sus hijos, especialmente en el caso de niños pequeños; no fueron pocas las que tuvieron que adquirir dispositivos para el trabajo remoto. Y si bien fue estresante, sobre todo al inicio, el incorporar a su dinámica familiar los horarios, demandas y ritmos del aprendizaje de sus hijos, esfuerzo multiplicado por el número de hijos en edad escolar; también fueron surgiendo ganancias. Descubrir, por ejemplo, qué y cómo aprenden sus hijos, qué les atrae más, cómo interactúan con sus compañeros y docentes; y descubrirse a sí mismos capaces de asumir un rol más activo en el aprendizaje de sus hijos, mucho más del que venían asumiendo, limitado con frecuencia a vigilar cumplimiento de tareas y recibir las notas al término de cada periodo. Podríamos decir que las paredes que encerraban formalmente el acto de aprender, la famosa caja negra, se abrió.
2) En cuanto a los docentes, la forma de enseñar y de vincularse con sus estudiantes dio un giro drástico, con todo lo que ello implica. No fueron pocas las dificultades que tuvieron que enfrentar ¿se pueden imaginar? Para muchos fue necesario mejorar su manejo de las TICs, explorar plataformas, conocer recursos, investigar; y el desafío mayor: repensar y rediseñar una organización de aprendizaje sostenida en la presencialidad, en función a tener a todos sus estudiantes juntos, en simultáneo, poder verlos y reconocer cuando estaban atentos y cuando no, para intervenir.Tuvieron que rediseñar y adecuar no solo las sesiones, también los horarios y las interacciones que se multiplicaron pues ahora tenían que comunicarse casi diariamente con cada familia de cada estudiante y con sus estudiantes en grupo y también de manera individual, para poder retroalimentar. Sus jornadas laborales se tornaron infinitas para poder cumplir con su función docente, contactar con cada familia y, en muchos casos, haciéndose cargo al mismo tiempo del aprendizaje de sus hijos en caso de tenerlos.
Y, sin embargo, con todo lo agotador que fue, con todo lo que tendrá que mejorar, esta experiencia también les trajo descubrimientos y abrió posibilidades.
Así como las paredes de las aulas cayeron, dejando ingresar a las familias; las puertas de los hogares se abrieron y los docentes pudieron ingresar. Una oportunidad extraordinaria para acercarse y conocer a cada familia, sus vidas, sus ritmos, sus dificultades, sus temores, sus duelos. Algo que siempre estuvo ahí, de pronto se hizo más visible: las familias son diversas, las condiciones en las que vive cada uno de sus estudiantes son diferentes; se hizo más visible cuánto afecta la dinámica familiar en los aprendizajes. Sólo este hecho les permitió reconocer y comprender mejor las particularidades de sus estudiantes.
También tuvieron la oportunidad de vincularse más con las familias y a establecer una relación de cooperación con cada una, tal vez como nunca lo habían podido lograr. La mutua colaboración familia-escuela, el mutuo reconocimiento y valoración, fue algo que sin duda marcó el trabajo del docente de una manera especial.
3) Otra oportunidad que esta modalidad remota de enseñanza trajo es que el trabajo se hizo más individualizado. Habituados a tener a todos sus estudiantes juntos, interactuando con todo el grupo a la vez; ahora pasaron a sostener interacciones con cada uno/a. Aquello que, en el contexto de una clase típica, con estudiantes agrupados según su edad (grado), y sesiones reguladas bajo un horario especifico, resultaba difícil de conseguir, ahora se convirtió en una situación indispensable, posible y hasta inevitable. Esto les permitió reconocer de una manera más cercana las particularidades de cada uno de sus estudiantes, confrontarse con la diversidad de situaciones y acompañar de manera más cercana y efectiva el progreso en el desarrollo de sus competencias.
4) En este acompañamiento se ha visibilizado algo que sabíamos: los estudiantes son diferentes. Y que el estar todos en el mismo grado y tener la misma edad, hecho reforzado por un sistema organizado por grados, no significa que todos deban aprender de la misma manera ni que deban alcanzar el mismo estándar de aprendizaje al mismo tiempo o presenten el mismo nivel de desarrollo de competencias al inicio de cada grado. Se hizo más evidente que nunca la necesidad de adecuar e individualizar los sistemas de enseñanza y de evaluación a estos ritmos y diferencias, a fin de dar oportunidades y acompañar los progresos individuales adaptando y adecuando.
5) También “descubrieron” (constataron) que no hay aprendizaje posible si sus estudiantes no están motivados y que la motivación es indispensable para que puedan aprender de manera autónoma; esto que es una de las competencias del currículo y una premisa pedagógica fundamental de un currículo por competencias, se hizo patente,
6) Otra ventana de oportunidad que se abrió es que la realidad entró al aula o al espacio formal de aprendizaje. A lo largo de los años hemos cuestionado una educación tradicional que no prepara para la vida, que no se conecta con la vida, con lo que pasa a nuestro alrededor; esa educación encerrada entre las cuatro paredes del aula de pronto fue liberada. El escenario de la pandemia, los comportamientos y decisiones, los datos y las noticias, la importancia de cuidarnos y cuidar a los demás; todo se convirtió en contenido educativo, en una ocasión para aprender.
7) Nos habíamos habituado a pensar en la escuela y la familia como dos espacios separados y reclamábamos mayor comunicación; ahora podemos reconocer que no lo son y que el aprendizaje se extiende más allá de las paredes del aula y el horario escolar. Lo hemos constatado, hemos visto cómo puede funcionar, se abrió la oportunidad para un tránsito más fluido teniendo a los estudiantes en el centro.
Estas son algunas de las oportunidades que se abrieron paso en el escenario de la educación remota. Tal vez no en todos los casos, ni todos a la vez y seguramente con mucho por mejorar y costos altos que habrá que aprender a regular, pero se dieron como evidencias de los cambios que son posibles.
¿Cuáles pueden ser los cambios de fondo que debemos sostener?
Las situaciones mencionadas son premisas que la pedagogía contemporánea señala como necesario para construir aprendizajes significativos. Una pedagogía en la que el aprendizaje no se circunscribe a los límites de las paredes del aula; vinculada al contexto, con relaciones personalizadas con los estudiantes y un trabajo colaborativo con las familias. Llegó la pandemia y nos atrevimos -no hubo más alternativa- a adecuar, innovar y flexibilizar; traer el contexto al aprendizaje de los chicos, entrar a las familias y hacerlas nuestras aliadas del aprendizaje, mirar y seguir a cada chico en su ritmo y posibilidades, adecuando lo que hacemos a sus contextos, sin dejar de alentarlos por ello.
Fue necesario flexibilizarnos y adecuar horarios y ambientes de aprendizaje, ajustar y reajustar sucesivamente la planificación y hasta la evaluación, es decir, todo el formato conocido de la enseñanza-aprendizaje, fue sacudido. Yfuimos capaces de hacerlo, de innovar, de adaptarnos, de ser flexibles ante las circunstancias particulares que cada día íbamos descubriendo en nuestros estudiantes.
Una de las mayores expresiones de esta flexibilidad y adecuación fue la norma de evaluación emitida por el Minedu. ¿Qué dice esta norma? Que, dadas las condiciones diversas y desiguales de los estudiantes, todos pasarán al grado siguiente en el 2021 y que, al comenzar dicho periodo lectivo 2021, deberá darse una evaluación diagnóstica de entrada con la finalidad de reconocer los distintos niveles de desarrollo de las competencias de los estudiantes para, a partir de ello, determinar sus necesidades de aprendizaje y orientar lo que se necesita hacer para la consolidación de sus aprendizajes. Lo cierto es que esto es algo que se necesita hacer siempre, porque los estudiantes siempre ingresan a cada grado con niveles de desarrollo diversos. No debiera ser una excepcionalidad.
Tal vez alguno dirá, pero si esto ya lo hacemos. La pregunta es ¿cuántos lo hacemos? A juzgar por los resultados, podemos decir que, en los pocos lugares donde esto ocurre, representan experiencias extraordinarias, producto de esfuerzos aislados. Ahora, podría convertirse en tendencia, podría convertirse en una experiencia más generalizada, casi inevitable.
No digo que haya sido fácil ni que lo hecho esté exento de sesgos y errores. No ha sido fácil porque somos -todos, educadores y familias- herederos de una concepción de la educación que persiste en concebir la educación como transmisión y repetición de contenidos; cuando de lo que se trata es de desafiar y ayudarles a desarrollar su capacidad para pensar por sí mismos y resolver problemas, para reflexionar, analizar e interrogarse frente a lo que vive y buscar soluciones. Y si vamos más allá de la transmisión de contenidos, lo que solemos encontrar es una sobrevaloración de ciertas competencias, cuando de lo que se trata es de desarrollar en las y los estudiantes los diversos talentos naturales que cada uno trae y que son diversos.
Este sistema educativo que todos tenemos en nuestro imaginario, que la normatividad refuerza y que representa un legado de otro tiempo histórico, fue desafiado ante la pandemia.
¿Cómo encaminarse hacia una nueva (otra) normalidad?
La pregunta es ¿cómo hacemos para que sea sostenible, desde el sistema y desde lo que hace cada docente, familia y estudiantes?
Así como en lo personal hay mucho que hemos aprendido y, ojalá, se sostenga; asimismo en educación, este despliegue de esfuerzos, innovación, flexibilidad y adecuaciones tendrían que sostenerse. Estamos ante un umbral de oportunidad, podemos atravesarlo y regresar a lo de siempre -también en lo personal sin duda- o podemos hacer de lo vivido el punto de quiebre para poner al derecho lo que estaba al revés. Que lo aprendido y vivido en tiempos de pandemia no sea el paréntesis, que tanta vida sacrificada no sea en vano. Hemos aprendido a cuidarnos, hemos constatado cuan interdependientes somos, hemos visto y puesto en actuación conciencia y sentido de responsabilidad, como también todo lo contrario.
En educación estamos ante la oportunidad de poner al derecho muchas cosas que estaban funcionando al revés; tenemos la oportunidad de dar el salto a ese cambio de paradigma en el sentido de la educación y la forma de aprender de la que se ha hablado mucho a lo largo de los años.
¿Seremos capaces de convertir esta crisis en una oportunidad para realizar los cambios en profundidad que nuestros sistemas educativos necesitan? ¿O volveremos a reincidir en los viejos errores y la única novedad quedará reducida a la incorporación de las mascarillas y el alcohol a nuestras rutinas cotidianas?
Depende en mucho del esfuerzo y voluntad que cada uno, desde lo que le toca hacer, pueda dar continuidad a lo que la pandemia y el 2020 nos dejó y recuperar el sentido de la escuela y esta forma de aprender más colaborativa, más centrada en el estudiante.
Lima, 20 de febrero de 2021