Ramiro Escobar
Que un Papa diga, en este tiempo, que “conviene evitar una concepción mágica del mercado” es algo no sólo inusitado sino, además, desafiante. Que además sostenga que, durante la reciente crisis financiera, “se hizo pagar el precio a la población” hace que sus palabras lo aproximen a los indignados que emergen por los caminos de este mundo. Que encima afirme que la Tierra parece convertirse, cada vez más, “en un inmenso depósito de porquería” ya es casi milagroso.
O profético, en el sentido terrenal y no solamente teológico del término. Jorge Mario Bergoglio lo ha hecho, con un verbo intenso, lírico si se quiere, pero francamente más franco y rotundo que el de sus antecesores. Su encíclica ‘Laudato si’ (‘Alabado seas’, en italiano antiguo) es un texto que, si bien tiene un aire celestial –está inspirada en la austera y noble figura de San Francisco de Asís-, rasca donde pica, no da demasiadas vueltas para apuntar al corazón de los problemas.
Un Papa holístico
Lo más notable es que junta en un haz, casi como un entendido ambiental de este siglo, la ciencia, la sociología, la economía y la política para hablar de nuestra ‘casa común’, aquella que, como él mismo sostiene, puede quedar todavía más invadida de inmundicia si no se toman medidas responsables. Si un cristiano conservador esperaba que se quedara solo en una defensa sentida, beata, de los animales o los bosques, tal vez haya quedado profundamente alarmado.
Porque ‘Laudato si’ no es una versión escrita de ‘Hermano Sol, Hermana Luna’, la célebre película de Franco Zefirelli sobre el santo de Asís. Es un documento con tono de estadista, en el cual el Papa Francisco se atreve a enhebrar una suerte de gran ensayo sobre el cambio climático, y sobre los problemas ambientales en general, para poner el tema en la cancha global. A seis meses de la crucial Cumbre del Clima (COP21) de París que, se prevé, será tormentosa.
Bergoglio lo sabe y por eso ha hablado claro, sin muchos rodeos diplomáticos. Según él, cumbres como las COPs (Conferencias de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático), carecieron de decisión política, “no alcanzaron acuerdos globales realmente significativos”. Si uno navega por la encíclica, que ofrece una prosa suave pero contundente, se encuentra con constantes alusiones a esa ineficiencia casi desesperante.
En el No.54 del texto dice, por ejemplo,“llama la atención la debilidad de la política internacional”, que parece sometida a las finanzas. Más adelante cita el Documento de Aparecida –emitido en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano- para decir que en las intervenciones sobre los recursos naturales no deben predominar “los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida”. Sin duda, un insumo para el debate sobre conflictos socio-ambientales.
Estas y otras sentencias lo sitúan, por si no era ya claro, en las antípodas, o por lo menos harto distante, de los sectores más rancios de la jerarquía católica. Un dato a propósito de la cita anterior es relevante: el documento de Aparecida, que él mismo redactó siendo aún arzobispo de Buenos Aires, no contó con la simpatía del cardenal Juan Luis Cipriani y de otros pocos prelados, que ahora es posible que estén buscando la forma de dorar las fuertes píldoras de ‘Laudato si’.
Ciencia, ambiente y fe
Ya hay señales, globales, de resquemor. Jeb Bush, actual pre candidato republicano a la presidencia, católico de estirpe algo congelada, ha dicho recientemente que “mis obispos, mis cardenales o mi Papa no me dictan la política económica”. Una suerte de declaratoria de lealtad matizada pero incómoda, sonrojada por esta línea Papal que devotos de su talante no esperaban. Ni deseaban. En cierto modo, esta encíclica define la cancha vaticana con claridad política, no solo evangélica.
Francisco, sin embargo, se cuida de hacer únicamente llamamientos basados en la moral católica. En un acápite titulado ‘Contaminación y cambio climático’, le sale su vena de químico (ese fue su oficio antes de ser cura) para explicar cosas tan puntuales como la escasa cantidad de papel que se recicla, o la “gran concentración de gases de efecto invernadero” (hasta menciona a los gases por su nombre). Claramente, se alinea con la ciencia, en vez de sahumarla con distancia.
Esto hace que todo el conjunto de ‘Laudato si’ se sostenga en la evidencia científica, en la observación sociológica, en cierto análisis político y, por supuesto, en la reflexión teológica. No pierde el paso el Papa, pero tampoco da puntada sin hilo. Sabe que le está hablando a sus fieles, pero también al mundo, que como nunca esperaba con expectativa la palabra del Obispo de Roma en este espinoso asunto del calentamiento global. No se ha quemado al hablar sobre el tema, para nada.
Por el contrario, ha cantado claro y ha creado controversia, incluso entre sus propias filas, algo que, cristianamente hablando, hizo el propio carpintero de Galilea. Los apuntes sobre el delirio del consumo, por citar otro caso, pondrán en aprietos a más de un fabricante de comida chatarra que va a misa. “La visión consumista del ser humano- escribe-, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural”.
La apuesta del Papa, en buena medida, es por una “revolución cultural”, que intente neutralizar lo que él llama una “desmesura antropocéntrica”. Sin este cambio, no se podrá caminar hacia una ‘Ecología integral’, que contenga una urdimbre ambiental, económica y social. No valen los reduccionismos, parece decir, ni las ingenuidades, porque los hechos están allí interpelando no solo a los creyentes, sino a la sociedad humana entera, sumida en una visible y extendida injusticia.
Palabras fuertes
No es casual, finalmente, que buena parte del hilván con que Bergoglio cose este magnífico texto tiene el hilo histórico de la “opción por los pobres”. Cada vez que puede, repite o sugiere esta idea –“contemplar ante todo la inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes”, proclama en el No. 158 de la encíclica-, como teniendo claro que, en verdad, si el planeta se sigue hundiendo ya se sabe quién llevara la más peligrosa y peor parte.
Numerosos Papas, a lo largo de la historia, han dado encíclicas sobre el trabajo, la paz, la sociedad, la familia. Cuando Juan XXIII publicó ‘Pacem in Terris’ en 1963, poco antes de morir, recibió comentarios positivos de John F. Kennedy y Nikita Kruschev. Ahora, Barack Obama también se ha pronunciado favorablemente a ‘Laudato si’, aunque parece que lo importante, lo trascendental, es que la gente de a pie, incluso no católica, se ha interesado en este documento vaticano.
Bueno, pues, no hay muchos líderes mundiales que hablen claro. Y el Pontífice No. 266 de la Iglesia Católica Romana parece ser uno de ellos. No ha necesitado, para hacerlo, ser el Papa Negro, o Blanco, o el del fin de los tiempos. Simplemente, se ha franqueado con el planeta. Él mismo llama a esta reflexión “gozosa y dramática”, quizás porque es consciente del poder de sus palabras, y del riesgo real que corre nuestra especie justamente por alabarse sólo a sí misma.
FUENTE: LAMULA.PE / 2015-06-20