EDITORIAL
«Había una vez un espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se sentía de lo peor, porque sentía que no existía». Esto escribió Augusto Monterroso, maestro del cuento breve, y nos sirve para ilustrar lo que ocurre con la historia cuando tomamos decisiones, en cualquier campo de la vida, sin hacer ejercicio de memoria. Es decir, cuando nos negamos a vernos en ese espejo y actuamos como si la vida empezara con nosotros. Entonces nuestro pasado se deprime, porque todas las alegrías y padecimientos fueron vanos cuando elegimos actuar ignorando su existencia. En efecto:
- Hubo una vez en que el currículo escolar rebosaba de contenidos que los estudiantes debían memorizar y repetir sin entender ni saber qué hacer con ellos, fuera de repetirlos en el examen.
- Hubo una vez en que los docentes carecían de incentivos a sus méritos y progresos, que ganaban igual que los colegas menos comprometidos con sus alumnos y con la mejora de su desempeño.
- Hubo una vez en que la calidad de un docente se juzgaba por la cantidad de papeles incluidos en su legajo y no por sus habilidades profesionales.
- Hubo una vez en que a los directores solo se les pedía que funjan de administradores y se desentiendan de la calidad de los aprendizajes exhibidos por su institución.
- Hubo una vez en que los Institutos Pedagógicos funcionaban como colegios, trataban a los futuros docentes como alumnos de secundaria y se limitaban a llenarles la cabeza de contenidos.
- Hubo una vez también en que las universidades se manejaban como negocios, libres de todo control, que entendían la educación como mercancía, no como la satisfacción de un derecho.
Cambiar o empezar a cambiar estas realidades para ponerse a la altura de los tiempos y del avance del conocimiento ha supuesto rupturas y ha producido incomodidades. La razón es muy simple: ha desacomodado a muchos actores, habituados por años a hacer las cosas de una cierta manera. Así como ha habido quienes han dado la bienvenida a los cambios, ha habido quienes han reaccionado con indignación, descalificándolos y atribuyéndoles las peores intenciones.
No cabe duda, todos estos procesos de cambio no han sido perfectos. Se ha avanzado, pero han tenido fallas, distorsiones y dificultades que necesitan detectarse y corregirse. Esto exige evaluar antes de cambiar. Exige también distinguir los cuestionamientos que buscan hacerlos retroceder, de aquellos que buscan hacerlos avanzar. Exige además distinguir las propuestas de cambio dirigidas a mejorarlos, de aquellas que buscan suprimirlos o redirigirlos hacia objetivos opuestos.
Augusto Monterroso contaba también la fábula del maestro grillo, que daba a los grillitos una clase sobre el arte de cantar, diciéndoles que la voz del grillo era la más bella de todas por producirse mediante el frotamiento de las alas contra los costados y no con la garganta, como los pájaros, cuya melodía consideraba horrible. Cuenta Monterroso que, al ver esta escena, el director de esa escuela, «que era un grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la escuela todo siguiera como en sus tiempos».
Toda política pública tiene como propósito atender problemas de carácter público, es decir, de interés ciudadano. En el campo de la educación, el objeto de mayor interés público es la formación de sus generaciones más jóvenes, porque hacer posible la sociedad que queremos, una con igualdad y justicia social, necesita que estén preparados para asumir un rol diferente en un contexto histórico diferente. Un rol que requiere aprender a pensar, no a repetir. A ese objetivo necesita subordinarse todo.
COMITÉ EDITORIAL
Lima, 23 de agosto de 2021