Pedro Ravela | Facebook
En mi opinión el principal problema de la educación media en América Latina es la dificultad para conectar con los adolescentes. En las dos últimas décadas hemos avanzado en cuanto a considerar a la educación media como un derecho y pretendemos que todos los jóvenes la completen. Sin embargo, seguimos teniendo bajas tasas de egreso en este nivel.
Hay tres elementos clave para explicar el problema.
En primer lugar, la adolescencia es una etapa vital de cambio y motivaciones cambiantes. Por definición, durante la adolescencia uno no sabe bien qué quiere, está en búsqueda de una nueva identidad. Esto hace que motivar a los estudiantes sea mucho más difícil que en la escuela primaria.
En segundo lugar, se produce un cambio curricular. Pasamos a trabajar por asignaturas con un grado de abstracción mucho mayor que en la escuela primaria. Buena parte de los estudiantes en media nunca terminan de entender del todo lo que les enseñamos. Aprenden de memoria para intentar sobrevivir.
En tercer lugar, los adolescentes van teniendo cada vez más autonomía de sus familias para decidir si continúan estudiando o no. En la escuela primaria la mayoría de los niños no puede decidir por sí mismo abandonar la escuela sin el aval de sus familias. En la educación media la situación es diferente.
Creo que estos tres factores son la médula del problema: la confusión interior propia de la adolescencia, la dificultad para comprender las propuestas educativas y la autonomía creciente para tomar decisiones -que no siempre son las más acertadas-.
En la Encuesta nacional de jóvenes de Uruguay se pregunta a quienes no completaron la educación media por qué abandonaron los estudios. Alrededor de tres cuartas partes expresa como razón principal la falta de interés por lo que la educación les ofrecía. No entienden, no saben para qué les sirve, no es lo que buscan, se aburren. Lo podríamos denominar “síndrome de la deserción por desencanto”. La demanda creciente de educación media técnica por parte de los adolescentes es otro síntoma de este problema.
Haruki Murakami es un escritor japonés contemporáneo. Ha sido candidato al Premio Nobel de Literatura en los últimos años. Algunas de sus novelas más conocidas son Tokio blues, La muerte del comendador, 1Q84, Kafka en la orilla y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.
Recientemente escribió un libro autobiográfico en el que cuenta cómo se fue convirtiendo en escritor. El título del libro es De qué hablo cuando hablo de escribir. En uno de los capítulos repasa su experiencia en el sistema educativo y reflexiona sobre la misma. Si bien estudió Literatura en la Universidad, el paso por las instituciones educativas le aportó muy poco. Lo resume con esta frase “Nunca me ha gustado la institución que representa la escuela. He tenido algunos profesores excelentes y he aprendido en ella unas cuantas cosas importantes. Sin embargo, en el balance general debo decir que la mayor parte del tiempo que pasé en ella fue tan inútil como aburrido”.
El texto de Murakami, del que dejo un extracto más abajo, es agudo y movilizador. Obliga a pensar en varios temas:
- El papel de las calificaciones como eje del sistema educativo: el “juego” principal es obtener buenas notas y aprobar;
- La experiencia cotidiana en las instituciones educativas como un tiempo perdido en intentar aprender cosas a las que no se les encuentra sentido, mientras en paralelo se tienen intereses que no encuentran canales para desarrollarse;
- La importancia de la motivación interna como base para construir esfuerzo y disciplina de trabajo.
Murakami fue un estudiante de clase media, hijo de padres universitarios, que pudo abrirse un camino por sí mismo en la Literatura. Pensemos que la mayoría de los jóvenes latinoamericanos que abandonan la educación media no tendrá las mismas posibilidades.
Por eso estoy convencido de que el principal objetivo en la educación media -modesto pero nada fácil de alcanzar- debería ser ayudar a cada adolescente a encontrar y comenzar a cultivar una disciplina o área de actividad: la escritura, la música, un deporte, una ciencia, la historia, la literatura, la plástica, la matemática, la mecánica automotriz, la carpintería, la robótica, la cocina, o lo que sea. No todas las disciplinas, como presuponen los diseños curriculares -todos tienen que aprender todas las materias en los mismos tiempos-. Alcanza con UNA. Una vez que se conecta con algo, que se despierta algo parecido a una pasión incipiente, el resto vendrá por añadidura. Hay una base sobre la cual construir.
Erikson decía que cada etapa de la vida tiene una tarea psicológica fundamental y que la tarea principal en la adolescencia es construir la identidad. Encontrar un área de actividad que motive, interese y, ojalá, apasione, es fundamental para una identidad sana. En la educación media muchos adolescentes terminan construyendo identidades negativas, vinculadas a su experiencia de fracaso académico.
Obviamente para encontrar una disciplina que interesa hay que conocerlas, hay que tener la oportunidad de experimentarlas. Pero una cosa es explorar las disciplinas para buscar intereses y otra es obligar a los jóvenes a “aprenderlas” -memorizarlas- todas.
En muchos centros educativos se ha comenzado a explorar el trabajo en torno a proyectos que motiven a los estudiantes y que articulen los saberes de las distintas disciplinas. Ayudar a que cada adolescente encuentre y cultive algo que le apasione debería ser el principal objetivo de los proyectos. Una vez construida una motivación principal será posible incorporar y movilizar otros aprendizajes.
A continuación, un extracto del Capítulo 8 -Sobre la escuela- del libro de Murakami. Es un lindo texto para trabajar con estudiantes de Formación docente, para recuperar y analizar su propia experiencia educativa: De qué hablo, cuando hablo de escribir.
Montevideo, febrero de 2022