Se habla mucho sobre la importancia de los primeros 5 años de vida, sin embargo, poco se conoce de lo que la ciencia nos dice sobre el estrés en la etapa prenatal, postnatal y la infancia. Por definición, cualquier circunstancia en donde nos encontramos en peligro genera una respuesta de estrés por parte de nuestro cuerpo, esto es, una respuesta de supervivencia.
El cuerpo lo hace para poder enfrentarnos a la situación en la que nos encontramos, como el incremento de la frecuencia cardiaca, la producción de hormonas como el cortisol y la adrenalina, entre otros. A medida que vamos creciendo, vamos adquiriendo herramientas y estrategias que nos ayudan a sobrellevar el estrés de manera que no sea dañino. Sin embargo, cuando un menor es expuesto a situaciones de estrés, son las relaciones que tiene con los adultos las que determinarán que el estrés sea perjudicial o sea beneficioso para él.
No todo el estrés es malo. Según algunos autores podemos clasificar las situaciones estresantes en tres grupos. El primero es el estrés positivo: aquel que se refiere a episodios cortos y de respuesta moderada, como el aumento de la frecuencia cardiaca o producción hormonal leve. Se podría decir que este tipo de estrés es normal y tanto adultos como niños nos enfrentamos a situaciones cómo estás en el día a día: Conocer gente nueva, resolver problemas, tolerar la frustración. Luego tenemos el estrés tolerable, el cual se refiere a las repuestas que son potencialmente negativas sobre la arquitectura cerebral de los niños. Estas situaciones generalmente ocurren en un periodo de tiempo limitado, por lo que permiten que, al acabar la situación de estrés, el cerebro pueda ser capaz de revertir los efectos de manera casi completa, considerando siempre que exista una relación de soporte, cuidado y cariño con el adulto cuidador, lo que podría convertir a este tipo de estrés en una situación incluso beneficiosa para el menor. Esto puede ser la pérdida de un ser querido, el divorcio de los padres, un accidente, entre otros.
Finalmente, tenemos el estrés tóxico, término que se refiere a la activación fuerte, frecuente y prolongada del sistema de regulación del estrés. Aquellos eventos que podrían producir este tipo de respuesta son aquellos que son incontrolables y crónicos, además que son eventos en los que los menores no tienen ayuda o cuidado de un adulto protector. En estos casos las regiones del cerebro que se involucran en respuestas de miedo, ansiedad e impulsividad sobre producen conexiones neuronales, mientras que las regiones que controlan el razonamiento, planificación y la inhibición producirían menor cantidad de conexiones. Incluso se ha visto que la exposición extrema a este tipo de estrés genera cambios en el sistema de regulación, lo que hace que el umbral de este sea menor, por tanto, la persona experimenta estrés en situaciones que para otros son tolerables, por su parte esto generaría enfermedades físicas y mentales de adultos (1).
La respuesta hormonal de la que se habla incluye la producción de la adrenalina y el cortisol, estos ayudan al cerebro y al cuerpo a tolerar de manera adecuada las situaciones peligrosas, sin embargo, ambas sustancias causan daños a largo plazo si es que el cerebro es expuesto a estas de manera crónica y prolongada. Las investigaciones nos dicen que la afectación por exposición a cortisol podría llegar a cambiar la arquitectura de regiones del cerebro que controlan el aprendizaje y la memoria (2 y 3), otro descubrimiento que resalta por su importancia es el rol que el cortisol juega como interruptor genético y podría afectar la expresión de genes que regulan la respuesta ante el estrés a lo largo de la vida de las personas (4 y 5).
Claro está, que no todos los niños tienen la misma personalidad. La ciencia corrobora esto al decirnos que las respuestas al estrés pueden variar de una persona a otra. Sin embargo, se ha encontrado que aquellos que estarían predispuestos a una respuesta intensa del estrés se ven beneficiados por una relación de cuidado positivo con un adulto (6). Casi la mayoría de los estudios apunta a una conclusión: la calidad de la relación que los niños tienen con sus cuidadores juega un gran papel en la regulación de la producción de hormonas del estrés en los primeros años de vida.
Hasta ahora hemos resaltado el papel tan importante que juegan las familias en el neurodesarrollo de los niños, sin embargo, la calidad del cuidado temprano que reciba el niño fuera de casa también juega un rol crítico sobre la magnitud de la exposición a hormonas del estrés en los primeros años de vida. Los niños que pasan más tiempo en servicios deficientes de cuidado, con menos adultos por cantidad de niños, con interacciones menos afectivas, presentan mayores elevaciones en el nivel hormonal que aquellos que tienen una mejor calidad de cuidado fuera de casa (7), es por esto que los niños provenientes de familias con escasos recursos se encuentran en una posición vulnerable con respecto a los demás.
Pero existe una gran brecha entre lo que sabemos y las políticas con las que se regulan los servicios para la infancia temprana, lo que se ve representado en la alta rotación de profesionales, la cantidad tan baja de adultos por niños a su cargo en jardines y cunas, los mitos sobre el comportamiento de los niños pequeños y la poca educación que existe con respecto a este tema.
Entonces, la política educativa para la primera infancia debería basarse en la simple concepción de que si cuidamos a los adultos, los niños tendrán un ambiente cariñoso y protector donde puedan desarrollarse de manera adecuada. Los esfuerzos deberían centrarse en proveer servicios de asesoría y salud mental para que los adultos a cargo de niños pequeños puedan tener estrategias de manejo de sus propias emociones. Las oportunidades de desarrollo profesional también se hacen importantes para aquellos a cargo del manejo de centros de cuidado temprano, así como para sus trabajadores. La calidad de los servicios estatales y privados dirigidos al cuidado de los niños deberían ser auditados constantemente y las intervenciones deben ser basadas en los últimos descubrimientos científicos. Solo así podremos asegurar un futuro para los niños que hoy están a nuestro cargo.
Lima, 18 de agosto de 2022
BIBLIOGRAFÍA
(1) Shonkoff, J. P., Boyce, W. T., & McEwen, B. S. (2009). Neuroscience, molecular biology, and the childhood roots of health disparities: Building a new framework for health promotion and disease prevention. Journal of the American Medical Association, 301(21), 2252-2259.
(2) Lupien, S. J., de Leon, M. J., de Santi, S., Convit, A., Tarshish, C., Nair, N. P. V., … & Meaney, M. J. (1998). Cortisol levels during human aging predict hippocampal atrophy and memory deficits. Nature Neuroscience, 1(1), 69-73.
(3) Lupien, S. J., McEwen, B. S., Gunnar, M. R., & Heim, C. (2009). Effects of stress throughout the lifespan on the brain, behaviour and cognition. Nature Reviews Neuroscience, 10, 434-445.
(4) Gunnar, M. R., & Vazquez, D. (2006). Stress neurobiology and developmental psychopathology. In D. Cicchetti & D. Cohen, (Eds.), Developmental psychopathology, volume 2: Developmental neuroscience (2nd edition). New York: John Wiley & Sons, Inc.
(5) Weaver, I. C., Diorio, J., Seckl, J. R., Szyf, M., & Meaney, M. J. (2004). Early environmental regulation of hippocampal glucocorticoid receptor gene expression: Characterization of intracellular mediators and potential genomic target sites. Annals of the New York Academy of Sciences, 1024, 182-212.
(6) Barr, C. S., Newman, T. K., Lindell, S., Shannon, C., Champoux, M., Lesch, K. P., Suomi, S., Goldman, D., Higley, J. D. (2004). Interaction between serotonin transporter gene variation and rearing condition in alcohol preference and consumption in female primates. Archives of General Psychiatry, 61(11), 1146-1152.
(7) Gunnar, M. R., Kryzer, E., Van Ryzin, M. J., & Phillips, D. A. (2010). The rise in cortisol in family day care: Associations with aspects of care quality, child behavior, and child sex. Child Development, 81(3), 851-869.