En nuestro hermoso País ocurren miles de tragedias al día: los niños se encuentran con sus sueños, las escuelas los destruyen. Lamentablemente vivimos en un Perú con dos realidades que conviven y que chocan, la primera en dónde el niño quiere divertirse, explorar, aprender y hacer lo que le gusta. La segunda, donde los mayores exigen repetir lo mismo todo el tiempo, y cumplir lo que está escrito en libros protegidos por una jaula construida por la costumbre.
Tengo 16 años, soy de Cajamarca, Perú, y desde pequeño viví la primera realidad con mucha alegría y carisma. Sin embargo, notaba como a mis amigos junto conmigo nos arrastraban, lentamente y a la fuerza, a la realidad de los adultos, dónde los sentimientos de un niño importan menos, y la realidad se siente, francamente, un poco tétrica.
Deseo contarles cómo es que yo viví un cambio drástico entre realidades cuando era muy niño; la historia del pequeño Andreé:
Como si fuera un sueño, recuerdo medianamente claro estar en mi jardín inicial. En aquel tiempo tenía cinco años. Me acuerdo que miraba fijamente desde dentro de las rejas que separaba la primaria y secundaria de mi jardín. Y mientras observaba pensaba: “¡Hay mucho espacio para jugar!” Justo en ese momento, mientras lo pensaba, sentía dentro de mí una leve ansiedad porque ya deseaba ser un niño mayor. Pienso que no es porque no disfrutaba de mi jardín inicial, solo me daba curiosidad estar al otro lado de las rejas, quería sentir que es lo que era ser un niño grande. Siempre me preguntaba que había en esos salones que estaban sellados por puertas diferentes, esos salones que estaban alejados y desolados, algunos con color marrón claro. Había otros que estaban protegidos por rejas y otros que se notaban viejos en comparación de las aulas dónde entraban los niños,
Hay que avanzar un poco en el camino de mi vida hasta el día en el que di mis primeros pasos en la escuela primaria. En aquel día, mis ojos brillaban de alegría, comenzaba a tener una sensación en el corazón y en el estómago, percibía dentro de mí como olas de mar que chocaban una con otra. Mientras tanto, comencé a observar a mi alrededor, veía cosas que miraba de lejos en mi jardín de inicial, ahora tan cerca de mí: las puertas extrañas, los patios inmensos, los niños grandes. También por un instante observé mi jardín inicial (mí pasado), y con un suspiro de alivio acepté estar en dónde estaba. Y por cada paso que daba, un pensamiento llegaba. “¿Qué iré a aprender? ¿Me enseñaran lo que yo quiero? ¿Podre saber la verdad a mis preguntas?”. Cada pensamiento se convertía en un deseo, y cada deseo esperaba ser cumplido algún día.
Dejando de lado el primer día de clases, mientras pasaba el tiempo, sin darme cuenta, los sueños se apagan, y comencé a aborrecer la escuela. Se preguntarán ¿Cómo es que me comenzó a desagradar lo que tanto quería? ¿Por qué cada día mis sueños y mi chispita por aprender se apagaba? Y sobre todo ¿Por qué ya no me hacía ilusión ir a la escuela?
Creo ahora tener las respuestas a cada pregunta, y pienso que es porque no noté la libertad que yo esperaba, o porque nunca descubrí qué había en aquellos misteriosos salones desolados. Notaba que nos clasificaban desde los niños desde los que sacaban las mejores notas, hasta los que no lograban entender el tema. Y esto me dio a entender, en su momento, que el problema era yo, porque estaba un año adelantado y pensé que no era el momento de estar en aquel grado. Pero ahora, desde mi presente, sé que esa era una excusa para no quebrantar mi sueño de que la escuela es un lugar magnífico. Por ejemplo, cuando yo era pequeño tenía mucha motivación para aprender a hacer música, quería explorar y comprender la naturaleza, deseaba que me expliquen cómo funcionan las emociones y algunas veces solo quería saber el porqué de las cosas: por qué el cielo es azul, por qué el agua es transparente, etc. Pero siempre que preguntaba recibía un “ese no es el tema de clase”, o un “porque así se creó”.
La verdad, una de las cosas que aprendí que no fueron obligadas, fue lo ruidoso que puede ser el silencio en un salón de clases. Recuerdo mucho que cuando alguien participaba y se equivocaba los demás niños se burlaban al ver que la profesora rechazaba su respuesta. Eso no era lo peor. Lo peor fue ver que la maestra fríamente expresaba un “no”, lo decía molesta porque pensaba que el estudiante no estaba atento a la clase y lo comparaba con sus compañeros que sí pudieron entender el tema. Entonces poco a poco, mientras mis compañeros más se equivocaban y más rechazo había por parte de nuestra maestra, más se creaba el miedo a participar, más ansiedad había. Llegó un punto dónde la profesora preguntaba, y el aula se llenaba de silencio y yo en mi cabeza comenzaba a imaginar si la respuesta que yo daré está bien o será rechazada para ser burlada.
Uno de mis primeros sueños frustrados dentro de la escuela comenzó en un día normal, todos estábamos jugando y nuestra profesora nos estaba revisando la tarea. Sin embargo, había algo diferente, todos habíamos llevado una flauta. Yo, todo emocionado, estaba esperando impacientemente sacarla. Después de unas cuantas horas, de repente entró al salón un señor un poco bajito que utilizaba lentes. Nuestra profesora nos pedía silencio mientras nos explicaba que el señor que estaba ahí es nuestro tutor de música y que nos iba a enseñar a tocar flauta. Acabó la clase, nos habían enseñado lo básico, las notas musicales, el cómo agarrarlo, etc. A mí me gustó mucho, así que ni bien acabo la escuela fui a mi casa para practicar con videos de YouTube. Comencé a mejorar y a tocar muchas canciones. Cada día me gustaba más tocar ese bello instrumento. Sin embargo, pasaron los meses y nunca más el profesor fue a nuestra aula para enseñarnos flauta o algún otro instrumento. Yo seguí practicando hasta que vi algunas cosas que no podía comprender solo. Busqué a ese profesor cómo si fuera una aguja entre un pajar, pero nunca lo encontré y al no saber qué hacer con lo que me dificultaba, abandoné la flauta.
También pasó con aquellas aulas desoladas, que a veces tenía la suerte de que las abran por un minuto para sacar algo, o para hacer la limpieza. Lo que veía en tan pocos segundos era simplemente maravilloso. En un aula había moldes de esqueletos o huesos, cosas extrañas que en su momento no entendía que eran. En otra aula mis ojos brillaron porque había un sinfín de libros, algunos muy gruesos, otros muy delgados, de construcciones y mapas. En otra ocasión pude ver de lejos un aula que casi nunca abrían. Al momento de enfocar mi mirada observé unos cuadros colgados en la pared, unos dibujados solo con lápiz y otros muy, pero muy coloridos. Creo que ese día fue la primera vez que veía un cuadro o un dibujo en la vida real. Aquel día mis ojos brillaron, así que intente dibujar, hasta que mí profesora me quitó él papel dónde “dibujaba”. Acepté tristemente que me había equivocado y decidí esperar a que me enseñaran en algún grado, pero lamentablemente en toda mi primaria no llegó ese día. Fue así que, en toda mi primaria, yo con otros compañeros estuvimos con la intriga de explorar que había en aquellas aulas misteriosas y abandonadas.
Algo que pasó no solo conmigo sino con varios compañeros de mi aula, fue que nos crearon un sueño, nos ilusionaron para luego descartarlo y desecharlo al tacho de los sueños. Aquello pasó en quinto de primaria, cuando decidieron enseñarnos natación en la clase de educación física. Estábamos todos emocionados, pues casi nadie sabía nadar, y casi todos queríamos aprender. Fue así que después de un viaje de 20 minutos dónde todos estábamos emocionados y contentos, llegamos a la piscina. Así que nos bañamos, nos cambiamos y nos metimos al agua. Recuerdo con mucha alegría, y mucha noción que, dentro del agua hacíamos competencias entre nosotros, pero a apenas avanzábamos 3 o 5 metros. También recuerdo que nos propusimos mejorar nuestro aguante de respiración. Ese día fue una mañana maravillosa y alegre para todos nosotros, pues nos motivábamos para seguir nadando y nos ayudábamos cuando tragábamos agua. El profesor nos explicó muy poco, pero en ese momento a nadie le importo ya que pensábamos que íbamos a regresar. Saliendo ya de la piscina el profesor estaba diciéndonos que podríamos ser unos grandes nadadores si seguíamos practicando; (ahora que lo pienso, creo que lo dijo en una forma burlona). Me acuerdo que nuestros ojos brillaron, y comenzamos a hablar de cómo sería competir entre nosotros y aprender a nadar más y más. Algo gracioso que pasó, es que comenzamos a imaginarnos nadando profesionalmente y ganando competencias; ¡que ingenuos! Llegando al colegio nos dijeron que íbamos a ir una vez a la semana para seguir aprendiendo y practicando, sin embargo, pasó una semana y nuestra esperanza de ir a la piscina fue disminuida cuando nos informaron que no podíamos ir y que lo pasaban a la otra. Me acuerdo que lo aceptamos decepcionados, y esperamos una semana más para volver a nadar. ¿Y qué fue lo que pasó? Nos volvieron a decir que para la otra semana. Y así se pasó el mes, cada vez más desilusionados y desesperanzados para ir a la piscina. A veces, en el transcurso de los meses hablábamos de aquel día que fuimos a la piscina, y tristemente nos decíamos que queríamos volver.
Pasó el tiempo y en lo que restaba del año, y del año siguiente, nunca más volvimos a ir a la piscina. Probablemente todos lo habíamos olvidado, pero el sentimiento de desilusión y de deshonra estuvo ahí. Y fue así que pasé mi primaría; limitado, aburrido, intrigado y desilusionado. Esto me pasó a mí, tal vez algunos se sientan identificados o con historias similares, y me pregunto ¿No sería mejor si los niños vivieran – como dije al inicio – su realidad? ¿Podemos ya cambiar esto?
Cajamarca, marzo de 2023