Por María Paula Zacharías | LA NACION (Argentina)
Conservación, entretenimiento, educación, debate y vanguardia: todo eso, sumado a la interactividad con el público, se espera hoy de un museo. ¿Es posible lograrlo?
Algo está cambiando en los museos. Suena cumbia y hay barra de tragos en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. En el Museo Nacional de Bellas Artes las performances y la música interactúan con el patrimonio. Nacen y crecen relucientes museos privados. Los templos añosos del arte culto se actualizan con tiendas, cafés, merchandising, membresías para jóvenes, actividades para chicos y ciclos de música y cine. Las fotos ya no están prohibidas, sino que se alienta a compartirlas en las redes con hashtags y arrobas. Claro, los tiempos son otros y el museo va camino a ser un espacio amigable, informal, cercano, un punto de encuentro o un lugar de moda. Pero los cambios no se dan sólo a nivel superficial.
Las visiones sobre qué es hoy un museo son muchas, y abren debates que involucran cuestiones estéticas, arquitectónicas, tecnológicas y hasta geopolíticas. ¿Cómo convive la preservación con la función de intervenir en los debates contemporáneos? ¿Deberían los museos integrarse a la lógica del mercado o permanecer en la del arte ilustrado? ¿Cómo hablar a un público activo e informado?
Para plantearse esas y otras cuestiones, la Fundación TyPA (Teoría y Práctica de las Artes) de Argentina, y American Alliance of Museums (AAM) de Estados Unidos, unieron fuerzas para organizar El Museo Reimaginado, un encuentro con más de 60 oradores y 400 inscriptos, en su mayoría profesionales. Comienza este miércoles en la Usina del Arte, con el fin de analizar casos de transformaciones exitosas y buscar enfoques innovadores. No habrá sólo conferencias magistrales, sino también presentaciones ágiles, concursos de proyectos, almuerzos temáticos, talleres y un curioso juicio a los dispositivos electrónicos, con fiscales y abogados defensores. “Hay muchísimas ganas de conversar sobre los museos. Se está creando esa masa crítica que es indispensable para generar un cambio”, dice Américo Castilla, director de TyPA, que intenta imprimirle al encuentro un clima distendido. “Así queremos que funcionen estas instituciones: con profundidad, ideas inspiradoras, flexibilidad, informalidad, teniendo en cuenta al otro y sin bajar doctrina”, asegura.
Entonces, ¿qué es hoy un museo? “Es un espacio social, comunitario, un santuario, un centro de actividades, un refugio y un almacén del tesoro público. En ocasiones, todo a la vez. El mayor reto es tratar de ser relevantes para la comunidad, en un momento en el que la información se encuentra en la punta de los dedos, los ciudadanos están cada vez más pobres de tiempo, y el patrimonio está muchas veces bajo amenaza física”, analiza Seb Chan, gurú australiano en tecnología para museos. “Van a surgir nuevos tipos de instituciones privadas y públicas que replicarán las funciones tradicionales del museo. La única constante será el cambio, y los más flexibles y resistentes prosperarán”, vislumbra.
Uno de esos casos puede ser el museo-taller Ferrowhite, de Ingeniero White, un museo comunitario que alberga 5000 piezas del ferrocarril y el puerto reunidas entre los vecinos, y un lugar en el que las cosas, además de ser exhibidas, se fabrican. Ahí es normal encontrar cientos de personas jugando al Meccano, un bingo entre señoras que toman el té y un juego de memoria hecho por los visitantes. “Si algo perdieron en su larga historia son certezas. Los museos tienen alguna oportunidad de intervenir críticamente en la definición de nuestro tiempo si problematizan el pasado y, a su vez, intentan miradas hacia el porvenir, evitando que las cuestiones relacionadas con la identidad obturen la posibilidad del disenso”, piensa Nicolás Testoni, su director.
DE COSAS A PERSONAS
“Los museos hoy son espacios de encuentro y debate, pero también de educación no formal y esparcimiento. Los más exitosos son aquellos que, parafraseando al museólogo norteamericano Stephen E. Weil, pasaron «de ser museos sobre cosas a ser museos para personas». En América Latina esta transición todavía está en curso”, dice desde Chile Claudio Gómez, director del Museo Nacional de Historia Natural de ese país. Recomienda conocer a los públicos, tener una misión institucional clara, un equipo de trabajo motivado, echar mano de las redes sociales y estar atento al entorno.
Frente a la obra hoy se ha vuelto rara la actitud contemplativa. Los dispositivos electrónicos se interponen y generan un nuevo tipo de acceso. “Las redes pueden llenar las lagunas que existen entre los museos tradicionales y nuestro mundo moderno”, dice la especialista inglesa Mar Dixon, creadora de #MuseumSelfie y #MusSocks. “Son plataformas para que el público vea que los museos pueden ser y son diversión”, explica. La semana pasada la consigna fue #MuseumInstaSwap: diez instituciones de Londres se aliaron para compartir en Instagram sus historias. El 16 de septiembre será @AskACurator, el día para hacer preguntas difíciles a los curadores más respetados de la aldea global: participan 700 espacios de 40 países.
Luis Marcelo Mendes, consultor de comunicación de Fundação Roberto Marinho, dice que los museos deben entrar en la cultura de la apertura de la información, el libre flujo de datos. “Se reservan para sí mismos, como su primera obligación, la conservación. Sin su trabajo, la mayor parte del patrimonio ya habría sido reducida a escombros, como la destrucción de las estatuas históricas y el templo de Baalshamin de Palmira o la detonación de los Budas de Bamiyán. Pero la pregunta es cómo salir de la posición de software propietario, entrar en la era del software libre y revisar el significado de la autoridad”. Mendes se refiere a la idea de Open Authority de la blogger estadounidense Lori Byrd Phillips (activista de Wikipedia), que propone la integración de comunidades abiertas, digitales y cooperativas en el diálogo con los museos: “Una mezcla de experiencia institucional con los debates, experiencias y puntos de vista de un público amplio”.
Pero también los museos siguen planteando problemas vinculados con el patrimonio material de algunos grupos sociales. En este momento en el Instituto Nacional de Antropología se están embalando las 4500 piezas arqueológicas que habían sido ingresadas ilegalmente en el país desde 2003 y que en estos días serán restituidas a Perú y Ecuador. “Estamos empezando a hacer preguntas sobre lo que pasó y por qué, y qué pasó con nuestra cultura material. La respuesta obvia es que acabaron en colecciones de museos de todo el mundo como curiosidades. Pero se han convertido en repositorios culturales de nuestro saber indígena pasado, porque no tenemos un registro escrito. ¿Cómo conseguir el acceso a este conocimiento? Tenemos que trabajar en el cambio de conciencia de la sociedad mundial”, dice Sven Haakanson, conservador de Antropología Norteamericana en el Museo Burke de Washington, nativo sugpiaq, arqueólogo y artista.
El investigador Néstor García Canclini defiende el valor de la interculturalidad. “Hoy no está tan claro qué es un museo, sino lo que ya no puede ser. No puede exhibir la cultura como trofeo de las conquistas, ni como simple orgullo de la identidad nacional. No puede consagrar al arte contemporáneo como si fuera la última etapa de las bellas artes y no puede ser una app del mercado. Al repensarlo como medio de comunicación, se trata de que se vean las obras como parte de procesos sociales”, señala.
Sobre los avances, se muestra escéptico: “Dos recursos de las últimas décadas están menguando. Uno es construir envases arquitectónicos que desean asombrar más que las obras. ¿Cuántos Guggenheim o equivalentes se pueden seguir encargando a Frank Gehry o a Herzog & de Meuron? En los países árabes y en China -que el año pasado construyó unos 300 museos nuevos- los necesitan para acompañar su potencia de coleccionar y edificar. Pero en Francia, España, México y Brasil, la austeridad post-2008 está permitiendo pensar en otras cosas. La otra gran fantasía innovadora son las herramientas tecnológicas. Permiten visualizar bienes culturales sin la posesión de grandes colecciones. Contribuyen notablemente a la interactividad. Pero también la estrechez financiera atrofia los programas: en España, de los más de 1500 centros públicos y privados existentes sólo un 1,6% utiliza aplicaciones móviles. Muchos museos locales y provinciales, como en América Latina, carecen de páginas web. Habría que hallar la forma de que se incorporen a esa mezcla del mundo real y el virtual”, analiza.
EL SELLO DEL DIRECTOR
“Ya no es adecuado para los museos presentar sus colecciones y esperar pasivamente a los visitantes. En un entorno de redes sociales y comunicación instantánea, los museos proponen estrategias atractivas que calan hondo en las comunidades, demuestran capacidad de respuesta a los problemas sociales, y se convierten en lugares de debate cívico. Esta transformación tiene lugar ahora con liderazgos jóvenes y enérgicos en los museos”, señala James Volkert, asesor norteamericano sobre desarrollo de exposiciones y gerenciamiento de museos.
El tema de los liderazgos tiene mucha tela por cortar en la Argentina. Así lo analiza Florencia Battiti, crítica de arte, docente y curadora del Parque de la Memoria: “Los museos argentinos están cambiando, de a poco, para mejor. Aún tenemos pendiente erradicar una modalidad muy argentina, que tiene que ver con los personalismos que se dan en la dirección de instituciones. Es lamentable ver cómo algunos museos van tomando el carácter o la personalidad de quien los dirige, con narcisismos exacerbados o, en el peor de los casos, con desidia… Afortunadamente están apareciendo profesionales que ponen a la institución en primer lugar, que arman equipos en los que la autoridad y legitimidad se asienta sobre objetivos como la creación de comunidad. De esta manera, los cargos se van renovando, como es lógico, pero a la institución le va quedando para sí el trabajo construido”.
“El museo debe contar una historia relevante para su comunidad. Es donde se da el diálogo entre generaciones. El desafío es repensar su problemática, reimaginarlos. Trabajar en un museo es un placer enorme, pero a la vez produce una gran frustración cuando no hay público y los directores no acompañan los cambios”, dice Castilla. “Hay que cambiar la estructura de los museos, como logramos hacerlo en 2007 con el Museo Nacional de Bellas Artes, donde establecimos que el puesto fuera ocupado por concurso, y lo desglosamos en director artístico, director administrativo y consejo asesor. Le dimos la potencia para gestionar, y ningún otro museo lo imitó”, dice Castilla, que ahora es organizador del concurso para elegir el nuevo director del museo mayor de la Argentina; según se comenta, podría estar designado antes de las elecciones presidenciales de octubre.
Integra ese jurado Ticio Escobar, director del Museo del Barro en Paraguay y pensador de estos temas, que señala el fin del museo holístico, el museo-total orientado a explicar y traducir todo el arte de una cultura, una civilización o una etapa histórica. “Los museos contemporáneos tienden a centrarse en recortes particulares. En América Latina, al lado de los grandes museos-templo aparecen los museos de sitio, de la memoria, del territorio; museos de culturas acotadas y cruzadas por otras; museos abiertos a la diversidad cultural y a la especificidad (temporal y espacial) del arte contemporáneo”, describe.
En esa línea está el Museo Nacional de Historia y Cultura Afro Americana, otro de los 19 espacios del gigante Smithsonian de Washington, que abrirá a mediados del año próximo. “Es una invitación a que no sigamos trabajando dentro de los mismos modelos, y de los mismos ejes definidos por nación, clase, raza y género. Debemos tener la confianza colectiva de lidiar con cuestiones que son conflictivas, con lo desconocido, con lo que no se ha resuelto”, dice Deborah L. Mack, directora de servicios a la comunidad de esa institución.
Escobar hace un poco de historia: “El museo fundacional y ejemplar, el decimonónico, actuaba como templo ilustre del arte y promotor de los mitos hegemónicos. El museo moderno, surgido en posguerra, si bien aísla lo estético en el cubo blanco, lo pone en tensión con incipientes compromisos democráticos y promueve la apertura a los grandes públicos. El museo contemporáneo, sin haber logrado superar la contradicción entre la sociedad del espectáculo y las exigencias del arte ilustrado, a cuya órbita aún pertenece -mal que le pese-, asume nuevos desafíos derivados de la digitalización de las industrias culturales y la exacerbación del consumo masivo de la imagen como entretenimiento. La globalización lleva a niveles desmesurados la tecnología de la comunicación y la publicidad y, al tiempo que facilita la divulgación y la accesibilidad de las obras, compromete el nivel crítico del arte”.
Para Escobar, en ese escenario, el desafío del museo actual es bien complejo: “la posibilidad de colectar y preservar sobre el trasfondo de un enfrentamiento entre la lógica del mercado (absolutización de las audiencias, economía del espectáculo, «disneyficación» de los espacios museales) y la vieja vocación ilustrada del arte, crítica y poética, elitista en parte”. De todo esto se hablará en Buenos Aires en los próximos días.
NÉSTOR GARCÍA CANCLINI (ANTROPÓLOGO):
“Un museo no puede exhibir la cultura como trofeo ni puede ser una app del mercado”
FLORENCIA BATTITI (CURADORA Y CRÍTICA):
“En el país está pendiente erradicar los personalismos en la dirección de las instituciones”
TICIO ESCOBAR (CURADOR Y CRÍTICO):
“El museo no superó la contradicción entre el espectáculo y el arte ilustrado”
FUENTE: La Nación / 30 de agosto de 2015