El 19 de diciembre de 2011, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 66/170, estableciendo el 11 de octubre como el Día Internacional de la Niña, con el propósito de destacar los derechos de las niñas y los desafíos particulares que enfrentan alrededor del mundo. Así que cada 11 de octubre nos sirve para recordar de forma enfática y una vez más que todavía hay pendientes en cuanto a garantizar los derechos de las niñas, su acceso a oportunidades y su posibilidad de desarrollo.
A pesar de las razones altamente evidentes, algunas personas todavía se preguntan por qué es necesario un Día de la Niña, por lo que a continuación comparto algunos datos que muestran la situación de desigualdad y violencias que sufren las niñas en nuestro país y alrededor del mundo.
Solo en el primer semestre de este año, hubo 364 nacimientos cuyas madres tienen entre 11 y 14 años, según el Sistema de Registro del Certificado de Nacido Vivo (CNV). Adicionalmente, según información registrada por el Centro de Emergencia Mujer (CEM), también en el primer semestre de este año se reportaron 10,191 casos de violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes, siendo un 93% de víctimas mujeres y un 7% hombres. Esto equivale a un promedio de dos niñas que sufren agresiones de este tipo cada hora en el Perú.
Además de la violencia física y sexual, los matrimonios infantiles son otra forma de tortura y condena a la que se ven expuestas niñas de diversas zonas de nuestro país. De acuerdo a una investigación del diario La República (2013), de los 4,357 matrimonios infantiles registrados entre 2013 y 2022, 112 de ellos involucraron a niñas de tan solo 14 años, mientras que cuatro implicaron a menores de 13 años, y dos casos correspondieron a niñas de 11 y 12 años.
Por otro lado, en relación a las oportunidades educativas y de desarrollo; en todo el mundo, las niñas siguen teniendo, en promedio, menos oportunidades educativas que los niños. Asimismo, las niñas se encuentran con discriminación y opresión basada en su género, lo que resulta en desigualdad, prejuicio y abuso de género.
Aunque hay millones de niñas sin acceso a la educación, también existe un número significativo en las aulas que no logran adquirir ni siquiera las habilidades fundamentales en lectura y matemáticas. Esto sin contar las muchas otras habilidades, tanto académicas como prácticas para sus proyectos de vida, que son esenciales para que las niñas puedan prosperar y desenvolverse frente a los retos del mundo actual. Por ejemplo, conforme el artículo titulado “Gender stereotypes about intellectual ability emerge early and influence children’s interests” (2013) publicado en la revista Science, por Lin Bian, Sarah-Jane Leslie y Andrei Cimpian; se evidencia que a los 6 años las niñas ya tienen prejuicios sobre cómo el género puede afectar su capacidad intelectual, lo que las lleva a evitar actividades que perciben como relacionadas con tareas complejas que requieren un alto nivel de inteligencia.
Frente a la realidad adversa que enfrentan las niñas en el mundo, acentuándose aún más en ciertas zonas; desde el campo educativo es esencial promover acciones que fomenten la igualdad de género y desafíen estos estereotipos desde la etapa de educación básica, estableciendo así un punto de partida más equitativo.
Al establecer mejoras educativas en favor de las niñas es necesario no solo asegurar su asistencia y permanencia en la escuela, sino que resulta imperativo asegurar que reciban una educación de excelencia que les proporcione las habilidades esenciales para la vida y las competencias socioemocionales requeridas para prosperar.
Un paso importante es comprender la equidad e inequidad de género en el contexto en el que se desenvuelven. Es necesario que las y los profesionales de educación conozcan las comunidades para comprender cómo se perpetúa la desigualdad que pone en desventaja a las niñas. Al igual que al establecer políticas educativas, se debe tomar en cuenta la realidad nacional para atender de manera oportuna las necesidades presentes. En relación a lo anterior, es necesario, también, comprender cuáles son las soluciones o intervenciones pertinentes a cada contexto. Para esto debemos explorar formas de aplicar estrategias locales y globales para promover la equidad de género.
Otra acción importante es establecer la equidad de género como una prioridad en el ámbito educativo, lo cual implica diseñar estrategias que fomenten transformaciones en el estudiantado e impulsen el potencial y liderazgo de las niñas. Además, implica conocer y desarrollar nuestro quehacer pedagógico en coherencia con las políticas de género que tienen impacto en la educación. Por ejemplo, el enfoque de género y los lineamientos para la ESI son dos grandes avances que hemos tenido en materia de educación e igualdad de género, por lo que nuestra práctica educativa debe responder a lo mismo.
Para asegurar la efectividad de las acciones anteriores es necesario trabajar de manera articulada con toda la comunidad educativa, teniendo en cuenta que la escuela es un espacio importante en las sociedades y a la vez una extensión de la misma.
Si bien lo anterior suma y debería ser imperativo para cada profesional de la educación, no será tan efectivo si no se reconocen y superan los propios sesgos de género. Es necesario el trabajo personal para actuar en coherencia con lo que demanda nuestra labor educativa.
Establecer un Día Internacional de la Niña, busca destacar la necesidad de proteger y fomentar los derechos de las niñas, además de poner de manifiesto los desafíos que enfrentan en diversos contextos, muchos de ellos descritos en este texto y siendo el acceso a la educación uno de los principales. Es nuestro deber como profesionales de la educación que esta no sea solo una fecha en el calendario cívico escolar, sino que motive transformaciones en favor de una educación que no excluya a las niñas del desarrollo que merecen y les corresponde por derecho.
Lima, octubre de 2023