ENLA 2023: en busca de explicaciones

Print Friendly, PDF & Email

Editorial

El informe de resultados de la última evaluación nacional de logros de aprendizaje (ENLA 2023) no muestra cifras muy alentadoras. En muchas regiones hay estancamiento y en otras retrocesos en las capacidades lectoras y matemáticas de los estudiantes. Como en ocasiones anteriores, la primera reacción que se escucha es «hay que adoptar medidas para reforzar esos aprendizajes». Pero hay otras voces que demandan explicaciones, en verdad, muy necesarias antes de tomar decisiones. ¿Por qué está pasando esto?

Una hipótesis generalizada nos remite a los efectos de la pandemia. Dos años con las escuelas cerradas y con una modalidad virtual que no llegó a todos, sin duda han hecho más agudas las brechas y desigualdades que ya veníamos arrastrando. Pero eso no es todo. Antes de la crisis sanitaria ya estábamos mal.

Por fortuna, disponemos de información muy actual que nos ayuda a elaborar otras hipótesis en niveles aún más profundos. Por ejemplo, el reporte de la Unidad de Medición de la Calidad (UMC) del Minedu sobre factores asociados al rendimiento de la ENLA 2023 aporta evidencias demasiado relevantes como no ponerlas en primer plano.

En él se puede leer, entre otras cosas, que los estudiantes que obtuvieron, en promedio, un menor rendimiento en matemática, tuvieron docentes convencidos de que la respuesta correcta es muchos más importante que la calidad del proceso de resolución cuando se abordan problemas matemáticos. Un tercio de docentes de 4° de primaria cree eso.

Se puede ver, asimismo, que los estudiantes del mismo grado con menor rendimiento en la prueba de lectura son los que tenían profesores que asociaban la comprensión lectora con memorización y repetición de textos escritos. Algo parecido ocurrió en 2° de secundaria, pues los docentes que con poca frecuencia o nunca promovían la formulación de opiniones sobre las ideas de un texto o la postura del autor, son aquellos cuyos estudiantes obtuvieron menor rendimiento en lectura.

El informe del programa de Monitoreo de Practicas Escolares (MPE 2023), publicado el año pasado, también hizo revelaciones importantes: el 98.3% de docentes no permiten que sus estudiantes apliquen lo aprendido en situaciones nuevas, comparen o clasifiquen información, emitan juicios, infieran, generalicen, resuelvan problemas complejos, experimenten o investiguen. Se enfocan básicamente en que apliquen procedimientos preestablecidos por el docente o retengan los contenidos de información presentados. El mismo informe señala que 9 de cada 10 docentes a nivel nacional no permiten que sus estudiantes elijan cómo desarrollar las actividades; que expresen sus opiniones e intereses en sus intervenciones; o que participen de manera activa en las decisiones sobre las actividades que realizan.

En otras palabras, hay prácticas absolutamente contradictorias con el tipo de resultados que estamos esperando, pero que están sostenidas en creencias pedagógicas muy arraigadas y aparentemente inmunes a los miles de horas de capacitación ofrecidas en las últimas décadas.

Esas creencias, sin embargo, no se desaprenden con medidas de fiscalización, con llenado de formatos ni induciendo a copiar sesiones prediseñadas. Una enseñanza que promueva reflexión, diálogo, debate, indagación e interacción constante requiere tiempo, paciencia y flexibilidad, no es viable si exigimos a los docente correr en el cumplimiento de su programa y reportar notas cada dos meses. Ese tipo de presión induce a la superficialidad en la enseñanza y refuerza una actitud orientada al cumplimiento formal, no a los aprendizajes.

El problema está claro, sus causas también. Se necesitan ahora medidas consecuentes con esa información o las cifras seguirán cayendo.

Lima, junio de 2024
Comité Editorial