¿Qué tan dañina puede ser la disciplina escolar ejercida a través de castigos? Es posible que el recuerdo de algunos de ellos aun nos duela y que paralice nuestra capacidad de transformación. En un taller sobre convivencia escolar realizado recientemente en una escuela rural al noreste de Puno, pedí a los maestros rememorar momentos significativos de su etapa escolar. Fue doloroso escucharlos.
—Estudié en el colegio entre los años 70 y 80. Para mí fue una experiencia trágica, dijo uno de ellos. Todos lo miramos con atención.
—Durante la primaria, en mi escuelita de Llapas, no nos dieron formación académica, nos disciplinaban con castigos, nos hacían caminar de rodillas. No teníamos profesores, eran personas que solo sabían hablar castellano las que asumían la función de docentes. Llegaban los martes a castigarnos y los jueves se retiraban. Luego nos quedábamos vacíos. No aprendimos nada. El director, detrás de una pared, se ponía a anotar, como éramos niños nos poníamos a jugar, entonces él nos ponía en una la lista para recibir castigo. Formábamos un círculo de alumnos de rodillas descubiertas y dábamos vueltas hasta que nos salga sangre. Tengo las cicatrices en mis rodillas que no se borran hasta ahora. Luego pasé a secundaria y allí nuevamente todo fue nulo. Quien nos trataba con violencia era el profesor de matemática, por eso no quiero saber nada de matemática, se hizo odiar. Me refugié en la banda del colegio y reprobé con subsanación, por eso soy profesor de arte. La violencia no solo la experimenté en el colegio sino también la casa, eso me hizo jurar que nunca trataría así a mis alumnos ni a mis hijos. Ahora con mis alumnos hacemos ensayos y jugamos, es una experiencia feliz.
En el territorio donde se ubica este colegio rural habita una de las serpientes más venenosas, temidas y peligrosas, ahora en riesgo de extinción. La podemos reconocer fácilmente por los anillos que tiene en el extremo de la cola, que es su característica más peculiar. Según el Instituto Butantan, cuando la serpiente de cascabel —científicamente conocida como Crotalus Durissus Terrificus— agita su cola, utiliza el sonido inconfundible que produce para protegerse de los peligros o para lanzar la advertencia de que está irritada. Es de apariencia robusta y de diversos colores, aunque en nuestro territorio es grisácea y oscura, decorada con líneas y manchas dorsolaterales en forma de rombo, por lo que fácilmente puede esconderse en el monte. Su veneno es tan fuerte que puede afectar nuestro equilibrio homeostático y provocar alteraciones que podrían causar la muerte.
El colegio que visité tenía una cascabel… como mascota. En un balde situado en una esquina del patio, podía observarse al animal depositado sobre una cama de hierbas, enrollado, quieto, aparentemente inofensivo.
¿Qué tan dañina puede ser la disciplina escolar ejercida a través de castigos? Es posible que el recuerdo de algunos de ellos —a pesar de los años— aun nos duela y nos paralice, como la mordedura de una serpiente cascabel. Que paralice nuestra capacidad para cambiar, para transformarnos a nosotros mismos.
El testimonio del profesor nos llevó a preguntarnos ¿Por qué los afectos no pueden formar parte de la identidad del maestro? En las aulas podríamos modificar los modelos destructivos de relación afectiva a los que pueden estar expuestos los estudiantes y que perpetúan la violencia, que obstruyen la posibilidad de una convivencia armoniosa en nuestras instituciones.
Nos hemos preguntado en el taller, ¿qué significa ser violento con nuestros estudiantes? ¿Qué significa ser violento con nuestros hijos? ¿Qué significa para los mismos estudiantes ser violentos con sus compañeros? Fue interesante ver como los docentes tutores reconocían la violencia a través de sus propias experiencias en su formación escolar. Este ejercicio es imprescindible al momento de abordar la disciplina en la escuela, partir de reconocer la violencia que ellos vivieron y que podrían seguir causándoles dolor, como una mordedura letal cuyas heridas aún no cierran, la misma que podrían estar sufriendo sus estudiantes en sus familias y en la propia escuela.
Otro docente nos dijo:
—Yo también recibí ese tipo de formación en mi escuela. En mi caso, mis padres vivían lejos, tenía que hacerme cargo de mis hermanos y Dios sabe que ni comíamos. Recuerdo a un director en la secundaria que era también maestro de aula. Los chicos somo traviesos, como lo son nuestros alumnos ahora. Una vez él nos vio jugando con las cascaras de una naranja y nos dijo que las recogiéramos del suelo con la boca. Los chicos las recogieron llorando, algunos no querían y él los golpeaba con su palmeta, “a ver si se rompe”, nos decía, los golpeaba hasta cansarse. Esa era la educación que recibimos.
El profesor continuó. Todos lo escuchamos atentamente.
—En segundo año nos tocó una profesora loca, llegaba como una sargento, todos calladitos la escuchábamos pasar lista: uno, dos, tres, cuatro… todos por números, ¡que se iba a recordar de nuestros nombres! Nos decía ¡escriban! y había un momento en el que le entraba la locura y nos decía ¡Lo has hecho mal! Entonces nos decía ¡Al frente tú! Luego se iba al patio, traía piedras y nos hacía cargar las piedras en cada mano con los brazos levantados toda la hora, A los que tenían nota cero les hacían arrodillarse en chapitas. Así era ella. La profesora de comunicación era otra igual. Si no podías hacer lo que ella decía, también te hacía arrodillar en chapitas.
No siempre hay alguien que hace la diferencia, una diferencia que puede ser sanadora. Este profesor tuvo suerte.
—También tuvimos un profesor, el de ciencias sociales, que nos decía “jóvenes, siéntense”, y empezaba a narrar historias muy bonitas en forma de cuentos. No era necesario gritar, todos lo escuchábamos, por él me gustaron las letras y ahora soy profesor de ciencias sociales. Ahora lo veo y lo saludo.
Entonces ¿somos algunos maestros como la figura del cascabel?, ¿podemos ser así de dañinos para nuestros estudiantes?, ¿puede el veneno de una disciplina asociada al dolor y al miedo dejar secuelas imborrables en nuestros estudiantes?, ¿puede un maestro sanar las heridas que dejó el veneno de una disciplina que dañó su dignidad?, ¿podemos ejercer una disciplina sin violencia?
Un dato curioso. Hay personas que sacrifican a las serpientes cascabel a causa de ciertos mitos, pero también por su desinformación sobre los beneficios potenciales de su veneno. Aunque parezca mentira, una vez purificado, su veneno es usado en la biomedicina, por ejemplo, para reducir lesiones cerebrales durante o después de un tratamiento quirúrgico o para prevenir un daño posterior.
No es el caso una disciplina asociada a la imposición, la agresión y la violencia. Ahí no existen efectos colaterales positivos.
La disciplina asociada al castigo en sus diferentes formas —que van desde la violencia física hasta la psicológica— se justifica con el inconfundible objetivo de hacer que los niños aprendan. Así se entiende cuando el profesor se irrita si los niños no obedecen, generándoles miedo; cuando grita para ser escuchado por todos en el aula, creyendo que ser amable y modular la voz no tiene cabida; cuando vemos como peligroso al niño que no obedece y lo etiquetamos como malcriado, al niño que no aprende como tonto, al niño que nos increpa como mimado, al niño inquieto como carente de valores, al niño desmotivado como descuidado por sus padres.
Cada error de nuestros estudiantes debería darnos la posibilidad de generar aprendizajes, de ser más empáticos, de conocer sus individualidades y el ambiente en el que se desarrollan, para generar vínculos de afecto, de confianza. Debería darnos la oportunidad para aprender a respirar y a estar en calma, antes de sacarlos de la clase o de expulsarlos de la escuela. La oportunidad de recurrir a ese clase de dialogo que genera pensamiento reflexivo y critico en base a las consecuencias de un determinado comportamiento; así como también de felicitarlo cuando haya pequeñas transformaciones en su formación, pero mirándolo de manera integral, es decir, como personas, no solo como alumnos.
La visita que hice a esta escuela ha marcado mi quehacer como psicóloga educativa. Demos un vistazo a nuestras creencias personales para poder transformarlas. Las huellas de la violencia no se pueden transformar en positivas, pero nuestros pensamientos sí. Como el veneno de la serpiente cascabel, pueden purificarse, podemos cambiar de perspectiva y decidir con más consciencia qué huella queremos dejar en la memoria de nuestros estudiantes.
Puno, junio de 2024