La vocación es una condición mostrada por individuos (niños, adolescentes y aún adultos) que implica una tendencia perentoria hacia una cierta ocupación importante en la vida personal. Viéndola de este modo, el tener una vocación no es una característica universal. Todos pueden tener aficiones, inclinaciones; no todos llegan a tener vocación para algo.
La vocación es más amplia y compleja que la afición. Se puede tener afición por el bordado, lo cual no significa que se tenga vocación para la costura. Se puede tener una tendencia hacia algo, incluso se puede desempeñar esa esfera con agrado y sin embargo eso no suele ser una muestra de vocación. Alguien puede gustar del baile y disfrutar inmensamente cuando baila, lo que no quiere decir que tiene vocación para la danza.
La vocación puede manifestarse temprano en la vida, pero es posible que se haga notoria cuando la persona es ya adulta. Anna Robertson Moses, la gran pintora estadounidense de la vida rural, conocida como “Grandma Moses”, comenzó a pintar ya bastante adulta en forma autodidacta y lo hizo casi hasta cerca de los cien años con una entrega total a la pintura, aunque con un estilo naif y sin mucha destreza técnica. Mas conocida por nosotros es la historia de Van Gogh, que comenzó a dibujar y pintar a los treinta años y en el curso de una década nos dejó una inmensa obra de calidad imperecedera.
Es difícil explicar por qué o cómo se forma la vocación. Podemos suponer que actúan factores diversos y no necesariamente todos. Puede ser que intervengan aptitudes innatas. El joven matemático hindú Srinivasa Ramanujan cultivó la matemática y llegó a tanto que a los trece años ya había formulado teoremas importantes en su campo. Fallecido a los 33 años, sus trabajos son estudiados hoy por los mayores matemáticos del mundo. En un caso como el suyo es difícil imaginar otra fuente de su pericia distinta de atributos inmersos en sus genes.
Pero no solo operan las aptitudes individuales. Puede intervenir también alguna oportunidad. La pintora francesa Rosa Bonheur, célebre por sus cuadros de animales, inició sin querer su rumbo cuando su madre, preocupada porque la niña no conseguía aprender a leer, le aconsejó que dibujara un animal por cada letra del alfabeto. Ella podía hacerlo porque vivía en una enorme casa de campo, y en efecto lo hacía tan bien que así inició su formación. Nadie podrá saber si ella hubiera descubierto sus aptitudes si su madre no la hubiera incitado con los consejos que le dio.
Aquello que asoma como vocación necesita ser cultivado. La historia de Rosa Bonheur lo prueba. Su familia se trasladó a Paris cuando ella era niña, y allí su padre abrió una escuela de dibujo para niñas, a la que concurrió Rosa. Ya adolescente, impulsada por su afición por el dibujo y pintura de animales, visitaba asiduamente el Museo del Louvre no para mirar sino para estudiar las obras de grandes creadores, concurría a bibliotecas, asistía a las sesiones universitarias de veterinaria y zoología, concurría a ferias de venta de animales, vestida con ropa masculina, en parte para evitar el asedio y las burlas de los concurrentes, todos hombres. Todo eso fue necesario para su creación, que la llevó a figurar entre los grandes pintores del siglo XIX.
No siempre es fácil seguir con una vocación. La vocación conduce a un esfuerzo de formación y lo sostiene. Puede ser tan fuerte que ayuda a la persona a superar obstáculos a veces infranqueables. Antonia Brico, primera directora mujer de orquesta sinfónica, luchó por años con el desprecio de directores y empresarios varones para estudiar dirección orquestal. En una época cuando era inconcebible que una mujer dirigiera una orquesta, ella, que creció en un hogar de vida paupérrima, llegó a dirigir a la orquesta filarmónicas de Berlín y la de Nueva York. Hay que conocer su biografía para saber cuánto luchó ella, en USA y en Alemania, para estudiar una carrera tan compleja como es la dirección musical.
No siempre se dan circunstancias favorables para el cultivo y desarrollo de una vocación. Franz Kafka fue hijo de un padre autoritario, feroz, cruel, empeñado en que fuera abogado, un padre de quien debía ocultarse para poder leer y escribir. Tuvo una infancia y adolescencia teñidas de dolor e infelicidad, y tal vez allí está la raíz de una de las obras más profundas de la literatura universal, que, sin embargo, no habría sido posible si Kafka no hubiera tenido especiales aptitudes para dominar el lenguaje.
A veces, se puede renunciar a una vocación si es que surge un interés considerado superior. Albert Schweitzer se formó como pianista y llegó a ser un gran intérprete de la música de Bach, pero pudo más su entrega al servicio social. Pasados los treinta años, se graduó tardíamente como médico y con esa profesión se mudó al África para ejercerla en Lambaréne, atendiendo la salud de personas menesterosas. Su obra y sus proclamas por la paz justifican sobradamente por qué obtuvo el Premio Nobel de la Paz.
Un cambio similar, aunque por otras razones, se produjo en la vida de Ernesto Sábato. Con el título de doctor en Física y Matemática por la universidad de La Plata, viajó a Europa y comenzó a trabajar en el Laboratorio Curie de París. Cuando todo anunciaba una carrera brillante en ciencias, Sábato renunció a ella para dedicarse a escribir su obra, con la cual no buscaba “dar testimonio del mundo externo y de las estructuras racionales”, que hubiera sido el campo de una profesión para la que se formó con rigor, sino que cultivó la narración, entregado a “la descripción del mundo interior y de las regiones más irracionales del ser humano”. Digamos que una vocación se sobrepuso a otra.
Un paso favorable de una vocación a otra es el de Santiago Ramón y Cajal. Desde niño mostró aptitudes notables para el dibujo. Si hubiera cultivado las capacidades que comenzó a desarrollar en forma autodidacta habría sido probablemente un gran artista. Graduado en Medicina por la Universidad de Zaragoza, se dedicó a estudios de histología y se acercó a la investigación de los tejidos del sistema nervioso. Desde fines del siglo XIX, valiéndose de microscopios elementales al lado de los actuales y cuando aún se estaba muy lejos de la microfotografía, Ramón y Cajal pudo observar neuronas y circuitos neuronales y registrar lo que veía con asombrosos dibujos sin los cuales la neurología no habría avanzado como lo hizo en el siglo pasado. El dibujo, afición inicial felizmente cultivada, se convirtió en sólido auxiliar de la investigación y lo ayudó a exponer teorías que han iluminado la marcha de la neurología.
En fin: Mucho habría que explorar para entender el misterio de lo que es la vocación. No obstante, se puede adelantar una conclusión: Tener una vocación y desarrollarla no es un hecho universal. La mayor parte de las personas pueden tener una vida regular, productiva, saludable para ellas y para las demás sin llegar a tener vocación. Asumir el campo de trabajo como una misión que cumplir con responsabilidad y esfuerzo puede bastarles.
Los maestros, a quienes la sociedad y la familia les han entregado la tarea de contribuir a la formación de los niños y adolescentes, tienen que estar atentos y ayudar a los alumnos a descubrir sus aptitudes y esforzarse por desarrollarlas. Un buen ejemplo lo tenemos con la madre y el padre de Rosa Bonheur, que descubrieron a tiempo las aptitudes de Rosa y la apoyaron. Con ayuda de sus maestros, todos los alumnos pueden tener una luz para su camino y algunos, ojalá, descubrir su vocación y entregarse a ella.
Lima, julio de 2024