Edición 100

¡No pasa nada, ya está solucionado!

¿Cómo resolvemos conflictos para convivir mejor en la escuela?

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¿Cuáles son las consecuencias de una buena y una mala alimentación? Para que sus estudiantes lo entiendan, la maestra hizo parar a dos estudiantes delante de la pizarra. Uno alto, fornido, bien aseado, de piel blanca, responsable con sus tareas; el otro un muchacho delgado, de estatura baja, poco arreglado, de piel morena y usualmente inquieto.

¿Estas comparaciones ayudan?

Los estudiantes, como cualquier ser humano, tienen las emociones a flor de piel. Cualquier gesto o comentario aún bien intencionado, puede ser percibido equivocadamente, una mirada basta para activar estados emocionales que pueden provocar actitudes de rechazo o reforzar estereotipos y sentimientos equivocados. Peor aún si se hacen comparaciones que, se quiera o no, incitan a la burla y a la discriminación. Por supuesto, nuestros gestos o nuestras palabras también podrían potenciar emociones positivas, como la motivación.

En las horas pedagógicas, mantener la motivación es retador. Va a depender del grado de significación que tenga para el estudiante lo que está aprendiendo. El aburrimiento, por el contrario, desmotiva y está estrechamente relacionado con el docente, con la forma de impartir sus clases o de relacionarse con los estudiantes.

Nuestros estudiantes son diversos en sus caracteres individuales y con una personalidad en formación. Sus capacidades cognitivas, sus motivaciones, sus expectativas, sus problemas son distintos en cada caso y es necesario entenderlos en sus diferencias. Por el contrario, nuestros prejuicios nos llevan a juzgarlos en función a nuestras expectativas, eso perjudica la relación entre profesores y estudiantes.

Traslademos esta reflexión al terreno de la violencia. ¿Cómo la estamos percibiendo y concibiendo? ¿Podemos reconocerla en sus inicios sutiles para poder evitarla o prevenirla?

Muchas veces nos angustiamos cuando se presentan los conflictos en el aula y los trasladamos a los padres de familia. Pero ¿nos hemos puesto a pensar en las necesidades no atendidas de estos estudiantes o de sus familias y en las causas de los conflictos? Hacemos uso frecuente de castigos para controlar el aula, sin darnos tiempo para buscar otras alternativas. Somos referentes para los estudiantes, pero no fácil generar cercanía para prever el conflicto o para gestionarlo y dar alternativas de resolución cuando se presenta.

Se puede prevenir

Las diferentes manifestaciones de violencia no solo de nuestros adolescentes, sino también de padres y docentes en los entornos escolares, afectan el aprendizaje. Más aun cuando no tenemos los recursos para dar las respuestas adecuadas y oportunas a los conflictos.

Elena Castellano nos comparte la experiencia de un proyecto europeo denominado MEDES, que busca prevenir la violencia en las escuelas. Empezaron por sensibilizar en los diferentes contextos sobre la NO violencia, apelando a estadísticas. Es interesante examinar las conclusiones extraídas respecto de sus causas:

  1. Una explicación es el tipo de relación de los estudiantes con la institución educativa, considerando su nivel de implicación y las normas reguladoras.
  2. Otra causa se refiere al equipo docente y al contexto del aula, considerando el clima del aula, el aula como contexto emocional, el factor motivacional y la gestión positiva del conflicto;
  3. Una causa adicional en relación con el profesorado está referida a al sentimiento de angustia por la falta de recursos para el control del aula, el no saber constituirse en referente para el alumnado, considerando su percepción de la realidad, su diversidad, la violencia entre iguales.

Respecto a la primera causa, la credibilidad institucional es elemental para resolver positivamente los conflictos. Saber generar esa confianza en los actores de la comunidad educativa hace más efectiva sus intervenciones; más aún si se genera participación, pues habrá implicación de los estudiantes y se propiciará un sentido de responsabilidad ciudadana.

De otro lado, las normas nos ayudan a regular la convivencia, pero, para que sean asumidas es importante que sean elaboradas y aplicadas en consenso con todos los actores de la comunidad escolar, empezando por los estudiantes mismos. Esto supone consensuar incluso las posibles medidas correctivas o de reparación.

Respecto a la segunda causa, cada docente debe mostrar coherencia y consecuencia para alinear lo que pensamos y hacemos. Es necesario trabajar de manera coordinada y abordar los conflictos en equipo; no de forma aislada o, como se piensa muchas veces, “que lo resuelva el tutor”.

Los conflictos y la mediación

Para muchos docentes, enseñanza y aprendizaje equivale cumplir tareas, atender la clase, retener contenidos, pero perdemos de vista la necesidad de lograr que estudiante perciba la importancia de este proceso. No se logra aprendizajes sin un mutuo enriquecimiento entre profesor y alumno.

Por ejemplo, sabiendo que los adolescentes tienen su forma de percibir las cosas, ¿cómo creemos que ven ellos los conflictos? Afrontan los conflictos desde nuestra percepción como adultos, lo que muchas veces no ayuda a entender sus causas ni a elegir bien las soluciones. Debemos aprender a considerar las distintas percepciones que explican un conflicto si lo que queremos es realizar una acción educadora.

De manera alternativa, se puede hacer uso de la mediación. Eso ayudaría a buscar soluciones a nivel comunicativo, a promover y respetar acuerdos, a que los estudiantes desarrollen su capacidad de razonar y analizar cada situación problemática, a fin de adoptar actitudes y comportamientos favorables a la convivencia.

Para gestionar de manera más democrática los conflictos y fortalecer el buen trato, debemos prepararnos para el mal trato, es decir, prepararnos para saber reconocerlo, explicarlo, prevenirlo y superarlo, necesitamos aprender a resolver sin violencia. Los problemas son parte de nuestra vida diaria, por lo que se trata de aprender a superar las dificultades. Reflexionemos sobre las herramientas de gestión de conflictos empleamos y cómo las gestionamos, pero también si acaso son las más adecuadas.

Aprender a dialogar en el aula, con nuestros estudiantes y entre estudiantes, con pautas claras para manejar diferencias, son clave para generar comportamientos deseados y lograr objetivos.

La importancia del clima

De otro lado, ¿estamos conformes con el clima de nuestra comunidad educativa?, ¿acaso necesitamos mejorar?, ¿nos estamos relacionando según las reglas de juego de nuestras instituciones educativas, así como lo hacemos en el espacio público respecto a las normas de convivencia social? Porque es a través de relaciones significativas que las personas vamos construyendo nuestro sentido de pertenencia, el reconocimiento y la aceptación del grupo.

Por ello, que tengamos conflictos en nuestros espacios educativos nos reta y también nos alienta a seguir transformando nuestra comunidad.

Debemos identificar los patrones de comportamiento y los obstáculos que pueden estar representando. Factores como el individualismo, el exceso de confianza en los procesos burocráticos, el consumismo, que nos lleva a priorizar necesidades materiales, una vida agitada en la que ya no tenemos tiempo suficiente para atender oportunamente necesidades más profundas, la búsqueda del éxito profesional, que nos invita a postergar otros aspectos importantes de nuestra vida, pueden explicar muchos problemas.

Muchas veces se trata de prejuicios, que con flexibilidad, solidaridad y tolerancia en la convivencia diaria podemos superar. Necesitamos recuperar en los espacios con estudiantes, cuidadores y docentes, valores como la igualdad, la autonomía, la justicia, la dignidad, la creatividad, la cooperación, la solidaridad, la honradez, así como también la amistad, la tolerancia y el respeto.

Si nos esforzamos por hacerlo, toda la comunidad educativa saldrá beneficiada. Es en al interior de los contextos educativos donde cada actitud y comportamiento comunican valores. Aprendamos a comunicarnos, a hablar y a escucharnos, entendiendo que tenemos distintas posiciones, sentimientos, necesidades y demandas, las que seguramente explican nuestros conflictos. Del cultivo de estas habilidades dependerán las soluciones que necesitamos encontrar.

Lima, setiembre de 2024

Ivón Rosell
Es experta en desarrollo socioemocional, titulada en Psicología por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha ejercido como psicopedagoga en centros de educación inicial; como psicóloga en el Centro de Rehabilitación Integral de Arequipa (COFARI); en el colegio JEC José Carlos Mariátegui y en la Defensoría Municipal del Niño y el Adolescente (DEMUNA) de Sandia (Puno). Es actualmente especialista de Convivencia Escolar de la UGEL Sandia e integrante del equipo técnico del programa Horizontes de la Unesco, dirigido a adolescentes de Instituciones Educativas rurales, y está a cargo del componente de habilidades socioemocionales y protección.