Por Luis Guerrero Ortiz / Para EDUCACCIÓN
Lima, 31 de enero de 2016
Señores candidatos a la Presidencia de la República
De mi mayor consideración:
Sin más autoridad que mi condición de ciudadano y de maestro, dedicado por años al campo de las políticas públicas en educación, distraigo por unos minutos su concentración en la campaña electoral para alcanzarles algunas ideas sobre lo que, a mi modesto juicio, necesita hacerse en este sector durante el próximo periodo gubernamental. Asumo que no disponen de mucho tiempo para leer, así es que me esforzaré por ser breve y directo.
Los aprendizajes: eje central de los cambios
La primera cuestión que necesita tenerse muy presente es que las perspectivas de crecimiento y desarrollo del país para los próximos años se juegan no sólo en el debate a favor o en contra de una economía dependiente de la exportación de materias primas, sino también en los dilemas para elevar el nivel de educación de su Población Económicamente Activa. Esto tiene que ver sin duda, con la calidad de los aprendizajes con que se egresa de la educación básica y también de la educación superior.
Repasemos la situación. Solo 5 de cada 10 peruanos llegan a los 15 años y más habiendo concluido los estudios secundarios, proporción que se reduce a poco más de 3 de cada 10 en la zona rural. Si recordamos que tenemos una de las matrículas más altas de América Latina en la primaria, esto quiere decir que el sistema va expulsando a una gran cantidad de estudiantes a lo largo del camino, sin que nadie lo note o lo impida.
Ahora bien, ¿en qué condiciones terminan la secundaria nuestros adolescentes? PISA es la que nos ofrece una mejor aproximación a esa respuesta. En la prueba aplicada el 2012, ¿cuántos de ellos estuvieron en la posición más baja de la escala de rendimiento, es decir, en el nivel 1 e inclusive más abajo? casi 8 de cada 10 en matemática, 7 de cada 10 en ciencia y 6 de cada 10 en lectura. Tengamos en cuenta que el examen de PISA es bastante más exigente que la Evaluación Censal que aplicamos a 2do grado de primaria y que, además, evalúa a estudiantes que, en principio, aunque no siempre sea así, debieran estar a un paso de completar su educación básica.
En este inquietante panorama, la pregunta que nos surge normalmente, sin que exista además unanimidad en la respuesta, es ¿cómo mejoramos entonces la calidad de los aprendizajes? Creo, sin embargo, que hoy la pregunta necesita ser otra: ¿cómo aseguramos el tipo de aprendizajes que se necesitan lograr? Lo que ocurre es que «mejorando» lo que hoy se enseña en las escuelas no vamos a progresar. En realidad, se necesita aspirar a otra clase de resultados.
Para que la economía peruana pueda mantener un ritmo de crecimiento que no dependa del precio de los commodities y el país pueda colocarse de manera sostenida en la ruta del desarrollo, no es suficiente que más estudiantes terminen la secundaria y que lo hagan bien alfabetizados. Necesitamos que, además, exhiban un conjunto básico de competencias en ámbitos claves de la acción humana, para que puedan enfrentar con racionalidad, solvencia, apertura y creatividad los desafíos que supone construir una economía sana, así como una sociedad integrada y de bienestar para todos.
¿Calidad para todos?
Es aquí donde empiezan las divergencias y donde ustedes, señores candidatos, van a tener que tomar una postura clara. Hay quienes piensan que esto último no está al alcance de las mayorías y que deberíamos formar, más bien, una elite muy bien educada con los más aptos, limitándonos realistamente a mejorar la alfabetización básica de los que estudian en la escuela pública. Entre quienes piensan así, hay los que creen que ese es el rol que le corresponde a la educación privada y quieren que el Estado transfiera recursos públicos a los particulares. Pero hay también los que creen que eso es posible creando un nuevo segmento en la educación pública, sobre dotado de condiciones materiales y presupuestales. En ambos casos, la idea de fondo reside en la necesidad de lanzar un salvavidas a los pocos que podrían salvarse del naufragio, ahogados en un sistema escolar aparentemente irrecuperable.
Estas opciones tienen consecuencias tangibles que ya las estamos padeciendo y que no podemos soslayar. Para citar un ejemplo, Martín Garro, miembro de la Sociedad de Investigadores en Educación del Perú (SIEP), nos recordaba hace poco que el conjunto de los proyectos de infraestructura diseñados para el periodo 2009-2015, para beneficio de 238 «Colegios Emblemáticos», suponía una inversión de más de 2 mil 300 millones de soles. El estudio sobre inversión en infraestructura educativa efectuado por Yohnny Campana, Julio Aguirre, Dennis Velasco y Elmer Guerrero auspiciado por CIES, subrayaba el hecho de que esta enorme inversión estuvo siempre pensada no para los colegios que más lo necesitan, con paredes, techos y pisos en malas condiciones, con escaso o nulo acceso a servicios de agua y electricidad o sin bibliotecas, laboratorios, centros de cómputo y salas de profesores. Estuvo pensada desde un inicio para los colegios que ya tenían una mejor dotación inicial de infraestructura y equipamiento. Más aun, Ricardo Cuenca, director del IEP, en una entrevista concedida a El Comercio, señalaba el año pasado que una escuela primaria o secundaria rural mediana cuesta entre S/.800 mil y S/.2.5 millones y que el promedio de gasto en un colegio emblemático es mínimo S/.21 millones. «Es decir, (el costo de) un colegio emblemático equivale en promedio a 30 escuelas rurales pequeñas» bien construidas. Esta misma problemática es la que está detrás del proyecto denominado Colegios de Alto Rendimiento (COAR).
¿Cómo se reflejan estas opciones en los aprendizajes? Axel Rivas, en un estudio publicado el 2015 sobre las lecciones aprendidas en América Latina en materia educativa, desde inicios del siglo XXI, señala que los avances en los resultados de aprendizaje de los estudiantes peruanos han sido notables. Sin embargo, advierte que el Perú «era en 2009 el país con mayor segregación social entre escuelas de todos los participantes ese año en la prueba PISA y fue el único país de los siete analizados que tuvo un incremento de la brecha de resultados entre los cuartiles de menor y mayor nivel socioeconómico. Esto indica que el país logró mejorar los resultados de calidad pero a costa de aumentar su desigualdad». Esta afirmación es fácilmente constatable, baste mirar cuál es el nivel de resultado que exhibe la escuela rural en general y la que atiende población indígena en particular a lo largo de esta última década.
Señores candidatos, ¿más calidad a costa de menos equidad? ¿Este es el derrotero que adoptaremos o afianzaremos en el próximo quinquenio para la educación del país? El ministro Jaime Saavedra ha señalado con toda claridad que el Perú tiene una brecha en infraestructura educativa de S/. 60,000 millones de soles y que no puede cerrarse rápido ni fácil. Eso es verdad. El tema es –siempre lo fue- dónde ponemos las prioridades. Les invito a pronunciarse.
Pero la pregunta por los aprendizajes no se responde sólo con inversión más equitativa en infraestructura y equipamiento escolar. Hay que invertir también y sobre todo en el factor humano.
¿Docentes para el siglo XXI?
Tenemos en el país 459 507 profesores en la educación básica. La gran mayoría de ellos, salvo excepciones muy significativas, son producto de un modelo de formación profesional esencialmente centrado en la enseñanza y en la actividad protagónica del docente, así como en una función difusora y prescriptiva. Es decir, han sido preparados para trabajar en el aula en función de un tipo de resultados que ya no se le demanda al sistema escolar: la simple reproducción cultural.
¿El desarrollo del país requiere una PEA en condiciones de innovar, de manejar tecnologías, de aportar valor agregado a las materias primas, de conformar equipos de trabajo productivos y de enfrentar problemas con autonomía? No basta entonces aprender a leer bien y a dominar las operaciones matemáticas básicas. ¿El desarrollo humano, equitativo y sostenible del país requiere ciudadanos interculturales, con vocación democrática y responsabilidad por el bien común? No basta entonces aprenderse los nombres de los ríos, las partes de la planta, las unidades de medida o los personajes de nuestra historia nacional. Y aunque ahora hay más docentes que antes conscientes de esta necesidad, muchos no encuentran todavía un camino claro y seguro hacia una manera distinta de enseñar.
Un importante estudio cualitativo realizado por el Ministerio de Educación el año 2012 sobre el uso del tiempo en las escuelas, sobre una muestra nacional de 400 instituciones educativas de distintas características y ubicaciones geográficas, reveló datos muy importantes sobre el tipo de actividad pedagógica que predomina actualmente en las aulas. Entre otras cosas, comprobó que las actividades que más se observan y se reiteran son las explicaciones orales del profesor (26.4%), el copiado (22.5%) y la asignación de tareas o ejercicios (30.3%). Más aun, el mismo estudio constató que los materiales que más utilizan los docentes son la pizarra (38.6%) y los cuadernos (28.2%).
Es evidente que este tipo de enseñanza no es la que conduce al tipo de aprendizajes al que hoy requieren acceder las jóvenes generaciones. Es más bien el prototipo básico que nosotros hemos conocido de niños varias décadas atrás y en el que se educaron nuestros padres. Si queremos que egresen del sistema escolar personas con capacidad de actuar sobre la realidad e influir en ella, poniendo en práctica conocimientos y habilidades diversas con reflexión, con flexibilidad, con autonomía, no las podemos tener sentadas todo el día escuchando a su profesor y copiando sus palabras en un cuaderno para después repetirlas.
Y es aquí donde tenemos otro dilema. Hay quienes piensan que un docente que sea capaz de enseñar fomentando la investigación y el debate de ideas, planteando retos interesantes que motiven a sus estudiantes a juntarse y a colaborar para construir respuestas, que sea capaz además de distinguir las diferencias existentes en su aula y que atienda de distinto modo al que más avanza o al que se rezaga, es una utopía en el Perú. Luego, prefieren darle plantillas prediseñadas –correctamente concebidas en principio- para que se limiten a aplicarlas en clase de forma literal. Pero hay también quienes pensamos que ese tipo de recursos, si bien pueden ser útiles en determinados momentos y contextos, nos hacen postergar lo principal: trabajar sobre la motivación y las habilidades del docente para avanzar hacia otro modelo de enseñanza y un nivel superior de desempeño profesional.
Luego, señores candidatos, ¿vamos a continuar la reforma de la formación docente que ya se inició durante este gobierno o vamos a regresar a la época de las capacitaciones masivas en teorías disciplinares y en actividades didácticas, que no nos han permitido hasta ahora superar el viejo statu quo de la enseñanza escolar?
Un estudio reciente del Banco Mundial en seis países latinoamericanos revela que la mayoría de docentes no pueden mantener a todos sus estudiantes involucrados durante toda la clase, en el caso del Perú no por más de 25% del tiempo. En general, dice el estudio, «esto reflejó actividades dirigidas a la clase entera, pero diseñados al nivel del alumno promedio, que dejaron a los alumnos más ágiles aburridos y a los más lentos perdidos». Todas las investigaciones confirman que el profesor que sabe interesar e involucrar a todos sus alumnos tiene menos problemas de disciplina y más tiempo para influir en su aprendizaje, pero ¿cómo se hace eso?, ¿cuál es la habilidad que se requiere para plantear un clase capaz de despertar curiosidad en un grupo heterogéneo de niños o adolescentes y movilizarlo en busca de respuestas?
Esa y otras habilidades de gran impacto en los resultados, como la de formar grupos de trabajo y acompañar su proceso de conversión en equipos autónomos y productivos en el salón de clases o la de retroalimentar oportunamente a los estudiantes sobre las razones de sus aciertos y errores en una prueba o en el desempeño de una tarea, pueden aprenderse si los programas de formación docente los pusieran en su agenda y no se limitaran a enseñar conceptos desligados de la práctica o secuencias instruccionales prefabricadas, listas para usarse sin mayor reflexión.
La importancia de las políticas de Estado en educación
Es aquí donde surge un tercer dilema. ¿Reformar en esta perspectiva los programas de formación dirigidos a docentes que ya están en ejercicio, es suficiente para producir cambios cualitativos en su desempeño en las aulas? La experiencia internacional demuestra que no. Ese viraje es necesario pero necesita complementarse con otras medidas, algo que en el debate electoral suele perderse de vista pues cada quien tiende a buscar y a ofrecer la «bala de plata» que mate todos los problemas de un solo disparo.
Según cifras del Ministerio de Educación, tenemos 101 229 instituciones educativas de educación básica, y cerca de 30 mil directores, pues en muchas de ellas el director está, a la vez, a cargo de un aula. Los estudios de factores asociados a la mejora en los aprendizajes señalan que el rol del director es una clave cuando se involucra en lo que ocurre en las aulas y actúa en consecuencia. ¿Pueden hacer eso nuestros directores? La respuesta es no, pues las normas y el sentido común –que el propio sistema ha abonado- es que el director administra su institución y que el aula es territorio exclusivo del profesor. Tan fuerte es esta percepción que no han faltado voces en América Latina abogando a favor de un perfil más gerencial para ese puesto y abolir el requisito de que sea un profesional de la educación.
Las evidencias demuestran lo contrario. Y tanto así, que el Ministerio de Educación, en convenio con varias universidades, ha dado continuidad a un programa de formación en Liderazgo Escolar para 15,000 directores de todo el país, concebido a inicios de este periodo gubernamental; y, a la vez, está diseñando una estrategia nacional de formación para docentes en ejercicio que se basa, justamente, en el liderazgo pedagógico de los directores y en su capacidad para identificar y gestionar las necesidades formativas de su personal, partiendo de su propia experiencia.
Ambas iniciativas se complementan con otras dos de no menor importancia: de un lado, la continuidad al proceso de reforma curricular iniciado por la Ministra Salas, dirigido a ofrecerle al docente una herramienta más ligera, más clara y más útil para reorientar su labor hacia aprendizajes más cualitativos; y la continuidad, ampliación y fortalecimiento de la estrategia de acompañamiento pedagógico a docentes de escuelas con más bajos resultados, iniciada en la gestión del ministro Chang.
Estos cuatro procesos tienen explícitamente como eje articulador las nueve competencias profesionales que todo buen docente debería llegar a exhibir, propuestas por el Consejo Nacional de Educación el 2011 y oficializadas por el Ministerio de Educación de inmediato. En un contexto en donde el estatus de «bueno» se le otorgaba tradicionalmente al docente por el hecho de manejar con solvencia conocimientos teóricos o por su antigüedad, este hecho es muy trascendente.
Tener al fin un paquete de medidas coherente capaz de influir no en la simple mejora, sino en la evolución y transformación progresiva del rol que los docentes hoy por hoy necesitan cumplir en las aulas, es un hecho muy positivo que necesita terminar de ensamblarse y fortalecerse.
Señores candidatos, ¿van a darle continuidad a estas decisiones, sin ceder a la tentación de menospreciar o simplificar lo que ya se está encaminando? Son medidas que no solo necesitaran completarse y sostenerse como políticas de estado, sino también implementarse coordinadamente, pues su sinergia es la condición del éxito.
Dos soportes clave de estas políticas, en los que no me voy a detener ahora, son la Carrera Pública y los sistemas de gestión. Pero dejo planteado el desafío. La ley de Reforma Magisterial necesita seguir implementándose, pues traza las nuevas de reglas de juego profesional en las que debe operar el docente, solo que con dos condiciones muy importantes: aumentar la Remuneración Íntegra Mensual de base y avanzar hacia evaluaciones del desempeño pedagógico en las aulas, con las ineludibles garantías técnicas que esto exige. Lo primero supone tensiones inevitables con el Ministerio de Economía, ¿estarán dispuestos a enfrentarlas, convencidos de que no hay mejora sin mayor inversión en el factor humano y sin hacer más atractiva la profesión docente para jóvenes talentosos? Lo segundo supone diseñar estrategias más especializadas, pues distinguir las cualidad en la interacción del docente con sus estudiantes requiere manejar criterios y tener el ojo entrenado en la observación de conductas ¿Vamos a optar por lo conveniente, así suponga exigencias más altas al despliegue de la operación?
A su vez, urge rediseñar el sistema de gestión nacional, regional y local, en un genuino marco de descentralización, con dos objetivos principales: articularse realmente en torno a objetivos y metas comunes de aprendizaje, y convertir la gestión pedagógica de las políticas educativas en cada territorio del país en el eje de la organización, ya no la administración de normas y recursos como ocurre hoy. El Ministerio de Educación ha empezado a dar pasos en esa dirección, que necesitan profundizarse en concertación con las regiones y en función a una visión común de los cambios.
Ciertamente, el Ministro Saavedra tiene razón cuando insiste en la necesidad de aumentar la proporción del presupuesto público del sector, pues de otro modo no hay manera de hacer todo lo que se necesita. Encaminarse sostenidamente hacia el 6% del PBI es una medida que debiera sostenerse, aunque tenga como condición de éxito que nuestro PBI siga creciendo, ¿estamos todos de acuerdo en esto?
Como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles, decía Miguel de Cervantes. Lo recuerdo ahora porque, aunque experiencia hay, todo lo enunciado hasta aquí tiene una buena cuota de dificultad, no sólo porque supone el manejo cuidadoso de muchos factores, actores y condiciones, sino por la magnitud de la escala en que debe ser realizado. Un reciente libro publicado en Chile, a propósito de cómo hizo un grupo de escuelas pobres para lograr estupendos resultados pese a tener todo en contra, ha sido titulado por sus autores «Nadie dijo que sería fácil». Nada más cierto. Pero el gran Federico Chopin dijo también alguna vez que cada dificultad que eludimos en vez de afrontar, se convertirá después en un fantasma que interrumpirá nuestro sueño. Señores candidatos, hagamos por educación no lo menos difícil, lo más rápido y lo menos costoso, que de eso hemos tenido demasiado en la historia de la educación del país, sino lo que en verdad corresponde, para que todos los peruanos podamos dormir mejor.
Muy atentamente,
Luis Guerrero Ortiz