Manuel Bello Domínguez / La Mula
¿Tiene algo que ver la escala de calificación de los aprendizajes con el derecho a una educación con calidad y equidad?
1. ¿Qué tal funciona la escala vigesimal (0 a 20) que ahora tenemos?
La escala actual de 0 a 20 es muy poco confiable, porque los criterios de evaluación y calificación varían mucho de una escuela a otra, de un docente a otro. Eso significa que si, por ejemplo, se pide a dos profesores de quinto de secundaria que califiquen un mismo texto narrativo de un estudiante, lo más probable es que sus notas no coincidan. Todos sabemos que algunos docentes ponen notas bajas y otros ponen notas más altas, en función de criterios subjetivos que son independientes de la calidad o del nivel de progreso hacia la meta que refleja el producto o el comportamiento del alumno que evalúan.
En la universidad sabemos que las notas que los alumnos traen en sus certificados de la educación secundaria no reflejan con precisión lo que esos alumnos saben. Muchas veces los estudiantes que traen notas altas de sus colegios no muestran competencias, habilidades o conocimientos más avanzados que los estudiantes que llegan a la universidad con notas más bajas. Y eso ocurre porque ciertos colegios son exigentes en las calificaciones, mientras que otros tienden a poner notas más altas. En los últimos años, además, se aprecia una distorsión en la calificación en la secundaria por la exigencia del “promedio mínimo 14” para acceder a becas (PRONABEC) o para la admisión directa a las universidades privadas; algunos colegios ponen notas más altas para facilitar el acceso de sus egresados a las becas o a las universidades.
El proceso que se sigue en la evaluación en secundaria para que al final del año escolar un estudiante tenga como promedio de una asignatura un “17” o un “09”, por lo general sigue una trayectoria confusa y muchas veces arbitraria. Una tarea realizada en casa puede merecer un 20, pese a ser mediocre, porque se estima que el estudiante “se esforzó mucho”; un examen “objetivo”, con preguntas cerradas, construido intuitivamente por el docente, puede arrojar un 07, si ese es el resultado aritmético de sumas y restas de aciertos y errores; una prueba oral puede dar lugar a un 15, al margen de si la respuesta del alumno es precisa o no, porque el docente estima que el estudiante “se expresó muy bien”. En cada caso la nota cumple un rol diferente: premia o sanciona el esfuerzo, refleja la memoria o la habilidad para seleccionar la respuesta escrita que el profesor espera como correcta; o premia el dominio de una habilidad básica -expresión oral- que tal vez no corresponde al logro académico específico deseado. Todo ello sin tomar en cuenta el efecto de la corrupción en las calificaciones.
2. ¿Para qué sirve la nota?
El debate sobre la evaluación y calificación en los colegios se enturbia porque no hay consenso sobre el sentido de la evaluación y de la calificación. Para algunos la nota es un premio o una sanción, que apunta a reforzar la motivación de los estudiantes y debe responder a un sentido de justicia. En este marco, se considera “injusto” que un estudiante que inició el año con desventajas con respecto a otros compañeros y que realizó más esfuerzos que ellos para aprobar el área o curso, termine con una nota inferior a la del promedio de su clase. La nota, se dice, debe hacer justicia a su esfuerzo y premiar su progreso. Desde este punto de vista, lo mejor sería calificar el esfuerzo y el progreso individual, sin comparar con los compañeros ni con un nivel de desempeño esperado para el grado. ¿Debe la nota reflejar el esfuerzo del estudiante, al margen del resultado, o se puede reconocer el esfuerzo sin distorsionar la calificación como reflejo del nivel de logro alcanzado?
Desde que los Estados definen currículos escolares, sean nacionales o regionales o de centro educativo, o todos ellos, se establecen acuerdos sobre los logros de aprendizaje -llámense objetivos o competencias o capacidades o estándares- que se espera que los estudiantes alcancen en cada nivel y en cada grado del sistema escolar. Tales expectativas sobre lo que los estudiantes deben saber al final de cada etapa de su escolaridad, traducen en un nivel educativo concreto la idea más genérica del derecho a la educación. En otras palabras, por ejemplo, todo estudiante de segundo de secundaria tiene derecho a lograr los aprendizajes que el currículo -en tanto norma académica- le señala como meta y a la vez como promesa. La institución educativa y el sistema escolar tienen la obligación de hacer el mayor esfuerzo para que ese derecho se haga realidad.
Desde el punto de vista del derecho a la educación, la nota -sea número o letra- debe servir para indicar al propio alumno, al docente, a la familia, a la escuela y al sistema escolar, en qué medida cada estudiante y el conjunto de ellos han avanzado hacia la meta, qué tan lejos o cerca están de ella. Al calificar con referencia a la meta o logro esperado se hace posible tomar decisiones pertinentes para que cada estudiante logre o supere el nivel de desempeño esperado y que tiene derecho a lograr.
En el aula, la evaluación en función de la expectativa de aprendizaje, los estándares o logros esperados, permite identificar a los estudiantes más avanzados y también a los rezagados en cada área del currículo, reconocer sus fortalezas y debilidades y atender eficazmente a la diversidad, en todas sus manifestaciones. El propósito de todo docente debe ser que todos sus estudiantes logren los objetivos del área y del grado, para lo cual debe prestar la atención pertinente que requieren aquellos que partieron con desventajas o que avanzan a un ritmo más lento, sin descuidar el estímulo y el apoyo a quienes tienen la posibilidad de lograr más de lo que señala como meta el currículo. En ese camino también juega un rol importante el “aprendizaje entre pares”, es decir la cooperación entre compañeros para que todos, como comunidad de aprendizaje, alcancen los objetivos trazados.
En el nivel de la escuela y del sistema escolar, la evaluación referida a los logros esperados para cada área y en cada grado permite dimensionar la eficacia educativa en la institución o en un determinado ámbito del sistema (nacional, regional, local), haciendo evidente la distancia entre el objetivo de lograr educación de buena calidad para todos y la realidad de los desempeños y las características de los estudiantes. Tal como sucede con los resultados de las evaluaciones censales de los estudiantes -a nivel nacional-, al conocer el nivel de logro en que se ubica cada alumno y los grupos de alumnos completos por aula, por grado, por escuela, por localidad, región y país, se hacen evidentes las brechas en los promedios y las desigualdades educativas asociadas con diversos factores, tales como la ubicación urbana o rural, el nivel socioeconómico, la lengua materna, el sexo y otros. Esa información debe servir para aplicar políticas y medidas que apunten a acabar con las desigualdades y a que todos logren buenos resultados.
En conclusión, la evaluación y la nota deben servir para que el docente en el aula module su acción pedagógica tomando en cuenta la diversidad de la situación real de sus alumnos. Al nivel del sistema escolar -cualquiera que sea el ámbito de la gestión- la información proporcionada por la evaluación debe servir para diseñar y aplicar políticas educativas y programas de intervención que lleven a garantizar plenamente los derechos educativos de todos los estudiantes.
3. ¿Es mejor calificar con letras que calificar con números?
El uso de letras o números para la calificación no es importante. Lo que verdaderamente importa es que la calificación refleje, como se ha dicho, la ubicación de cada estudiante y del grupo de estudiantes en el camino que lo conduce a la meta. Se necesita que la letra o el número usado tenga un significado claro y preciso y común para el estudiante, para el docente, para la familia y para las autoridades educativas de la escuela y de todos los niveles del sistema escolar. Que un logro destacado, superior al nivel esperado en el momento de la evaluación, se califique con las letras “Ad” o con un número “5”, no es relevante en sí mismo; pero a nivel del sistema se tiene que optar por una escala común para todas las escuelas y para todos los estudiantes.
El uso de una escala numérica -de 1 a 5, por ejemplo- podría tener algunas ventajas; por ejemplo, con el uso de promedios como aproximación matemática integrada -no necesariamente real y precisa- al nivel de logro del conjunto de los resultados esperados en todas las áreas curriculares de un grado o nivel. Las letras, como es obvio, no permiten el cálculo de promedios. Sin embargo, es posible que el Ministerio de Educación haya considerado preferible aplicar en secundaria una escala con letras que ya viene siendo aplicada en primaria y que -por lo tanto- los estudiantes que pasan a secundaria ya conocen.
4. ¿Qué dificultades tendrá la aplicación de la nueva escala de notas?
La sustitución de la escala vigesimal (0 a 20) por una escala de letras tomará tiempo y traerá algunas resistencias y problemas. El “11”, el “05” y el “20” son parte de la cultura escolar peruana y están muy arraigados en el imaginario y las prácticas de los profesores, de los estudiantes, de las familias y de todos los actores del sistema educativo.
Además, no se trata solo de cambiar una escala por otra; lo más profundo y complejo es cambiar la concepción misma de la evaluación, desde una mirada que concibe la nota como un premio o un castigo en respuesta al esfuerzo o el avance mostrado por el estudiante, hacia una definición de la calificación como reflejo del nivel de logro o acercamiento al aprendizaje esperado, al resultado previsto, que se puede llamar estándar, competencia, capacidad, habilidad, conocimiento o meta (el concepto que se use no es muy importante).
En el caso de los profesores de secundaria el cambio no será fácil, en la medida que su experiencia y su práctica de calificación con una escala de 0 a 20 están fuertemente asociadas con creencias y teorías sobre la evaluación que generalmente no se expresan de una manera racional y explícita. Son el resultado de muchos años de una experiencia personal como estudiante -en la Educación Básica y Superior- que se proyecta y se prolonga en su desempeño como docentes. Se hace necesaria una actualización de los profesores de secundaria en servicio para revisar y renovar con ellos la concepción teórica y práctica de la evaluación formativa y de logros del aprendizaje, en el marco del derecho de todos los estudiantes al logro de los resultados previstos en el currículo.
Al mismo tiempo, es recomendable que las instituciones formadoras de docentes inicien de inmediato la aplicación de la nueva escala de evaluación con letras -y de su marco de referencia conceptual- para que los futuros docentes se habitúen a ella desde su propia experiencia como estudiantes y no tengan dificultades para aplicarla cuando se desempeñen como profesores.
Lima, 26 de junio de 2016