José Miguel Silva / El Comercio
Cuando en 1984 Mario Vargas Llosa prologó “Caballos de medianoche” acertó en todas sus líneas. La “prosa eficaz y buena artesanía” que evidenciaban los relatos del primer libro de cuentos de Guillermo Niño de Guzmán se convertirían en la huella que distinguiría a un autor esforzado, paciente y talentoso.
Si bien la referida publicación tuvo dos ediciones posteriores, lo cierto es que encontrarlas en las librerías capitalinas era casi imposible –y ni qué decir al interior del país–. Por eso es valiosa la flamante nueva edición que acaba de publicar Planeta.
Sobre esta nueva edición de “Caballos de medianoche” conversamos con Guillermo Niño de Guzmán, aunque fue inevitable consultarle también sobre otros temas, como el oficio de la escritura y su interesante paso por el periodismo.
-Usted es un escritor que no está muy preocupado por los ingresos económicos que genera un libro, ¿a qué se debe esta reedición de “Caballos de medianoche” tanto tiempo después?
En primer término al pedido de varios lectores, sobre todo jóvenes, que querían leerlo y no lo encuentran. Si bien salieron dos ediciones, una de Seix Barral y otra del Fondo de Cultura Económica (FCE), ambas están agotadas hace muchos años. Yo había tenido varias propuestas para reeditarlo pero no las acepté porque tuve una mala experiencia con la segunda edición del FCE, que no llegó a ser corregida como yo lo había previsto. Contraté los servicios de un corrector profesional pero parece que lo hizo muy por encima y me molestó que hubiera erratas. Por estas cosas ha sido para mí muy difícil emprender la corrección de este libro porque al mismo tiempo era consciente de que no podía permitirme hacer demasiados cambios pues corría el riesgo de anular la frescura y espontaneidad del libro. Recuerda que es un libro de juventud. Yo tengo hoy otra visión de la vida, mayor oficio y, posiblemente, no escribiría así. Este es un libro de aprendizaje, en el que buscaba un lenguaje, un estilo y una forma de expresión.
-¿Hay muchos libros publicados hoy sin la rigurosidad necesaria?
Creo que el problema es cuando entras en la onda comercial, cuando el escritor se ve canalizado dentro de una carrera. Esto pasa esencialmente con los novelistas. El sistema editorial o el mercado te obliga a mantenerte en el candelero, a sacar un libro cada dos o tres años. Eso puede ser un acicate para que el escritor trabaje más, pero al mismo tiempo puede ser un arma de doble filo porque puede implicar demasiado apremio, urgencia y que a la larga termina siendo contraproducente. Tal vez por cumplir con un plazo vas a entregar un libro que no está a punto.
-Tomando en cuenta que sus primeras obras aparecieron en intervalos de más o menos diez años, ¿a qué se debe ese descanso aparentemente largo? ¿Está relacionado a una gran preocupación por el lenguaje, a que no había temas, o a qué motivo?
Es justamente una de mis ventajas. A diferencias de los novelistas, yo escribo cuentos. Me gusta madurar cada cuento, y lo hago en un proceso muy lento. Me gustaría escribir con mayor rapidez y fluidez pero no tengo esas aptitudes. Por otra parte, a diferencia de la novela donde por lo general tienes un plan de trabajo, un derrotero que seguir y que supone un buen tiempo, en el caso de un relato lo tomo casi como una epifanía, una revelación, un relámpago. No creo que se pueda escribir cuentos con la misma actitud que tiene el novelista, que puede sentarse cada día a escribir determinados capítulos de su novela. Pienso que el cuento está más cercano a la poesía y yo todavía creo en la inspiración. A veces me he obligado a escribir, porque se supone que con tantos años de oficio tengo el dominio técnico, pero el resultado siempre fue deficiente. O sea, en términos gramaticales es correcto, pero siento que una cosa escrita así, por obligación, por el solo oficio, pierde el alma.
-¿Qué se siente que a un escritor de 30 años le prologue su primer libro Mario Vargas Llosa?
Eso es una casualidad. Obviamente, a ningún escritor joven se le ocurre que puede acceder a un escritor de ese nivel, al menos en el Perú Vargas Llosa ya por entonces era una figura muy conocida, y además un hombre muy celoso de su tiempo. No era un escritor que frecuentara o asistiera a actos culturales donde podías tener la posibilidad de conocerlo. Todo surgió a raíz de que publiqué una crítica de “La guerra del fin del mundo”. Yo era el editor de la sección cultural y comentaba libros en la revista “Oiga”. Parece que le gustó mucho mi crítica sobre su novela. Es más, debo haber sido el primero en reseñarla en este país porque me devoré el libro en tres días, por esas urgencias del ‘cierre’. Le llamó la atención que saliera un comentario tan pronto y le gustó mucho. Entonces pidió al gerente de Seix Barral en Lima que me llevara a su casa porque quería conocerme. Y así nació una amistad. Pensé que iba a ser simplemente un solo encuentro, pero para mí sorpresa congeniamos bastante y luego los encuentros se multiplicaron y se consolidó una amistad.
-¿Cree usted que debe partirse la obra de Vargas Llosa en dos etapas, la primera hasta “La fiesta del chivo”, quizás con mucha calidad, y la segunda con una serie de obras más ‘comerciales’?
No. Yo creo que es una continuación que varía de acuerdo a sus propios intereses. Vargas Llosa es uno de esos autores muy raros que no se repiten de libro a libro. Como que siempre intenta algo distinto. Desde luego, hay una primera etapa que es la de los años sesenta, donde su afán principal es la experimentación técnica. O sea, “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Los cachorros” y “Conversación en la Catedral” muestran este ánimo renovador. Ningún otro escritor latinoamericano se ha esforzado tanto por renovar las estructuras de la novela. Luego viene una segunda etapa donde entra el humor, que es cuando publica “Pantaleón y las Visitadoras”, “La tía Julia y el escribidor”. Ambas novelas muy impregnadas del humor suponen un nuevo giro en su carrera. También incursiona en la novela policial con “Lituma en los andes” y “Quién mató a Palomino Molero”, en la erótica con “Elogio a la madrastra” y “Los cuadernos de Don Rigoberto”, luego insistió con la novela histórica con “La fiesta del chivo”. Persistió en dicha senda al escribir novelas con personajes históricos como “El paraíso en la otra esquina” y luego con “El sueño del celta”. En el intervalo publicó una novela que puede parecer menor, “Travesuras de la niña mala”, pero que a mí me parece una delicia. Es un divertimento estupendo. Me parece que no ha sido un libro correctamente valorado. Luego entra en dos registros con “El héroe discreto” y con “Cinco esquinas”, donde juega con la ironía y la farsa. Creo que hoy Vargas Llosa se divierte y tiene todo el derecho de hacerlo. Él ya pasó a la historia de la literatura. Si se hubiera muerto tras “Conversación en la Catedral”, ni siquiera habría tenido que escribir “La guerra del fin del mundo”, que es otro desafío enorme. Imagínate meterte en otra realidad que no es la tuya. Es un reto que no podría resolver cualquier novelista.
-¿Sin la influencia de Hemingway usted sería otro escritor?
Creo que encontré mi estilo, mis posibilidades expresivas, mi forma de transmitir lo que quería decir a través de ese lenguaje enmarcado por la economía, como es en el caso de Hemingway, lo cual también tiene que ver con mi ejercicio del oficio periodístico. Yo me inicié en el periodismo cuando estaba en la universidad. Estudié literatura pero no quería dedicarme a la vida académica, pues no tengo vocación para la docencia, y afortunadamente el periodismo resultó un buen ‘modus vivendi’. Y me obligó a ejercitar un tipo de escritura clara, sencilla, con pocos adjetivos, que sintonizaba perfectamente con las enseñanzas que había recibido de Hemingway. Me hubiera gustado tener un lenguaje más rico, un fulgor como el que tiene García Márquez, pero no. Mi forma natural de expresión es mucho más simple y escueta.
-Usted ha sido columnista hasta fines del año pasado. Publicaba un texto semanal y tengo la impresión de que sufría mucho para encajar su opinión en espacios cortos. ¿Es correcto?
Sí. Soy bastante autocrítico. No subestimo al periodismo. Cuando escribo un artículo para un diario o una revista lo hago con el mismo empeño que le dedico a una pieza de ficción. Dudé mucho en aceptar la propuesta de tener esta columna porque por lo general tiendo a explayarme y siempre sufrí por las quejas de los editores que me piden reducir mis textos. Hoy con la nueva onda del periodismo, que para mí se ha vuelto demasiado sintético, pasé a escribir cosas mucho más pequeñas. El pasar a una columna de 400 palabras me parece demasiado dramático porque muchas cosas se me quedaban fuera, pero al mismo tiempo fue saludable porque me obligó a concentrar, apretar y sacarle todo el jugo a mis ideas. Debí valorar cada palabra para poder ajustarme a la extensión solicitada.
-Se dice que en Perú hay muchos libros para pocos lectores. ¿Cree que eso genera un riesgo de ‘argolla’ en la que solo entre amigos se lean y comenten?
No. Lo que ocurre simplemente, y es algo que noté desde mis inicios, es que sí hay algunos escritores más favorecidos por la prensa, pero ese se debe a dos cosas. La primera es que los escritores que viven en Lima tienen más posibilidades de ser comentados por los diarios de la capital. Alguien que vive en provincia difícilmente puede llegar, porque no participa del ambiente cultural. Y no debería ser así. Y la segunda es que varios escritores, al igual que yo, se dedicaron al periodismo y creo que hay una especie de espíritu de cuerpo. Los periodistas viven en un mundo pequeño, se conocen, y es casi obligado o es muy fácil comentar a alguien que conoces y vive en el ambiente. Además, los periodistas suelen cambiar de medio, trabajan en un diario y luego pasan a otro. Y eso ocurre no solo en Perú. No creo que haya una argolla deliberada con una pretensión de excluir a tales. Además, creo que los libros que tienen calidad tarde o temprano abren su propio espacio y llegan a tener la valoración debida, salvo pocas excepciones. Por lo general sí encuentran sus lectores y sus críticos.
-“Caballos de medianoche” me hizo sentir que leía a un escritor de 19 o 20 años de edad. Uno encuentra gran frescura en los relatos. ¿Se ha visto reflejado usted en algún escritor joven de la actualidad?
Ya no sigo la literatura peruana. No estoy al día. Creo que hasta los años noventa me mantuve al día y me esforzaba por leer autores peruanos porque creo que un autor debe conocer bien su tradición. Y creo que he cubierto a fondo la historia de la narrativa peruana hasta los noventa. Luego creo que por un tema de edad, por sentir que se me vuelven más escasas las horas para dedicar a la lectura, y teniendo tantos libros por leer, porque soy un bibliómano y, claro, compro demasiados libros y cada uno toma tiempo para leer. No tengo mucho tiempo aunque tengo ahí algunos magníficos que me interesan mucho. He dejado de leer algunos por obligación o por el afán de estar al día. Más aún hoy que existen muchos jóvenes talentosos, porque gracias a las nuevas tecnologías se han abaratado los costos de edición, entonces, ya no es tan difícil ni oneroso sacar un libro. Hoy abundan los libros, el problema es que se precisa de cierto filtro para poder orientar al lector y decirle ‘Esto tiene cierto interés y esto no’. Aunque esto es algo que debe hacerlo la crítica, pero creo que en el Perú prácticamente no existe la crítica literaria, lo cual es una falla clamorosa, más aun habiendo tantos autores.
-¿Por qué los lectores de “El Comercio” tienen que leer “Caballos de medianoche”?
(Risas) en primer lugar, no tienen que leer “Caballos de medianoche”. La lectura para mí es, la búsqueda del placer. El mismo Borges decía “si un libro no te gusta, déjalo inmediatamente”. No debe ser un padecimiento, salvo que sea un libro académico que lees porque estás estudiando una carrera en la universitaria. Pero si se trata de leer literatura debe ser por placer. Hay libros magníficos que a veces son duros y difíciles de asimilar y yo mismo he tenido que abandonarlos porque hay determinadas etapas para un lector. Por ejemplo, abandoné a los 15 años “Ulises” de James Joyce, porque no estaba capacitado para leerlo en ese momento de mi vida. Pero sí lo pude hacer a los 30.
-Pero “Caballos de medianoche “es un libro perfecto para iniciarse en la lectura…
Lo es en el sentido de que su lectura es fácil. Es imperfecto en cuanto a que es un libro de aprendizaje, de tanteo. Y es un libro que puede interesar a los jóvenes porque hay varios personajes que son jóvenes –aunque responden a mis vivencias y al contexto cultural de mi generación—pero hay experiencias que se mantienen vigentes aún a pesar del cambio de época. La búsqueda de una identidad, de una afirmación vital. Por otro lado, no recomiendo leer (mi libro) a quienes quieran leer algo más agradable. Porque son cuentos sobre el lado oscuro de la existencia, hay un ambiente negro, sórdido y triste. Si alguien quiere leer algo optimista, ese no es mi lector.
Fuente: El Comercio / Lima, 05 de julio de 2016