El placer de narrar

Juan Cruz, periodista de El País, reedita esta antigua entrevista efectuada a Gabriel García Márquez en noviembre de 1991, hace 25 años.

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Juan Cruz / El País

Este hombre, Gabriel García Márquez, colombiano, de 63 años, viaja con su último libro en el bolsillo. El premio nobel de Literatura de 1982, uno de los escritores más solicitados del mundo, amigo de revolucionarios y de reyes, contertulio de Kissinger, con el que habla de fútbol, y de Fidel Castro, con el que charla de cine, visitante habitual de la Moncloa y del palacio presi­dencial mexicano y de su amigo y paisano el presidente Gaviria, es ahora, con ese diskette en las manos donde se contiene su úl­tima producción literaria, como un niño con zapatos nuevos. El Gabo que conocieron otros y que ha vuelto a reen­contrarse escribiendo: “Ahora entiendo por qué los abuelos contaban cuentos”.

La tranquilidad con que respira el autor de Cien años de so­ledad domina la casa de Barce­lona donde habla. Aliado, una habitación llena de sus libros, compilados por su agente Car­men Balcells, parece ser el es­tandarte de su fama: “No signi­fica nada: están apilados, pero vinieron poco a poco. Si hubie­ran venido de golpe, acaso hu­ biera sido impresionante”. García Márquez ha cambia­do mucho para volver a ser el mismo: este dandi del Caribe parece haber seguido en el tiempo, pero se ha quedado, por fin, con la edad que tuvo en la adolescencia, “con tiempo para estar con todos los amigos y para hacer incluso amigos cuando hablo con personajes que en principio no tema previstos como amigos”. Con sus botines negros y con chaqueta de cuadros blancos y de aquel color la combinación preferi­da del escritor costeño, en una combinación exacta con sus pantalones oscuros y su ca­misa colombiana igualmente negra, el famoso autor de El otoño del patriarca se ríe de lo que pasa como si hubiera vuelto a descubrirlo.

Acostumbrado a ser últimamente una especie de corres­ponsal volante de los presidentes latinoamericanos “gratifica, porque a veces se ven los frutos”, tiene ante los perio­distas la sabiduría del que co­noce el oficio de antemano: en una larga conversación de dos horas en las que habló de la li­teratura, el periodismo propia­mente dicho y la vida, respon­dió así a la insinuación de una cuestión recurrente: Cuba: “Pero, hombre, creí que por fin me iba a hacer una entrevista original en la que no se hablara de Cuba”.

El periodismo fue el primer asunto. Ahora va a empezar a funcionar en su país un noticia­rio televisivo que él lidera y con el que espera dar un nuevo giro a la información que se hace en su país, siguiendo una perspec­tiva de la que él parece un após­tol: devolverle al periodismo profundidad e investigación. Periodista desde que era un chi­quillo, todo lo que ha escrito como narrador está transitado por aquella vieja pasión que a veces resurge como una obliga­ción cívica del hijo del telegra­fista. Como su colega alemán Hans Magnus Enzensberger en su crítica al periodismo con­temporáneo, Gabriel García Márquez arremete contra el ejercicio actual de la profesión y pone en primer lugar el ejem­plo de Colombia.

Desde que no hay bombas ni camiones dinamitados en la vía pública, desde que al caos le ha sucedido el orden y la efica­cia impuestas por un Gobierno en el que ningún ministro es mayor de 50 años, Colombia ha dejado las primeras páginas de los periódicos internaciona­les. Hemos hecho las elecciones más pacíficas de la historia de Colombia, se ha sobrepasado una clase política vieja, corrup­ta e incapaz, y resulta que ya Colombia no es noticia.

P. ¿Qué ha pasado con este oficio?

R. Se ha producido una dis­torsión del oficio en todo el mundo. La intensidad de lo que pasa ha hecho que lo que ocu­rre prime en una carrera contra el tiempo. Ya no tenemos lugar para ver la noticia en perspecti­va, en todos sus significados, a no ser que lo que pase sea con­tundente, como la guerra del Golfo o la Conferencia de Paz de Madrid, que por cierto fue un acontecimiento de singular importancia. Lo importante es dar primero la noticia. Si es falsa o no, poco significa; lo im­portante es darla primero. Hay un cambio casi orgánico del oficio de periodista que vamos a tratar de parar un poco. Vamos a tratar de recuperar ese concepto de aquellos viejos tiempos del periodismo en que se contaba cómo era la gente.

P. En el libro de Enzensber­ger sobre periodismo se recoge la frase del danés Kierkegaard: estaba contra la pena de muerte, pero presidiría un pelotón para fusilar periodistas…

R. Yo no lo haría, porque primero me tendría que suici­dar. Tú sabes que éste es mi ofi­cio primario. Además, yo no hubiera escrito ninguno de mis libros si no conociera las técni­cas del periodismo, tanto de la forma de capturar y de elabo­rar la información como la for­ma de utilizarla en el relato. Hoy mismo lo pensaba mien­tras escribía, porque estaba escribiendo un cuento y no me in­teresaba poner fecha, mil nove­cientos tal. Entonces dije: “Esto ocurrió en el el otoño en que el papa Pío XII tenía una crisis de hipo, que le costó mucho trabajo superar”. Y enton­ces, como estaba en la compu­tadora, hice una anotación: “Investigar”. Puse investigar porque recuerdo que del mundo entero le llegaban recetas para el hipo, y me acordé de un cuento de Somerset Maughan, un cuento sensacional, P & O, el nombre de una famosa em­presa de navegación, Pacific and Orient, y es sobre un hom­bre que muere de hipo en alta mar, y mira tú cómo el periodismo va hacia la literatura y cómo la literatura va hacia el periodismo: es un colono inglés que se muere de hipo en alta mar, y hay un momento en que está ese enorme barco de turis­mo precioso en,el centro del so­litario océano Indico en comu­ nicación con el mundo entero, que mandaba toda clase de recetas, científicas y supersticio­sas … Cuando yo estaba en Roma y tuve que cubrir la en­fermedad del Papa con hipo, me acordaba de ese cuento y me apoyaba en él para hacer la información. Y ahora, que es­taba escribiendo un cuento en el que me acuerdo del Papa que tenía hipo, vuelvo a acordarme del cuento de Somerset Maug­ han. Así que yo no he salido nunca del oficio de periodista. No he logrado hacer la distinción.

La memoria

P. Parece que el periodismo y la literatura tienen en común el uso de la memoria…

R. Sí, claro. A partir de cierta edad, cualquier cosa que uno escribe ya forma parte de sus me­morias. Los cuentos que estoy escribiendo ahora son una mes­colanza de realidad y de ficción, yo mismo ya no sé donde termina una y empieza la otra. Y de veras hay momentos en que no sé si me sucedió o me lo inventé o que me lo inventé hace tanto tiempo que ya creo que me sucedió.

P. Cuando se lee un texto suyo sigue dando la impresión de que usted se enfrenta al cuento como si fuera la primera vez que lo cuenta, como si usted mismo lo estuviera oyendo. ¿De dónde le viene esa capa­cidad?

R. Ahora estoy disfrutando de otro placer, que no sé de dónde viene y que tampoco sé si hará carrera en los lectores, y que es el de narrar por el puro placer de narrar. Es una mara­villa.

P. Se supone que antes le pasaba lo mismo…

R. Siempre ha habido ese placer, pero el placer puro de narrar yo lo voy sintiendo cada vez más, y ahora entiendo por qué los abuelitos cuentan cuen­tos y por qué se habla de los cuentos de la abuelita… Es que debe ser la dicha de narrar, la golosina de narrar.

P. ¿Cómo vienen los cuentos?

R. Siempre por un solo epi­sodio. Los cuentos que estoy preparando ahora tienen una historia larguísima. Cuando yo vivía en Barcelona nos íbamos a ver cine a Perpiñán. Yo creo que hay una generación ahora a la que le cuentas eso y piensa que es mentira. Vendían un tour que comprendía el viaje, la película El último tango en París, que duró no sé cuánto tiempo, la cena, el hotel y el regreso, y eso generaba colas que no se podían contar. En aquel momento uno pensaba que la vida era así. Ahora uno se da cuenta que este país esta­ba en una especie de penumbra que nos hacía olvidar cómo era el resto del mundo. Uno vivía con las escasas informaciones que llegaban a España.

En esa época, cuando estaba escribien­do El otoño del patriarca, empe­cé a anotar en un viejo cuaderno de los chicos cosas que les sucedían a los latinoamerica­nos que vivían en Europa. Llegué a tener sesenta y tantos esbozos de cuentos. Pero perdí el cuaderno y nunca supe dónde se metió. Eso me descorazonó mucho. Pero algunos cuentos los tenía empezados y otros estaban casi terminados, y me ol­vidé de ellos. Y ahora, revisan­do papeles para llevar cosas de México a Colombia, encontré algunos de esos retazos. ¿Cómo es posible que no hubiera segui­do trabajando en eso? Y, a pe­sar de que estaba ocupadísimo, me he encerrado todas las ma­ñanas y los estoy sacando. Y lo que es curioso es que ahora los escribo y tienen un elemento que no tenían antes, que es lo que recuerdo yo de esa época en que no los escribí. Fatalmen­te, tienen fragmentos de mis memorias. Ficción y toda la re­capitulación probablemente ya desmemoriada del cuaderno que perdí. Empecé por tres cuentos y ya voy por 14: no sé a dónde voy a llegar. Ya lo dejo para el año entrante.

P. ¿En ese proceso de bús­queda de los viejos cuentos se ha reencontrado usted consigo mismo? ¿Tanta fama no le hizo perder la perspectiva de quién era en realidad?

R. Bueno, lo que pasa es que yo nunca me he perdido. No es que yo haya perdido la perspec­tiva, es que he ganado la perspectiva: he logrado un punto de vista externo de mi mismo, que también es muy importante.

P. En todas sus obras hay siempre alguien que se asom­bra, como si fuera usted mis­mo. ¿De dónde le viene esa ca­pacidad de asombro?

R. Eso es el periodismo: el deslumbramiento de la noticia. Si una noticia no te deslumbra, no te interesa. El periodismo es contar un acontecimiento que le pasa a otra persona, y si ese acontecimiento te deslum­bra, te lleva a él sin remedio. Te busca como narrador. Te asombra. Y el deslumbramiento viene en primer lugar porque para mí es un misterio crear: ¿cómo es eso de que un hombre consagra su vida a la creación, artística o literaria, y se inmola prácticamente por ella, es capaz de morir por ella? Simplemente para crear estados de ánimo… En mi ta­ller de cine reúno a diez jóvenes con una cierta experiencia al­rededor de una mesa, con una grabadora: “Vamos a inven­tar una historia. Qué se le ocu­rre a quién”. Y de pronto, tú no sabes en qué momento, surge el cuento, como si estu­viera ahí. Y nace del asombro para producir asombro.

Perfección

P. Usted es el dueño absoluto de su texto cuando le domina ese deseo de perfección?

R. No, uno queda agarrado, a merced del texto, indefenso.

P. ¿Y qué hace usted, conce­der imperfecciones?

R. No: lo que trato ahora es de hacerlo lo mejor posible.

P. ¿Y a qué se parece lo me­jor posible?

R. A tratar de ser el mejor es­critor del mundo, porque si tú tratas de ser uno más, el segundo, el tercero o el cuarto, pues te quedas en el segundo o en el décimo. Yo he dicho muchas veces que cuando uno se sienta a escribir tiene que querer ser mejor que Cervantes, porque si no no llega a ser sino Cer­vantes.

P. Como personaje de este tiempo usted ha vivido aconte­cimientos que le habrán produ­cido todo tipo de sensaciones. Con respecto a lo que ha pasado recientemente en el mundo el final de un modelo de so­ciedad en el Este, el surgimien­to de otros fenónemos, ¿qué situación le ha producido más rabia?

R. Que no hubiera sucedido hace veinte años. Eso es lo que más rabia me ha dado. Ya ha­bríamos resuelto el problema, ya lo habríamos superado y ya estaríamos en otra cosa que quién sabe cuando va a ser. Eso es lo que me da más rabia. Por­que desde hace mucho más de veinte años nosotros sabíamos que eso tenía que suceder y es­taba haciendo falta que suce­diera. Y ahora hay que esperar a ver cómo se decanta todo eso.

P. ¿Usted cree que esto se ha producido a favor de la historia, en contra de la historia o violentando la historia? ¿En qué situación se queda el hombre después de este proceso?

R. Eso nos mete en unas abstracciones casi metafísicas para las que soy bastante inhábil. Lo cierto es que es algo que iba a suceder: todo el mundo lo sabía. Ahora no se sabe cómo va a terminar todo. Por ejemplo, el derrumbamiento del llamado mundo comunista. En 1957 escribí yo una serie de 14 artículos donde veía que eso tenía que venir. Era la época posterior al 20°congreso del PCUS, en tiempos de Jruschov. La gente creía que eso iba a suceder en ese momento. De ello hace 30 años: lo que me molesta es que los que estimularon y le dieron el empujón final a aquello, que fue Estados Unidos y fue la Europa occidental, da la impresión de que lo único que querían era que se derrumbara eso y no están haciendo nada por construir otra cosa allí.

Pasó igual en Nicaragua: quieren que caiga el sandinismo; éste cae, y no le dan nada a los enemigos del sandinismo para que salga adelante. Es el ejército sandinista el que sale en defensa de Violeta Chamorro para que no se caiga. La impresión que dio Gorbachov en Madrid es que no venía a hablar de la paz, sino que venía a hablar con Bush de la plata que necesita para salir adelante. ¿Hay derecho a cómo está la URSS, hay derecho a cómo está Polonia? Las llamadas democracias lo que querían era la victoria sobre el comunismo: se acabó el comunismo, pero el anticomunismo no se acabó. ¿Cuándo se va a acabar el anticomunismo?

P. Parece que ha ganado el sistema del primer mundo. ¿Cómo se van a defender ahora los que están por debajo de la raya de Gibraltar?

R. En América Latina a mí no me cabe ninguna duda de que nuestra defensa está en la integración. La solución está por comunidades, por sectores. No sólo para ayudarse, sino para defenderse, porque siempre habrá alguien que se quiere comer a otro. Pero en ese sentido la cumbre de Guadalajara (México) tuvo una importancia que la prensa no reflejó, por un pequeño fallo en la estructura de la reunión: había tal afluencia de periodistas y tenían tan poco tiempo para trabajar que cerraron la puerta para los periodistas, que se hallaron recogiendo las migajas que salían de dentro, y cuando aquello acabó no tuvieron una idea global para hacer una síntesis y establecer una globalización.

Y eso nos lleva a lo que dijimos antes: el periodismo hoy no es globalizador. Va de un hecho inmediato al otro, sin pararse. Pero, con respecto a lo anterior, yo estaba en contra del Quinto Centenario: como lo había planteado España, era celebrar en Sevilla el descubrimiento, la conquista y todo lo que vino después… Y nosotros veníamos a ayudarle a celebrar esa fiesta: no teníamos un protagonismo real: Guadalajara cambió completamente esa concepción, porque le dio un contenido político a la celebración del Quinto Centenario. Ahora vamos hacia la integración del mundo iberoamericano. Y yo te aseguro una cosa: ese bloque, esa comunidad iberoamericana, en el mundo de hoy, yo creo que tiene mucho porvenir.

P. ¿Y la dejarán?

R. No preguntes si la dejarán: ¿seremos capaces de hacerla? Yo creo que sí. Tenemos una reserva que poca gente tiene: nuestra carga de humanidad.

América Latina

P. ¿Piensa que ahora empieza una segunda oportunidad sobre la tierra para América Latina?

R. Yo creo que para América Latina es la primera.

P. En un contexto más general, ¿cuál sería el frente de contención que podría levantarse al individualismo y al capitalismo triunfantes?

R. La más autosatisfecha ahora es Europa occidental. Y están surgiendo unos síntomas muy extraños y muy peligrosos, similares a los que aparecieron en el origen del nazismo. No sé si ustedes se están dando cuenta de eso para defenderse. En cambio, en América Latina to­ dos los signos que se encuen­ tran son positivos. La América Latina de hoy no es la de hace cinco o diez años: por todos los lados están surgiendo reservas que estaban ocultas. Colombia, México, Venezuela: cada uno a su manera está superando sus problemas internos.

P. ¿Cree que América Latina es ahora un continente más respetable que hace 20 años?

R. Sin duda; si no, no estaríamos como estamos. El que menos ha respetado a América Latina ha sido siempre Estados Unidos, que hoy es más fuerte que nunca, es una potencia uní­ polar, y yo creo que el diálogo de los países latinoamericanos con Estados Unidos está bas­ tante más avanzado que hace un decenio.

P. Usted nunca fue comunista. Pero ¿qué piensa que debía preservarse del comunismo tras su caída?

R. Lo malo estuvo en las circunstancias en que surgió y dónde surgió. Yo pienso que, si como lo previó Marx, la primera revolución hubiera sido en Alemania o Inglaterra, donde ya había un desarrollo mayor de la burguesía, no hubiera ningún problema. Porque la burguesía había conquistado ya una gran cantidad de libertades individuales que ni siquiera se hubieran puesto en discusión. Pero surge en Rusia, que sale de la noche del zarismo, donde no hay experiencia de esas libertades fundamentales. Entonces, cada conquista desde esa perspectiva es impo­sible, y cola tradición de re­presión, de autoritarismo, de aislacionismo y de xenofobia, es aún menos posible.

En Europa central era evidente que aquello fue una cosa que le trajeron en un baúl y se la fueron metiendo por la fuerza. Jamás correspondió ni a una realidad política ni a una realidad cultural ni a una realidad social ni a nada: fue impuesto por la fuerza. El interés fundamental de Stalin fue el de crear una cortina de hierro, un colchón contra la Europa occidental, de donde veía venir el peligro. Y ahora de ese comunismo no queda nada. Pero ese fundamentalismo está dando origen a otra cosa que es igualmente peligrosa: el fundamentalismo democrático. El fundamentalismo de las democracias que consiste en creer que lo que no es igual a ellos está mal. Eso es de un dogmatismo que se parece a aquél. Ahora estamos en el gran peligro de que estas democracias se vuelvan tan fundamentalistas que ya no permitan que haya ninguna experiencia más en la búsqueda de la felicidad. El horror es que el siglo XX se ha perdido en el enfrentamiento de los bloques y ahora ya no queda nada de todo un siglo.

P. Cuba.

R. Yo creí que al fin ibas a hacerme una entrevista original sin preguntar lo mismo de siempre.

P. ¿Qué tiene que hacer Cuba para homologarse con sus vecinos latinoamericanos?

R. Lo primero que tiene que lograr Cuba es que Estados Unidos suspenda el bloqueo. En ese momento desaparecerá un condicionador absolutamente excepcional que ha durado 30 años y que nos impide saber cómo sería. Cuba y cómo puede ser Cuba. Mientras ese condicionador exista, Cuba será un fenómeno completamente anómalo que prácticamente no se puede mover: tiene una camisa, de fuerza. Y a mí me parece terriblemente injusto de parte de Europa y de la prensa europea que encuentran una cantidad de factores, reales y falsos, para criticar al régimen de Cuba y no toman como uno de los factores más importantes la posición de EE UU esperando a que aquello se derrumbe.

Es una posición narcisista pensar que si eso sucedió en Rumanía o en Polonia tiene que suceder sin remedio en Cuba. Pues no: las condiciones son completamente distintas. Al contrario de lo que se piensa acá, Fidel no se va a caer, no lo va tumbar el ejérci­ to, no va a haber una sublevación popular. Cuando ustedes se den cuenta de que será así, tendrán que empezar a pensar en otras fórmulas, y yo estoy seguro de que esas fórmulas surgirán dentro de Cuba. Fidel no tiene ningún interés en que Cuba siga teniendo las dificultades que tiene.

P. ¿Qué factor supone la caída de la URSS en la evolución de Cuba?

R. Están equivocados pensando que la caída de la Unión Soviética supone el desenlace de Cuba. Cuba va a a encontrar petróleo y otros abastecimientos de sus vecinos latinoamericanos, tarde o temprano. Es mucho mejor que no tenga la dependencia que tenía de la Unión Soviética. Hoy no depende de nadie: ahora tampoco de la Unión Soviética. Su porvenir está en América Latina. Lo que yo quisiera es que la prensa viera así las cosas. Después de la cumbre de Venezuela, Colombia y México con Cuba, en Cozumel, ¿qué dijo la prensa de Estados Unidos? “Cuba no obtuvo petróleo de México” ¿Y cómo titularon acá? “Fidel no concedió nada de lo que le pidieron”. La verdad fue mucho más simple: Fidel no pidió nada ni na­die le pidió nada. Lo que pasa es que ustedes tienen una interpretación ya establecida e invariable a la cual acomodan los hechos.

Puede que si ustedes estudian la situación con seriedad descubran que lo que está sucediendo en Cuba es mucho más grave de lo que ustedes dicen. Pero río es lo que ustedes dicen. El racionamiento es aburrido, las colas son agotadoras, la gente está inconforme y desorientada, pero no se están muriendo de hambre ni en ánimo de subversión. Si en todos los países del tercer mundo el Gobierno tuviera que dividir los frijoles por el número de habitantes, de modo que todos recibieran la misma cantidad, como sucede en Cuba, muy pocos sobrevivirían. Y Cuba so­brevive. En síntesis: que suspendan los Estados Unidos el bloqueo, y después hablamos.

P. ¿Está en el camino la Cuba de hoy de buscar luego métodos democráticos similares a los que le rodean?

R. Ahí entramos en un problema de definiciones: ¿qué es la democracia? ¿Qué clase de democracia quieren imponerle a Cuba, que a lo mejor puede lograr una democracia distinta y tal vez más justa? El presidente colombiano, César Gaviria, que piensa siempre muy bien lo que dice, dijo en Cozumel que él ve a Cuba como un ejemplo del pluralismo de sistemas que debe existir en América Latina. Ese concepto se sentó también en la declaración final de veintitrés presidentes y un rey en Guadalajara, México. Nada de eso tuvo aquí el despliegue que merecía. Pero estemos tranquilos: tal vez terminemos en América Latina por inventar fórmulas que la autosuficiencia y el narcisismo europeo no han logrado en 2.200 años.

P. ¿Usted es optimista con respecto al futuro?

R. Yo soy un optimista empedernido con respecto a todo. Quizás el frentazo que me voy a dar será tremendo, quizá, pero yo creo de veras que vamos a salir adelante los latinoamericanos. Todos. Es que el ser humano no puede ser tan imbécil como lo fue en el siglo XX.

Fuente: El País / Octubre 26 de 2016