Walter Twanama Altamirano / Para EDUCACCIÓN
“No necesitas un meteorólogo para saber por dónde sopla el viento”
Subterranean Homesick Blues, Bob Dylan
Empecemos con una fábula, casi un problema de matemática familiar: Don Hilario tiene cinco hijos adultos: la mayor es banquera, el segundo un empresario minero, la tercera es una abogada exitosa, el cuarto un chef muy creativo y exitoso; y el quinto ayuda al cuarto en su negocio. La mayor tiene 3 niños, el minero 2, la abogada 1, el chef 4, y el hermano que lo ayuda 2 hijos.
Un día Don Hilario despierta tras una pesadilla en la que se ve en un ataúd, con la idea de que se debe asegurar la educación de sus nietos y como tiene una gran autoridad sobre sus hijos, los obliga a acordar que cada uno de ellos va a destinar el 6% de sus ingresos a la educación de los nietos de nuestro personaje. Y efectivamente, así lo hacen. En términos formales todos hacen el mismo esfuerzo, guardan el 6% de lo que ganan para la educación, pero como se dedican a distintas actividades con distintos niveles de ingreso y diferente número de niños en realidad cada uno tiene cantidades muy distintas para educar a sus chicos, y, habiendo un mercado educativo con diferentes ofertas, obtienen calidades distintas de servicio. Tal vez todos están contentos con la educación que reciben sus hijos, finalmente es a la que pueden acceder, hasta que un día publican los resultados de sus chicos y chicas en las pruebas estandarizadas (como la ECE peruana, como PISA) y ven que hay muchas diferencias entre todos los nietos. No se necesita ser matemático o economista para darse cuenta de que un porcentaje fijo del ingreso de cada uno no tiene una relación directa con la educación que se recibe, cada caso, cada hijo en esta fábula, es un cuadro diferente.
Saliendo de la historia familiar, hace ya algunos años que varios países –Perú entre ellos- toman su porcentaje de PBI dedicado a la educación como un indicador aceptable de lo que hay que invertir en este rubro, sin tomar en cuenta el tamaño del PBI y el número de chicos que tiene que atender. Eso es lo que hemos venido haciendo.
Además, a diferencia de la fábula de la familia de Hilario, los países no tienen el PBI guardado en una alcancía ni lo reciben al final de mes, sino que dependen de cuanto del PBI puedan recaudar para disponer que una parte vaya a Educación. Perú fijó en el Acuerdo Nacional una tasa de 6% de PBI para la educación, aunque sólo ha podido llegar a cerca del 4%. Ese 6%, siguiendo la lógica de nuestra historia familiar, no garantiza nada.
Otra manera de mirar esto se muestra en el gráfico # 1. Ahí vemos la relación que hay entre porcentaje del PBI destinado a educación y resultados de los países sudamericanos en la prueba PISA, como proxy de los aprendizajes de los estudiantes.
El gráfico trae una sorpresa interesante: no hay una asociación clara entre ambas variables. Por ejemplo en Comprensión de Lectura, invirtiendo un porcentaje de PBI equivalente a los de Argentina y México, Brasil obtiene resultados muy semejantes a los que alcanza Perú. En cambio Uruguay obtiene resultados parecidos a los de Chile y por encima de México y Argentina, con un porcentaje de PBI casi equivalente al de Perú.
Gráfico 1
Pero ¿cómo es esto posible? ¿Quiere decir que no hay una relación entre la inversión por educación y los resultados de aprendizaje de los estudiantes? ¿Para qué entonces cada año destinamos más plata al presupuesto educativo? Mi respuesta es que sí hay una relación entre inversión en educación y aprendizajes de los chicos, pero que el indicador por el que nos hemos estado guiando es inadecuado; con la formulita del 6% del PBI nos hemos dado una solución que no soluciona nada. Al contrario, al usar la fórmula enmascaramos lo que de verdad ocurre con esta inversión y con estos aprendizajes.
¿Qué otras variables económicas podrían usarse para aproximarse al rendimiento de los estudiantes? ¿A qué amarramos nuestros recursos para la educación? Una variable que podría postular algún estudioso es el simple y llano PBI, la riqueza producida por un país en un año. Esto significaría que a mayor PBI también mayores serían los aprendizajes de los alumnos, y su contraria: mientras más bajo sea el PBI menores también serían los aprendizajes de niños, niñas y adolescentes del país. En sencillo, quien proponga esta idea estaría diciendo que mientras más rico es un país, mayores son los aprendizajes de los chicos y por tanto mejor su sistema educativo.
Para discutir esto no tenemos una fábula familiar; los datos de PISA en cambio son nuestros aliados. En el Gráfico # 2 podemos ver el contraste entre los resultados de comprensión de lectura de PISA y el PIB per cápita, o sea el PIB tomando en cuenta el tamaño de la población, ajustado al poder adquisitivo.
Gráfico 2
Los resultados de cruzar estas dos variables son fascinantes y algunos estudiosos han llamado la atención sobre ellos: el PBI o PIB per capita hace fuertes diferencias entre los países de bajos ingresos (menos de los 20 mil dólares anuales por habitante) pero en cambio, a partir de los 20 mil hacia arriba parecería que el incremento en el PBI ya no hace diferencia.
Claro, entre los “ricos” hay mejores y peores rendimientos en PISA pero ya no parecen explicarse por la variable PBI, no se alinean según la riqueza de cada nación. En cambio, con matices, los países bajo el umbral de los 20 mil dólares anuales por habitante sí parecen estar alineados al tamaño de sus PBI.
¿Qué es lo que estamos diciendo ahora? ¿Se sugiere que simplemente creciendo se tendría un sistema escolar consolidado, una especie de “teoría del chorreo”? La respuesta es no; no estamos diciendo que basta crecer para tener un sistema educativo de funcionamiento aceptable; Un análisis institucional seguramente encontraría sistemas y escuelas y colegios consolidados en los países “ricos” y lo contrario en los países “pobres”. Personalmente creo que estas diferencias tienen que ver con procesos históricos de construcción de sistemas educativos, procesos que se han podido llevar adelante basados en prácticas institucionales sanas, pero que sin lugar a dudas se han apoyado en recursos económicos disponibles.
Esta relación entre PBI y aprendizajes no sería entonces algo automático. Probablemente crecimiento económico y la capacidad de establecer sistemas escolares que efectivamente funcionen se han desarrollado en paralelo.
Pero entender la relación en cambio nos sirve para ir más allá del discurso triunfalista respecto al crecimiento; no estamos ni de lejos en el nivel de PBI que haría diferencias en términos educativos y eso se evidencia en la calidad actual de nuestro sistema.
Confianza en el anteojo
Creo poder mostrar a continuación que desde las variables económicas hay mejores aproximaciones al aprendizaje de los estudiantes de las que hemos revisado hasta ahora. Para discutirlas, volvamos un segundo a la historia de Don Hilario: a pesar de la fantasía de que todos reciben igual calidad de educación –debido al mito del 6%– en realidad cada nieto de esa familia está recibiendo la educación que sus padres pagan. Eso seguramente hará diferencias entre los nietos más adelante. ¿No sería bueno saber cuánto se necesita por nieto por año para conseguir una educación de calidad?
A nivel de países, hay una manera sencilla de saber cuál es el presupuesto básico que necesitamos para educación, lo que permitiría fijarnos metas y trazarnos un camino para llegar a ellas. Bastaría saber cuánto cuesta darle una educación de calidad a un niño o niña para multiplicar esos costos por el número de niños, ¿no es verdad? gracias a los datos recogidos en varios estudios internacionales, podemos observar que en los países “pobres” que participaron en la prueba Pisa no sólo hay una relación entre el PBI per capita y los aprendizajes de los chicos, sino que también hay una relación muy semejante entre la inversión por estudiante y el aprendizaje. Tan fácil como en el ejemplo de Don Hilario, cada niño/a aprende según se invierta en él o ella.
Nuevamente, esta relación ya no se produce en países que pasan cierto umbral de inversión. Lo veremos en el gráfico # 3. Aquí se puede observar como rinden los países en la prueba PISA según su nivel de inversión por alumno. A pesar de que no se consiguió datos para todos los países, nuevamente esta relación no es lineal, sino que la nube de puntos parece tomar tendencias distintas según el tramo del nivel de inversión en que se ubique el país, o, en otras palabras, las dos variables se comportan distinto según hablemos de países “pobres” o de países “ricos”. Es importante notar que la variable económica es “gasto por alumno en el periodo 6 a 15 años”.
Uno de los elementos a tomar en cuenta es que el umbral de estabilización, ahí donde “pobres” y “ricos” se diferencian se ubica en los 40 mil dólares por niño en diez años, de 6 a 15, lo que anualizado haría 4 mil dólares por niño y por año. Como puede verse nuestro vecino más aventajado, Chile, apenas supera la mitad de esa cifra, mientras que Colombia, Argentina y Brasil se ubican por debajo de la mitad.
Gráfico 3
En este rubro, inversión por alumno, Perú gasta, cuando se incluye a los estudiantes universitarios, un poco más de mil dólares anuales. Esta diferencia primero con nuestros vecinos sudamericanos y después con países desarrollados, es notoria y nos marca algunos hitos a recorrer para mejorar nuestra educación. Entre 2001 y el presente hemos multiplicado por cinco los recursos destinados a Educación en el presupuesto nacional, pero aún estamos muy lejos de lo necesario y es fundamental acelerar el paso.
Por supuesto el cálculo realizado necesita más especificaciones: el monto asignado a niños en zonas rurales debe ser mayor al de los niños en zonas urbanas, para garantizar acceso, incentivos para que los mejores maestros trabajen en esas áreas, material específico y culturalmente pertinente. Los costos no son iguales en nuestras distintas realidades.
Dados estos datos se podría proponer dos hitos del proceso: aumentar el presupuesto hasta pasar la barrera de los 2 mil dólares anuales, y luego atacar una segunda etapa hasta llegar a los 4 mil dólares por cabeza. Eso implica un país con un mayor PBI y con más capacidades de construir institucionalidad.
Pero antes de cerrar el trato sugiero mirar las cifras de otros estudios restringidos a Latino América. En el Gráfico # 4 se usan datos de otra prueba, el TERCE, desarrollada por OREALC-UNESCO donde se hace un zoom a los países de América Latina. En este caso usando una variable compuesta, TerceC, que combina los rendimientos en Comunicación y Matemática de distintos grados, otra vez diferentes tramos de inversión parecieran tener alguna relación con los resultados de las pruebas efectuadas a los estudiantes.
Gráfico 4
Podría decirse tomando como base estos resultados que hay un ordenamiento en función del gasto por alumno, pero que algunos países obtienen mejores resultados que lo esperable, dado su nivel de inversión por alumno –claramente Ecuador y Perú, también México y Guatemala- mientras otros como Costa Rica, Argentina y Dominicana rinden por debajo de lo que se esperaría dado su nivel de inversión por niño. Tal vez en nuestro caso hemos logrado optimizar nuestro uso de recursos, aunque no sepamos bien dónde y cómo.
Si estos resultados son precisos, tal vez hay un umbral latinoamericano, alrededor de los 3 mil dólares por alumno por año bastarían para ubicarnos en los primeros lugares de América Latina, como preparación para dar el salto a mejores resultados. Es claro que deben establecerse algunas etapas para poder llegar a la excelencia.
Complementariamente, la misma información podría estarnos diciendo que hay una “meseta de la mediocridad” que se alcanza con un nivel de inversión de entre 1 000 y 2 000 dólares –en el gráfico de Perú hasta Argentina- y que sólo se puede romper yendo más allá de la barrera de los $ 2 000.
Estas apreciaciones marcan el verdadero nivel de esfuerzo del país en función de mejorar la educación, gruesamente necesitaríamos duplicar el actual presupuesto de educación y ponernos en unos 2 500 dólares anuales por alumno para saltar de un sistema con serias limitaciones a otro que desarrolle competencias, habilidades y hábitos de trabajo y de convivencia democrática.
Dadas estas estimaciones y conociendo las tendencias demográficas, que prevén que el número de estudiantes se mantendrá estabilizado en nuestro sistema educativo, estamos suficientemente armados para saber gruesamente cuanto debería destinar el Perú a la educación. Este monto alcanza sólo para la educación básica a 17 mil millones de dólares, unos 58 mil millones de soles que nos darían una base para el salto siguiente.
En una próxima entrega discutiré si hay manera de alcanzar esas cifras y cómo podríamos hacer para llegar a ellas.
Lima, 07 de noviembre de 2016