“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
Antonio Machado
Fernando Bolaños Galdos / Para EDUCACCIÓN
Jaime Niño se ha ido. Ligero de equipaje. El hombre grande que entregó unos años de su vida a la educación en el Perú partió hace unos días en el viaje sin retorno, y nos dejó a todos en la orilla. El gran señor Niño que a todos nos trataba de “don” o “doña”, al ministro de educación, al profesor de la escuela unidocente o al más humilde trabajador. Pienso en él diciéndome siempre “don Fernando” y no puedo dejar de sentir pena y cariño al mismo tiempo.
Tal vez no todos sepan su historia ni lo hayan conocido. Jaime estudió sociología en la Universidad Nacional de Colombia. Fue profesor universitario, director del Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES), senador de la república, secretario de educación de la ciudad de Bogotá y ministro de educación durante el gobierno del presidente Ernesto Samper.
Su pasión era la educación. Así lo conocimos cuando en el 2005 llegó al Perú como el nuevo director del proyecto AprenDes, financiado por USAID, que buscaba mejorar los aprendizajes en escuelas rurales multigrado de San Martín y Ucayali. Con todos sus pergaminos, Jaime supo aprender y conocer mejor la realidad educativa peruana: preguntaba mucho y escuchaba. Manejaba los temas menudos de la política cotidiana, las negociaciones cotidianas con funcionarios del Ministerio de Educación o de las regiones, pero nunca perdía de vista los temas de largo plazo. Sabía muy bien que la política educativa se juega no sólo en las oficinas gubernamentales sino en las aulas, allí donde hubiera un docente enseñando.
Jaime era un líder nato. Sabía convencer, persuadir con el ejemplo. Supongo que no siempre era fácil lidiar con la burocracia y los requerimientos que a mí me tocaba imponerle, desde USAID, recortando tiempo que necesitaba para estar más tiempo con su equipo o en el campo. Pero siempre estaba dispuesto a ir más allá, a resolver los problemas y a trabajar un poco más. Tenía una capacidad innata para reconocer el talento y promoverlo. Oscar Mogollón y Marina, los grandes inspiradores de la Escuela Nueva de Colombia fueron promovidos en su país desde que se dio cuenta del potencial de este modelo que convertía al maestro rural en un verdadero promotor y que le daba las herramientas (guías de aprendizaje) para trabajar de manera efectiva con sus estudiantes. La “escuela” de AprenDes cuenta hoy con muchos profesionales que estuvieron bajo el liderazgo de Jaime y que hoy aportan y seguirán aportando a la educación peruana.
Luego, terminado ya AprenDes y habiendo vuelto a Colombia nos volvimos a ver en sus visitas a Perú. Fue un mentor para mí en los primeros meses de mi paso por el Ministerio de Educación. Algunos de los mejores consejos de cómo enfrentar los avatares de la gestión pública los recibí de él, con su particular humor y sencillez de quien ya ha recorrido el camino y tropezado con la misma piedra. Algunos venían sazonados con historias sugerentes como las del mico (el mono tití que vive en los bosques amazónicos) cuando cuelga del árbol o come su plátano. La sencillez y sabiduría de su análisis era sorprendente. Se disfrutaba mucho conversando con él, porque Jaime era un buen conversador.
Finalmente, lo conocí en su faceta más íntima. Hace un par de años lo fue a visitar con mi esposa, a su casa en Cartagena donde había radicado después de volver de Perú. Los problemas de su presión le obligaron a renunciar a vivir en las alturas de Bogotá. Jaime era un gran anfitrión. De su mano y de sus historias conocimos Cartagena con su historia centenaria. Y en su casa nos dimos cuenta que Jaime seguía metido en política, y seguía movilizando a personas distintas para seguir impulsando la educación y los temas ciudadanos en su país. No puedo dejar de mencionar a Lucía, la compañera de Jaime. Dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Podría decirse que detrás de una mujer hay un gran hombre. No es cierto. Lo que es verdad es que cuando junto hay un gran hombre y una gran mujer juntos, es extraordinario. Y así era con Lucía y Jaime. Ambos brillantes. Ambos apasionados de los temas educativos, cada uno destacando en lo suyo. Disfrutamos y aprendimos en ti casa, Jaime.
La educación en nuestro país necesita líderes. Es verdad que tecnócratas y burócratas son también necesarios para fortalecer las instituciones. Pero Jaime nos recuerda que sin esa dimensión humana no es posible abordar las verdaderas transformaciones que subyacen a las reformas.
Leímos con emoción las palabras de Jaime Andrés, el hijo de Jaime, en el sepelio el pasado 14. Decía: “Nunca te arrepientas de un día de tu vida. Los buenos días te dan felicidad. Los malos días te dan experiencia. Ambos son esenciales para tu vida. La felicidad te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante. Pero solo Dios te mantiene caminando. Esa era su visión de la educación, la semilla que hace de cada uno de nosotros únicos, capaces de crear, aprender de cada momento, servir y adaptarnos al devenir de la vida.” Gracias, Jaime. Dejaste una semilla en muchos que seguirá floreciendo.
Lima, 19 de diciembre de 2016