Kimberly Alarcón Rojas / Para EDUCACCIÓN
«El conocimiento consiste en la búsqueda de la verdad, no en la búsqueda de la certeza»
Karl Popper
Conversar con niños pequeños siempre termina siendo una gran experiencia, más si sus edades están entre los 2 y 7 años de edad. Ver su reacción de sorpresa frente a cosas que los adultos solemos pasar por alto con tanta rapidez es algo que llama la atención y motiva la reflexión. Sobre todo cuando buscan explicaciones a algo y ante las respuestas brindadas llegan más y más ¿por qué?
Usualmente, cuando entre adultos queremos llamarnos la atención frente a algún comportamiento poco adecuado para el momento, se escucha un “te comportas como un niño / una niña”. Yo propondría redefinir esa adjetivación, pues no considero justo asociar siempre a los niños con engreimiento, terquedad o egoísmo. Los niños pequeños tienen cualidades y aproximaciones a la realidad que bien los adultos podríamos copiar para mejorar la relación con nuestro entorno.
¿Qué hace que niños y niñas de dos, tres, cinco años estén a la caza de los “porqués” de su universo? Su curiosidad. Esa actitud tan espontánea frente a lo nuevo que necesitan entender de varias formas, observando, probando o preguntando. Esta disposición a querer entender y saber más es algo que lamentablemente no todos los adultos practicamos en la vida diaria. Para cuando superamos los 25 años de edad creemos que ya tenemos bastante conocimiento acumulado sobre la vida, sobre el “general funcionamiento de las cosas” y nuestra suficiencia en algunos casos nos hace no querer preguntarnos más por los porqués de lo que nos rodea; o si es que lo hacemos, la función de ‘autocompletar’ (cual función del buscador de Google) de nuestros cerebros ya nos arroja posibles respuestas en función a nuestra experiencia y aprendizajes previos. El problema es que para ese momento nuestra experiencia de vida aún sigue siendo poca y nuestros aprendizajes previos, pueden ser todavía muy limitados, lo cual genera que obtengamos respuestas insuficientes o incorrectas frente a una gran variedad de preguntas.
Si bien esa actitud curiosa frente al entorno es algo positivo de la infancia que nos serviría mantener en la adultez, existe una gran diferencia en su aplicación cuando se es adulto. De niños podíamos preguntarnos varias veces por las mismas cosas y quedar satisfechos cuando nuestro adulto favorito nos las respondía. De grandes, contentarnos con la respuesta que viene de solo una fuente no solo es insuficiente sino también riesgoso. El riesgo radica en que al basarnos en una sola explicación no estamos dando cabida al análisis, al contraste y a la discusión de ideas y por ende no estamos ejerciendo un pensamiento crítico que nos ayude a construir más aprendizajes y ampliar ese “conocimiento general de las cosas” que creemos tener.
En otras palabras, no estamos aumentando nuevas piezas a nuestro lego mental para construir figuras nuevas y más complejas, solo estamos construyendo las figuras que las mismas piezas de siempre nos permiten, sin mayor innovación, sin mayor complejidad y con una posibilidad finita de combinaciones.
Antes de tomar una decisión o adoptar una posición sobre algo que nos preocupa o interesa, pensar críticamente ayuda a evitar sesgos o ser víctima de manipulaciones, a tomar decisiones más informadas y menos libradas a las corazonadas, presiones o prejuicios. El pensamiento crítico nos induce a hacernos preguntas sobre los temas que nos importan, para luego buscar información de diversas fuentes, aplicarla al caso que queremos entender y así considerar sus implicaciones, sus impactos y las posturas de otras personas sobre el mismo. En este video podemos tener más detalle sobre este tema:
En la adultez, no podemos quedarnos con las respuestas que solo vienen de nuestro adulto favorito, por más que éste sea el pastor de nuestra iglesia, el profesor al que adoramos, el líder político de nuestro partido, la jefa de la oficina o nuestro mejor amigo. Mantengamos la actitud curiosa frente a todo, para preguntarnos por todo, como los niños, o como nosotros mismos cuando fuimos niños y así exclamar un día “¡Sí! ¡Hay que sentarnos a aprender!” con la disposición de nuestro niño interior, pero con nuestra voz de adultos.
Lima, 30 de enero de 2017