Andrés Oppenheimer / La Nación
SEÚL, COREA DEL SUR.- Si quieren saber por qué los países asiáticos han crecido mucho más que los latinoamericanos en las últimas décadas, a pesar de tener muchos menos recursos naturales, les recomiendo intentar lo que acabo de hacer durante un viaje a Corea del Sur: visiten una escuela de este país.
Hace pocos días, pasé una tarde en la Escuela Secundaria de Robótica de Seúl, una escuela vocacional donde los estudiantes aprenden a construir y operar robots. Yo ya sabía, tras visitar escuelas similares en China y Singapur en viajes anteriores, que los jóvenes asiáticos estudian mucho más que los latinoamericanos. Pero la visita a la escuela de robótica de Seúl me dejó boquiabierto.
Durante mi recorrida, le pedí a Surim Kim, una estudiante de 17 años, que me describiera un día típico suyo. Me contó que se despierta a las 6.30 y comienza las clases a las 8, hasta las 16. Después, entre las 16 y las 20, asiste a clases privadas para obtener su certificado nacional en matemáticas y otras habilidades técnicas.
¿Y cuándo haces tus tareas escolares?, le pregunté. “De las 20 a las 23, aunque varios días por semana me quedo estudiando hasta la una de la mañana”, respondió. Cuando levanté las cejas, asombrado, Kim se encogió de hombros, y agregó: “Eso es lo más normal aquí”.
Los fines de semana, Kim estudia unas seis horas al día. Y durante sus vacaciones de verano, toma cursos en una escuela privada o hace una pasantía en una empresa.
Mientras Kim estudia un promedio de 16 horas al día, la mayoría de los jóvenes latinoamericanos pasan la mitad de ese tiempo, o menos, haciendo trabajo académico. Y mientras Corea del Sur tiene un año escolar de 220 días, la mayoría de los países latinoamericanos tienen años escolares de entre 180 y 200 días, sin contar los días perdidos por huelgas de maestros.
Además, los profesores surcoreanos tienen que pasar exámenes mucho más duros, están mejor pagados y gozan de un estatus social mucho más alto que los latinoamericanos. Sólo aquellos que están en el 5% de los graduados universitarios con los mejores promedios pueden aspirar a ser maestros en Corea del Sur. En América latina, los sindicatos consideran a los maestros “trabajadores de la educación”, en lugar de profesionales.
No es sorprendente, entonces, que Corea del Sur salga en los primeros 10 lugares de las pruebas internacionales PISA de matemáticas y comprensión de lectura para estudiantes de 15 años, mientras que la mayoría de los países latinoamericanos están entre los 10 lugares más bajos de la misma prueba.
Y tampoco debería ser sorprendente que Corea del Sur haya registrado 18.000 patentes de nuevas invenciones -una medida clave de la innovación- en Estados Unidos en 2015, en comparación con las 320 de Brasil, las 170 de México y las 70 de la Argentina.
En parte gracias a su obsesión por la educación, Corea del Sur, un país sacudido por escándalos de corrupción política que hace apenas cinco décadas era más pobre que la mayoría de los países latinoamericanos, hoy día duplica el ingreso per cápita de la mayoría de las naciones de América latina.
Según el Fondo Monetario Internacional, el PBI per cápita de Corea del Sur es de 37.000 dólares, mientras que el de Chile es 24.100; el de la Argentina, 20.000, y el de México, 18.000.
Muchos de ustedes deben estar preguntándose: ¿y qué pasa con la tasa de suicidios de Corea del Sur? ¿No es un síntoma de que algo está mal con su sistema educativo?
Mi opinión: sí, la obsesión de Corea del Sur con la educación puede estar poniendo demasiada presión a muchos jóvenes, pero la cultura de complacencia de América latina es igual de mala, si no peor. Produce desigualdad y atraso crónico.
Simplemente visiten cualquier escuela de Corea del Sur y se darán cuenta de por qué el país se está desarrollando tanto y más rápido que América latina. La clave es la educación.
Fuente: La Nación / Buenos Aires, 1 de abril de 2017