Edición 31

Cultura de género y educación: sigilos y rezagos de las niñas y adolescentes en la educación básica del Perú

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Rocío Maldonado / EDUCACCIÓN

Ser mujer en un país como el Perú no es sencillo, considerando que todas y todos los ciudadanos enfrentamos condiciones difíciles de precariedad, pobreza y violencia cotidianamente. Pero el paso por la escuela siendo mujer, sobre todo niña o adolescente, tiene una carga discriminatoria compleja. Según UNICEF (2006) un problema importante en la educación peruana es la clara exclusión de las niñas, principalmente de las zonas rurales, que en muchos casos ni llegan a ser matriculadas en la educación básica.

El contexto social y educativo no es favorable para las mujeres, ya que las niñas y adolescentes peruanas deben enfrentar situaciones de desvalorización y hostigamiento sexual como prácticas justificadas en el marco de una cultura de género que menoscaba la situación de las mujeres. La cultura de género en sociedades como la peruana “crea y reproduce códigos de conducta basados en elaboraciones simbólicas promotoras de las representaciones hegemónicas de lo femenino y lo masculino” (Muñiz, 2004, pág. 32)  basándose en la división sexual del trabajo que establece desde las diferencias biológicas las relaciones sociales donde la superioridad masculina define asimétricamente la participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida social. Este entramado de discursos y representaciones sobre lo femenino y el ser mujer va desde el ámbito privado (la familia) a lo público (la escuela), definiendo a través de una construcción histórica qué lugar ocupan las mujeres en la sociedad.

Esto se evidencia, por ejemplo, en la preferencia por brindar educación primordialmente a los hijos varones más que a las mujeres. En muchas familias tienen miedo al fracaso escolar de las niñas por su condición reproductora; por lo que si repiten el grado frecuentemente abandonan, ya que en muchos hogares peruanos aún consideran que el lugar de las mujeres es la casa antes que el colegio. Se exige a las niñas que ayuden en el cuidado de sus hermanos y colaboren en las labores domésticas, en distinta medida de lo que se les demanda a los niños.  Además, cabe mencionar que las tareas del hogar son consideradas de menor valor frente a otras labores, como por ejemplo: el trabajo en el campo. Esta situación dificulta la dedicación exclusiva de las niñas en la escuela.

¿Qué nos dicen las cifras? 

Foto: napa.com.pe

Los datos nos muestran un triste panorama para las mujeres, pues a pesar de los grandes esfuerzos por revertir esta situación existen permanencias en el rezago educativo por género. El escenario no ha cambiado mucho en los últimos años. En el año 2012 del total de población analfabeta, 76 por ciento era mujer. Las mujeres jóvenes son menos educadas que sus pares varones; como lo registra el INEI (2014) la población femenina de 15 a más años analfabeta representa 9.3 por ciento, tres veces más alta que el porcentaje de los hombres (3.1). A pesar de mostrarse una baja considerable de 6.6 por ciento desde el año 2002 al 2013, siguen siendo las mujeres las que menos se educan.

Cabe mencionar que en términos de acceso no se observan grandes diferencias en los niveles inicial y primaria. Ya que la tasa de matrícula en estos dos niveles no excede el 1.02 por ciento de diferencia entre niños y niñas. Esto nos indica que la participación en términos cuantitativos es pareja. Sin embargo, estar matriculada en alguna Institución Educativa no garantiza la asistencia, permanencia y culminación de la educación básica.

Si consideramos la tasa de asistencia en función del escalafón de niveles (el paso de inicial a primaria, y de primaria a secundaria) vemos que de un nivel a otro la tasa de asistencia desciende. Tal como lo muestran los siguientes datos: en la primaria se encuentra que al menos 7 por ciento de las niñas de 6 a 11 años asiste a un nivel educativo que no corresponde con la edad esperada, y 92 por ciento de niñas culminan este nivel. En el nivel secundario esta situación se agudiza, en el caso de las adolescentes (12 a 16 años) al menos 10.2 por ciento asisten a un grado que no corresponde a su edad (INEI, 2014). Y, si se considera la variable clase social, en este nivel, encontramos interesantes distancias. Las adolescentes más pobres (del quintil más bajo) presentan una tasa neta de asistencia de 69.7 por ciento frente a 91.7 por ciento de las adolescentes del quintil más alto. Es decir las condiciones socioeconómicas están marcando las brechas para el logro educativo diferencial por género y clase.

Asimismo, la Evaluación Censal de Estudiantes (ECE) que levanta la Oficina de Medición de la Calidad de los Aprendizajes del Ministerio de Educación (UMC) -que busca conocer los logros de las y los alumnos de primaria y secundaria principalmente sobre sus conocimientos en matemática y su nivel de comprensión lectora- nos da luces sobre las persistencias del rezago educativo en términos de género. Los resultados de la ECE (2014) indican que las niñas han mostrado un porcentaje más alto en el nivel satisfactorio de comprensión lectora frente a los niños, 11 por ciento más, a pesar de estos felices resultados la brecha de género sobre los conocimientos en matemáticas muestra un incremento sostenido desde 2007 a 2014. Es decir damos un paso adelante pero no podemos seguir avanzando.

Al respecto, Burga et al (2015) indican que se evidencia una tendencia a la mejora de los resultados sobre el desempeño de los estudiantes a nivel nacional pero si los comparamos a nivel regional (América Latina) e internacional aún los datos nos posicionan en los últimos lugares. La educación en el Perú sigue siendo un campo problemático que urge atender, y si miramos a las niñas y adolescentes con mayor atención  y cuidado podríamos tal vez notar mejores resultados no sólo en las cifras oficiales y las evaluaciones internacionales sino y sobre todo, en la calidad de vida de las mujeres del país.

Las distancias se agrandan cuando nos alejamos de la urbe

Foto: El Comercio

Si se considera la pertenencia étnica (población con lengua materna nativa)  encontramos que en el ámbito rural se evidencia más el rezago. En el área rural las mujeres analfabetas representan el 36.3 por ciento y los hombres el 10.0 por ciento.

Existe 30 por ciento de mujeres peruanas que residen en localidades rurales que no asisten a la escuela, frente a un 22  por ciento de varones en la misma situación. La posibilidad de terminar la secundaria muestra grandes distancias entre el área rural y la zona urbana, permanecen las brechas históricas. 34 por ciento de las mujeres de las zonas rurales concluyen oportunamente la escuela, mientras que el área urbana 77 por ciento, es decir existe 43 por ciento de diferencia (ECE, 2012). Si bien es cierto que casi se ha logrado la matricula universal en el nivel inicial de la educación básica, aún encontramos retraso: 22 por ciento de los matriculados presentan 1 año de atraso respecto a la edad que les corresponde según el nivel cursado, y más de 20 por ciento 2 años a más, y esta situación empeora en el nivel secundario, 25 por ciento presenta 1 años de retraso y 32 por ciento 2 a más años (ECE, 2012).

¿Cómo interviene el género en el rezago educativo?

Foto: napa.com.pe

El rezago educativo de las mujeres está directamente ligado a su curso de vida, ya que al iniciar la edad reproductiva (12 años en adelante) sus posibilidades de estar permanentemente en la escuela se reducen, siendo una de las principales causas de deserción escolar el embarazo adolescente. Esto indica la necesidad de contar con una política de educación sexual integral. No sólo para que las niñas y adolescentes sean conscientes de sus derechos sexuales y reproductivos y ejerzan su sexualidad de forma responsable y saludable, sino también porque es urgente que la sociedad desde la escuela cuestione las formas de discriminación de género, manifestadas en el acoso y la violencia sexual a la que están expuestas las mujeres día a día.

Tal como lo registra el Ministerio de la Mujer y Poblaciones vulnerables (MIMP) desde el Centro de Emergencia Mujer (CEM) en el año 2013, 94 por ciento de las víctimas de violencia sexual son mujeres de las cuales 77 por ciento son niñas y adolescentes, menores de edad. Muchas de estas niñas y adolescentes, víctimas de violencia sexual, deben asumir un embarazo no deseado y renunciar a la escuela. La deserción escolar por esta causa es alta para el año 2014, 88.6 por ciento de las madres menores de 18 años no asisten a la escuela. Esta situación se agrava si consideramos el ámbito de residencia. En el área urbana, 1 de cada 3 adolescentes embarazadas terminó la primaria mientras que el área rural, 1 de cada 5.

El Perú es el país con la tasa más alta de embarazos adolescentes de Sudamérica, 13.9 por ciento y en las zonas rurales de 19.3 (Encuesta Demográfica y de Salud Familiar, 2010). La escuela así como la familia debieran ser lugares seguros para las mujeres, sin embargo en muchísimos casos, esto está muy lejos de ser así. No obstante, una vez superadas estas y otras dificultades las mujeres muestran una mayor regularidad en sus trayectorias educativas y un mayor logro. Así como lo indica la ECE (2002) 91.2 por ciento de las mujeres logran terminar la secundaria frente a un 88.5 por ciento de varones.

Estos datos nos llevan a preguntarnos qué ayuda o impide que las niñas logren superar los niveles educativos según lo esperado, qué sucede con las adolescentes que prematuramente asumen una maternidad no deseada, y por qué miles de niñas y adolescentes peruanas deben estar expuestas a estas duras circunstancias. Este tipo de cuestionamientos son los que debemos atender para ir entendiendo de qué forma ser mujer define el paso de las niñas y adolescentes en la escuela. Y cómo las determinaciones y condicionamientos de la cultura de género limitan sus posibilidades de éxito escolar, según el contexto en el que se desarrollen, teniendo en cuenta que el embarazo adolescente es una de las principales causas de fracaso escolar. Habría que incidir en la mejora de la cultura educativa y con el mismo empuje  propiciar una cultura de género que revise el sistema de valores en los que se basan las exigencias sociales del ser mujer, que atraviesan la escuela y posicionan en un lugar de desventaja a las niñas y adolescentes peruanas. Ya que a pesar de las voluntades de la actual propuesta curricular por cuestionar esta cultura de género y propiciar espacios de nuevos aprendizajes en igualdad; seguimos en una sociedad que prima los valores tradicionales y confina a las mujeres a sus funciones reproductivas.

En este sentido en el año 2014, la Embajada de Canadá y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) publicó un documental titulado “La escuela del silencio”, que muestra la dura realidad a la que se enfrentan miles de niñas y adolescentes peruanas en su lucha por acceder a la educación. Muchas de estas se rinden. Desde mi perspectiva lo central de este documental gira en torno a dos preocupaciones vigentes del sector educación en el país: i.- la brecha rural – urbano y ii.- el enfoque de género en la educación.

La distancia entre lo rural y lo urbano queda clara  cuando se muestra en el documental los obstáculos materiales y subjetivos a los que deben enfrentarse las mujeres en la escuela. Esta  brecha está conectada con la necesidad de un enfoque de diversidad cultural que reconozca las diferentes realidades y que desmantele la visión de una educación universal, homogénea. El género hay que revisarlo desde la escuela y la familia, preocuparse por cómo se ve a las mujeres en estos espacios vitales y formativos para la vida social. Numerosas escuelas y familias presentan poca flexibilidad para incorporar una visión de derechos desde la equidad de género. La escuela debe considerarse un lugar donde se promuevan los derechos de las mujeres como un horizonte que oriente la labor de las y los docentes y de toda la comunidad educativa. Pues, al educar a las niñas y adolescentes en un marco de derechos tienen más y mejores oportunidades de no tolerar situaciones de violencia.

Las acciones no deberán estar centradas solamente en ampliar la matricula, hay que considerar las condiciones de la inclusión de las niñas y adolescentes en las escuelas con contextos comunitarios y familiares violentos y rígidos para el adecuado desarrollo de su educación. Por lo que una política de educación sexual integral que sea transversal a la política educativa nacional, permitirá poner sobre el pupitre la problemática estructural de la discriminación por género que viven las niñas y adolescentes en el sector educación y sociedad peruana. Es responsabilidad de todas y todos tomar en serio estos datos y estar atentos a la normalización de prácticas violentas y excluyentes de las mujeres. Esto inicia en casa y continúa en el aula.

Lima, 02 de mayo de 2017

Bibliografía

Burga, Andrés; Castillo Luis, Cesar Guadalupe y Liliana Miranda (2015) Brechas de equidad en la evaluación censal de estudiantes 2007 – 2014: tres aproximaciones a su medición. Revista Persona Nº 8. Lima: Universidad de Lima

INEI (2015) PERÚ. Brechas de género 2016. Avances hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Lima: Instituto nacional de Estadística e Informática.

———- INEI (2014) PERÚ. Brechas de género 2001-2013. Avances hacia la igualdad entre mujeres y hombres. Lima: Instituto nacional de Estadística e Informática.

MIMP (2012) Informe. Centro de Emergencia Mujer. Lima: Ministerio de la Mujer y Poblaciones vulnerables.

Muñiz, Elsa (2004) Historia y género. Hacia la construcción de una historia cultural del género. Capitulo I. En: Sara Pérez-Gil y Patricia Ravelo (coord.). Voces disidentes. Debates contemporáneos en los estudios de género en México. Ciudad de México: Miguel Ángel Porrúa. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social – CIESAS.

UCM (2012) Resultados de la Evaluación Censal de Estudiantes. Lima: Ministerio de Educación del Perú. Oficina de Medición de la calidad de los Aprendizajes.

UNICEF (2006) La niñez en las Políticas de Educación. Situación y propuestas. Lima: Fondo de las Naciones Unidad para la Infancia.

Paginas consultadas

Rocio Maldonado
Investigadora feminista, peruana. Doctorante en Ciencias Sociales en el Área de concentración Mujer y Relaciones de género de la Universidad Autónoma Metropolitana – Xochimilco, México. Magíster en Población y desarrollo por la Facultad Latinoamericana de las Ciencias Sociales, sede México. Licenciada en Trabajo social, Universidad Nacional mayor de San Marcos. Actualmente es docente de la UNMSM, y especialista técnica en temas de educación en el Fondo de Desarrollo de la Educación Peruana (FONDEP) del Ministerio de Educación.