Vanetty Molinero Nano / Aprendiendo con alegría
Como padres, seguramente muchas veces nos hemos enfrentado a esta frase cuando llega la hora de que nuestro hijo/a tenga que ir a dormir. Y si al día siguiente debe ir al jardín, o al colegio, la situación puede generarnos aún mayor tensión que la usual, ya que tendrá que despertar temprano. Llegado el caso, intentamos forzarlos, y encontramos aún mayor resistencia. E inclusive, cuando acceden, pueden encontrar formas creativas para quedarse más tiempo despiertos, pidiendo, por ejemplo, mientras intentamos hacerlos dormir, un vaso de agua, o hacer pis (otra vez), o pedir que les contemos un cuento más. Llevarlos a dormir, entonces, puede terminar siendo una tarea que nos demanda mucho esfuerzo.
Todo resultaría más fácil si es que logramos instalar un ritmo para el sueño. Pero hacerlo no siempre es sencillo, sobre todo si como adultos nos hemos acostumbrados a vivir el día a día, respondiendo a las situaciones que surgen en el momento. Al no tener un ritmo en nuestras vidas terminamos transmitiéndole a nuestros hijos esta falta de ritmo. Por ejemplo, cuando no logramos tener un horario regular para llegar a casa luego del trabajo, resulta más difícil aún que los niños duerman, porque esperan vernos. Y una vez que nos ven, se activan, porque quieren pasar tiempo con nosotros, ya que no nos han visto gran parte del día. Así, el horario en el que van a dormir termina siendo alterado por las circunstancias, y al día siguiente podemos notar las consecuencias de ello: mal humor, desgano, irritabilidad. Confiamos en que luego se les pasará, y logramos lidiar con ello, lo que muchas veces lleva a que tanto padres como hijos se “adapten” a esta situación, lo que no significa, sin embargo, que sea lo mejor para ellos y nosotros.
Lo recomendable es que logremos instalar una hora para ir a dormir, y generar un ritmo de actividades previas que preparen al niño a organizarse para lo que vendrá. Por ejemplo, se puede seguir esta secuencia: acompañarlos a guardar los juguetes, comer, tomar un baño, acostarse, leer un cuento y dormir. Es importante recalcar que si se lee un cuento, debería ser solo uno, y no todos los que el niño demande en ese momento. Si ellos saben que solo es uno, no seguirán insistiendo permanentemente, y aceptarán que es así.
Si logramos instalar esta regularidad en las actividades previas, ayudaremos a la formación de hábitos, a formar su personalidad y carácter, y a darles seguridad, porque les permitirá organizarse. Pero también les ayudará a descansar mejor, y por lo tanto, despertar de mejor humor, con ganas de ir al jardín o al colegio, con disposición para aprender y con vitalidad para enfrentarse a las demandas del día.
Al inicio, instalar el ritmo nos demandará esfuerzo, porque como adultos tendremos también que organizarnos para este fin. Pero una vez que la regularidad se instale, todo será más sencillo, con consecuencias positivas para los niños y para nosotros como padres.
Fuente: Aprendiendo con alegría / Lima, abril de 2017