Santiago Roncagliolo/ El Comercio
Como todo el mundo sabe, la entrega del pasado Nobel de Literatura a Bob Dylan fue un desatino mayúsculo, un infame ejercicio de arribismo por parte de unos jurados a los que el premiado despreciaba. El espectáculo de la todopoderosa academia suplicando a Dylan que los visitase, que les regalase un discursito, o que al menos pasase a recoger su plata, solo puede explicarse por el afán de los académicos en conseguir un autógrafo de la estrella. Tras las constantes humillaciones infligidas por el galardonado a sus distinguidos admiradores de Estocolmo, podría parecer que, este año, premiar al escritor inglés de origen nipón Kazuo Ishigurorepresentaba un regreso a la calma, un intento de volver al cómodo territorio de lo rutinario, donde los premiados dan las gracias y se ponen un frac para ver al rey de Suecia, como manda la tradición… Leer más