Kazuo Ishiguro/ El Malpensante
Mucha gente tiene que trabajar horas extras. Sin embargo, cuando se trata de escribir novelas, el consenso parece ser que, después de cuatro horas o más de escritura continua, el rendimiento decrece. Siempre concordé más o menos con esta opinión, pero, cuando llegó el verano de 1987, me convencí de que un enfoque drástico era necesario. Lorna, mi esposa, estuvo de acuerdo. Hasta ese punto, y desde que renuncié a mi empleo diurno cinco años antes, me las había arreglado razonablemente bien para mantener un ritmo constante de trabajo y productividad. Pero la primera oleada de éxito público después de mi segunda novela trajo consigo muchas distracciones. Posibles propuestas para mejorar mi carrera profesional, invitaciones para cenar e ir de fiesta, atractivos viajes al extranjero y montañas de correo electrónico acabaron con mi trabajo “serio”. Había escrito el capítulo inicial de una nueva novela el verano anterior, pero ahora, casi un año después, no había avanzado más… Leer más