Vanessa Toribio | EDUCACCIÓN
En una entrevista publicada en el diario Perú.21 el profesor Juan Cadillo, finalista del concurso «The Global Teacher Prize 2017», recordó que en los inicios de su proyecto de innovación, debió hacer frente a muchos prejuicios. El principal de ellos, que algunos docentes y padres de familia, al estar alejados de la cultura digital, el Story Board o los lenguajes de programación digital, no comprendían ni valoraban lo que hacía. Muy por el contrario, pensaban que «estaba jugando» en vez de desarrollar sus clases. Conforme sus estudiantes se mostraban cada vez más entusiasmados por aprender y se elevaban los resultados de aprendizaje, su propuesta fue ganando la aceptación de la comunidad educativa. Han pasado muchos años desde aquello y, desde entonces, ha elaborado más de 30 proyectos. Cinco de ellos han sido premiados en el país y en el extranjero. Ha ganado el «Maestro que deja huella» en el 2014 y la «Buena Escuela» en el 2015, además de haber sido dos veces ganador del concurso nacional «Innovación Educativa» de Fundación Telefónica.
El caso del profesor Juan Cadillo es un claro ejemplo de lo que pasa comúnmente en las escuelas de nuestro país: una idea innovadora no es producto de una inspiración colectiva o de un acuerdo de asamblea. Por el contrario, en la mayoría de casos surge de un docente o un pequeño grupo de docentes insatisfechos con los resultados de aprendizaje, pero altamente motivados por el cambio, perseverantes, quienes van investigando y madurando su idea –a veces durante años- hasta elevarla a la categoría de proyecto. Ahora bien, imagínese usted, ¿qué hubiese pasado 12 años atrás, si el profesor Cadillo hubiese sometido su idea a una asamblea de toda la escuela?
Sin duda, un ingrediente común en las innovaciones educativas es la participación de la comunidad educativa y los actores locales, en mayor o menor medida. En esa misma línea, Santos Guerra (2017) afirma que «aunque no es esencial este requisito sino deseable, la innovación debería tener un carácter colegiado. Aunque la iniciativa sea de un solo profesional, en una sola asignatura, en un aula solamente, debería ser un cambio conocido, compartido y consensuado». Sin embargo, un cambio conocido por todos, no es lo mismo que un cambio concebido por todos.
Existe un viejo mito relacionado con la participación, que necesita ser discutido y aclarado. ¿Cuándo se empieza a involucrar a la comunidad? ¿Desde el inicio del proceso creativo? Ensayemos una mirada a riesgos y posibilidades.
LOS RIESGOS
Creer que deben instalarse espacios de participación colectiva para hacer surgir la «idea innovadora» en la escuela o para diseñar el «proyecto de innovación» parte de un supuesto erróneo: que todas las innovaciones tienen que ser necesariamente exitosas desde un inicio, lo cual acarrea el riesgo de banalizar la innovación para asegurar su «éxito».
Un proyecto innovador puede tener éxito o puede fracasar. En realidad, muchas innovaciones están sembradas de fracasos. Por más que se planifique, son muchos los intentos fallidos hasta que se encuentra el camino adecuado hacia la solución al problema. Por eso, estimado lector, una habilidad personal básica del innovador es la perseverancia. Si en la etapa inicial del proceso se involucra a toda la comunidad y el proyecto fracasa, la frustración será mayor. Si esta comunidad deposita en nosotros su confianza y sus recursos humanos, financieros y materiales nos veremos obligados al éxito; es decir, a hacer cualquier cosa para aparentar que la propuesta funciona, con tal de no defraudar la confianza depositada. Además, nos veremos en la obligación de «bajar la valla» de la exigencia, convirtiendo la propuesta «innovadora» en una estrategia simple y absolutamente accesible, festejada después con bombos y platillos en la comunidad. En este escenario y en el mejor de los casos, el «proyecto innovador» terminará aportando pequeñas mejoras de la práctica, pero no una propuesta que rompa esquemas y aporte algo nuevo a la educación nacional.
En sentido estricto, es más probable que toda la escuela pueda pensar en conjunto las posibilidades de mejorar sus prácticas en algún aspecto muy concreto, que idear una innovación entre todos. Los motivos son varios.
En primer lugar, porque una mejora, una “buena práctica”, representa un reto para todos los docentes por igual, bajo el referente común de las nueve prácticas deseables del Marco de Buen Desempeño Docente. Una innovación, por el contrario, es un desafío de cambio mucho más complejo y disruptivo.
La innovación, además, descansa en la creatividad como un hábito incorporado en la propia manera de ser. En lugares como MIT Media Lab (uno de los centros de innovación más prestigiosos del mundo), Silicon Valley (la localidad donde se encuentran las mayores corporaciones de tecnología del mundo) o en el mismo centro de operaciones de Google, la creatividad y la innovación no sólo es un hábito sino un pre-requisito para desempeñarse allí. Pensar todos juntos en una idea innovadora y luego concretarla, es posible bajo estas condiciones, ya que los creativos en el campo de las tecnologías digitales tienen la mente entrenada para pensar fuera de la caja todo el tiempo, con tal de superar sus innovaciones anteriores. Nuestras escuelas, por el contrario, son instituciones conservadoras, fieles a sus tradiciones, donde la innovación suele ser percibida como una amenaza al statu quo y genera aprehensión, incluso de las familias.
Existe un tercer factor. El surgimiento de una innovación requiere de una base de conocimientos, habilidades personales y claridad, tanto así como de objetivos claros y estrategias sólidas. Si el grupo que desarrolla la innovación no tiene todas estas bases, la pretendida innovación terminará inevitablemente en algún lugar común. En este sentido, antes de dar un paso hacia la innovación, los docentes de una misma escuela tienen brechas que acortar en su cultura pedagógica y en el manejo de marcos de referencia más amplios.
LAS POSIBILIDADES
Existen algunas etapas donde la participación es particularmente importante y otras donde es prescindible. No es necesario reunir a todo el personal de una escuela para hacer surgir una «idea innovadora»; en esta etapa lo que resulta útil es el recojo de necesidades e intereses más que el recojo de soluciones. Recordemos que la innovación no consiste simplemente en ideas imaginativas y novedosas en el escenario de una escuela, sino en ideas originales, que trasciendan la normalidad de las prácticas en el escenario nacional.
Otra posibilidad en la etapa inicial, es someter a discusión la «idea innovadora» con el fin de recoger impresiones. Sigmund Freud, por ejemplo, exponía sus reflexiones sobre la «Teoría de la Personalidad» a dos grupos distintos de intelectuales en Viena; uno era el círculo que lo respetaba y escuchaba, lo le que ayudaba a reafirmarse; y el otro, el círculo de los días miércoles, era el que contradecía sus argumentos, lo que le ayudaba a hacer más sólidas sus ideas. En este sentido, la consulta previa de una idea, más que una obligación, es una posibilidad, y puede ser útil cuando se cuenta con ciertas condiciones institucionales que ayuden a aclarar la mente. Caso contrario, podría hacer surgir inquietud y resistencia al cambio, como en el caso del profesor Cadillo, cuyas ideas retaban los hábitos de sus colegas.
Considero que la «participación colectiva» es una variable clave cuando la innovación ha demostrado su eficacia. Es ahí donde el innovador tiene el desafío de la réplica, de contagiar a sus colegas y apoyarse en la comunidad, demostrando que la idea puesta a prueba funcionó y ha dado solución al problema. Es en este preciso momento donde el liderazgo directivo entra en juego, respaldando la innovación surgida al interior de la escuela, creando condiciones para generalizarla.
Desarrollando comunidades de aprendizaje en las escuelas, pueden también generarse espacios de aprendizaje de esta nueva manera de pensar y hacer las cosas, con un proyecto de formación docente que lo respalde y con el acompañamiento al docente innovador.
LOS RETOS
La difusión de la innovación no es el único reto ligado a la participación. Lograr motivación y apropiación del cambio supone que se planifiquen acciones o procesos institucionalizados donde se valore la intervención de todos los involucrados. Ese es el lugar para que se comuniquen avances y resultados a la comunidad, para que se asignen roles y responsabilidades claros y definidos.
Participar no significa que la innovación sea o deba ser en su conjunto un acto colectivo, sino avalar la disposición a intentarlo una y otra vez; y, una vez producida, darle la aceptación y el respaldo necesario, para que pueda normalizarse y diseminarse. Cuando la estrategia y la metodología que la sostiene tienen éxito, demuestran resultados, la participación activa de todos es indispensable. Una comunidad que avale el esfuerzo de innovar y que respalde una innovación efectiva, contribuirá a hacerla sostenible.
A ese objetivo contribuyen directivos y docentes que saben comunicar la razón de los cambios en sus prácticas, su significado y sus resultados, así como el proceso mismo que los llevó a ellos. No basta hacer las cosas distintas o mejor que lo anterior, hay que aprender a explicar, demostrar y persuadir, para que otros puedan sacar provecho de la propia experiencia innovadora y esta no quede relegada al ámbito de su creador.
En esta etapa del proceso, en que las claves de la mejora necesitan compartirse, contagiarse y expandirse, beneficiando a más, la participación de otros actores se vuelve imprescindible.
Lima, 3 de agosto de 2018
Para citar este artículo en APA:
Toribio, V. (2018). La innovación y el viejo mito de la participación colectiva. Educacción, Año 4 (44). https://bit.ly/2nnWzp6