Por Inés Kudó | EDUCACCIÓN
Imagina esto: tú eres la encargada de la posta de salud de tu comunidad. Un día, llegan varios niños intoxicados gravemente por un almuerzo escolar contaminado. Entre ellos está el hijo de tu vecina, tu ahijado. Estás solo tú de guardia y tienes la medicina que les va a salvar la vida, pero ¡no alcanza para todos! Tu ahijado está mal, pero otros están más graves. No sabes cuándo llegarán las ambulancias para evacuarlos. ¿Qué haces?: ¿(A) Administras la medicina a los niños más graves y no le das a tu ahijado, con el riesgo de que pueda empeorar y hasta morir; o (B) le das medicina a tu ahijado y dejas que otro niño, que está más grave, muera? Nadie se enterará. Puesto de otra manera, cuando la cosa es de vida o muerte ¿qué es más importante para ti: la justicia y la honestidad o la lealtad y el amor por los tuyos? ¿Cambiaría tu decisión si fuera tu hijo, y no tu ahijado?
Llevar esta pregunta a un grupo y debatir las opciones puede dar pie a una buena discusión socrática. Se trata de una metodología que plantea una situación con opciones mutuamente excluyentes entre las cuales hay que elegir (no vale inventarse alternativas ni puntos medios), donde no hay una sola respuesta correcta. Los adultos tendemos a pensar que los niños no pueden manejar una discusión tan compleja o emocional como esta. Ocurre que no sólo sí pueden, sino que les fascina, los involucra plenamente.
En el contexto actual del país se hace cada vez más relevante el debate sobre el rol de la escuela en formar ciudadanos éticos, responsables, y compasivos. Los consideramos la base para construir y sostener una sociedad mejor, más justa, con menos sufrimiento. La finalidad es educar personas que sepan discernir entre lo correcto y lo incorrecto y escojan actuar correctamente (éticas); que cumplan con sus compromisos y asuman las consecuencias de sus palabras y acciones (responsables); y que se preocupen por el sufrimiento del otro y quieran hacer algo por ayudar (compasivas).
Más allá de si se opta por un enfoque de educación del carácter, educación en valores, educación ciudadana, el gran desafío siempre es cómo se ejecuta. Es muy diferente discutir lo ético desde lo teórico que desde la opción personal; pero es esta última la que eventualmente enfrentamos en el ejercicio ciudadano, que de teórico tiene poco o nada. Y, sin embargo, la formación ciudadana que vemos en las aulas suele tener poco de personal y mucho de teoría: instruir sobre las normas, lo correcto y lo incorrecto, hablar de la importancia de palabras como honestidad, respeto, solidaridad y justicia, colgarlas como carteles en lugares visibles. ¿Cuánto de esto llega a internalizarse, a hacerse parte integral del propio carácter? Finalmente, la palabra ética proviene del griego “ethos”, que significa carácter, hábito.
Los valores no se “dictan”, sino que se asumen al verlos consistentemente presentes en personas significativas, y se van consolidando en la práctica cotidiana. Pero ¿se puede ayudar este proceso enseñando a discernir mejor? Yo creo que sí, y me parece que la discusión socrática puede ser un apoyo muy potente en este proceso. Es un ejercicio fantástico porque moviliza, además del razonamiento, los afectos, como ocurre en la vida real cuando uno toma decisiones difíciles. La discusión socrática se da en el espacio seguro de la fantasía, tal como el juego infantil. Los niños lo viven, como viven sus juegos, con todo su ser, y al mismo tiempo saben que no es real (como cuando juegan al lobo y corren asustados, pero riendo a carcajadas).
La discusión socrática es emocionante porque pone en conflicto dos valores, de importancia equivalente, y nos fuerza a tomar posición. Esto permite practicar el discernimiento y la responsabilidad, mientras nos atrevemos a enfrentar angustias y temores. No se vale evadir la elección buscando una tercera opción más “salomónica”, pues el reto consiste en reflexionar sobre el impacto de decisiones difíciles y cómo podrías vivir con ellas. Es un ejercicio al que no estamos acostumbrados, aunque es, tal vez, el ejercicio mismo de la ciudadanía.
Es también una herramienta muy útil para ponernos en los zapatos de líderes históricos (o actuales) que tomaron decisiones controversiales: ¿yo habría hecho lo mismo? ¿qué estaba en juego? ¿cuántas vidas afectaría mi decisión? Para eso, y planteado el tema con anterioridad, los estudiantes deben investigar material curado por su docente, buscando evidencias y argumentos que les ayuden a tomar posición y sustentarla. Ver la historia con los ojos de quienes la hicieron.
Pero para que funcione, los participantes deben acordar las reglas del juego, como ocurre en el ejercicio democrático del poder. Por ejemplo:
- Llega a tiempo y preparada(o)
- Toma una posición
- Sé concisa(o)
- No repitas lo que ya se ha dicho
- Ofrece evidencia y razonamiento
- Vincúlalo a comentarios anteriores (usa “coincido” o “discrepo”)
- Escucha con mente abierta y considera nueva evidencia
- Concéntrate y no distraigas
Imaginemos un Congreso de la República, un proceso judicial, un debate político, un directorio, una reunión sectorial o intersectorial, que siga estas reglas bien. Vuelve a leerlas. La potencia de la metodología parte tanto de la calidad de la pregunta (que no subestime a los niños) y sus opciones, como de las reglas de juego. Ellas permiten naturalizar y valorar la discrepancia, pero no la violencia, la intransigencia o la imposición. Los niños aprenden rápidamente que no hay nada de malo en decirle al amigo “discrepo con lo que dijiste” y explicar por qué, mientras muchos adultos se ofenden ante eso y ni quieren escuchar.
Y el docente socrático conduce la discusión avivando siempre la energía y la emoción, con preguntas y repreguntas que eleven lo que está en juego, pidiendo más argumentos, poniendo escenarios más difíciles. Debe hacerlo divertido. Debe ser apasionante. Un buen facilitador ve cómo los niños se arriman al borde de sus asientos, se muerden la boca con la mano levantada, esperando su turno, por momentos quizás elevan la voz y se atropellan para dar su opinión. El docente entonces los invita al orden y recuerda las reglas pactadas. Los niños aprenden a respetar turnos y procesos, a auto-regularse cuando la emoción les gana.
La discusión socrática no busca el consenso, sino el mayor debate posible. Por eso se dice que la mejor discusión socrática es la que arranca con el grupo dividido 50-50 entre A y B, y termina también 50-50 pero todos cambiaron de posición. No es porque se valora la volatilidad, sino que esto demuestra por un lado una gran capacidad de argumentación y cuestionamiento, por otro, una gran capacidad de escucha (ambos ingredientes indispensables de cualquier consenso viable). Los niños aprenden así a encontrar su propia voz y hacerse escuchar, pero también a escuchar a los demás con mente abierta y con humildad ¿Qué mejor base para la democracia y la ciudanía?
Lima, 09 de noviembre de 2018
Para citar este artículo en APA:
Kudó, I. (2018). Internalizar la ética, la responsabilidad y la compasión. Educacción, Año 4 (47). http://ow.ly/HOm030mHRgk