Alfonso Accinelli / para EDUCACCIÓN
Y hoy, parado en una esquina
lloro el tiempo que perdí:
los otros niños de allí
alcanzaron nombre egregio.
Yo no aproveché el colegio
del barrio donde nací.
Nicomedes Santa Cruz (1958)
A cocachos aprendí (La escuelita)
Todos estamos de acuerdo con que la violencia es mala, con que nuestros hijos no deben ser violentos y que vivimos en una sociedad violenta. Sin embargo, la toleramos todos los días y de muchas formas. Toleramos que la mamá dé de correazos a su hijo para “que se enderece” o porque “ya le había advertido”; que Natalia Málaga insulte y humille a las seleccionadas por “el calor del juego” o porque “ella sabe”; que los delincuentes sean golpeados porque “se lo merecen” y “ellos se lo buscaron”. La lista de ejemplos parece inagotable.
Detrás de todas estas justificaciones se esconde la creencia de que la violencia es útil para aprender: así nuestros hijos aprenden buenos hábitos, las matadorcitas aprenden a ser perseverantes y los ladrones aprenden las consecuencias de sus actos. En el Perú, creemos que el miedo es un gran maestro.
De este modo, muchos estudiantes son víctimas de violencia física, humillación y abusos por parte de quienes están llamados a formarlos. Si eres un estudiante de colegio, es casi tan probable que seas víctima de violencia escolar a manos de un profesor que de otro alumno[1]. La violencia, en sus diversas formas, se convierte en un recurso más para ejercer autoridad en el salón de clases.
Los estudios, tanto en psicología como en educación, corroboran lo que no parece tan evidente: el miedo es una barrera y un destructor del aprendizaje[2]. En realidad, nuestra propia experiencia confirma las investigaciones.
Si recuerdas aquel día en que lograste un aprendizaje que ha marcado tu vida, donde superaste un reto que encontrabas difícil, ¿involucró vergüenza o confianza en ti mismo? ¿Tenías al lado a alguien que te denigraba o te apoyaba en tu esfuerzo?
Como maestros, muchas veces defendemos el uso del miedo o la violencia para que nosotros, como autoridad, enseñemos a otros; pero no justificamos tan rápidamente su uso si nosotros somos los que aprenden.
Nuestra responsabilidad es lograr un ambiente de aprendizaje positivo para nuestros estudiantes. Para ello, es fundamental tener altas expectativas sobre la conducta de nuestros estudiantes y confianza en nosotros mismos para ejercer nuestra autoridad de forma justa y constructiva[3]. Además, debemos de mantener una política de tolerancia cero frente a la violencia escolar, venga esta de donde venga. Es nuestra obligación denunciar[4].
De igual forma, le corresponde a las autoridades continuar con la simplificación de los sistemas de denuncia[5] y las campañas de prevención[6], pero facilitando los procesos de investigación y sanción a los malos profesores, así como desarrollando estrategias específicas para enfrentar la violencia escolar de los adultos hacia los estudiantes.
Generar un ambiente de aprendizaje, respeto y cooperación en el aula es difícil; denunciar las malas prácticas de nuestros colegas lo es más. Pero si aspiramos a que la educación peruana sea una herramienta para formar una sociedad democrática, justa, tolerante y forjadora de una cultura de paz[7], no podemos elegir el camino más fácil. Nuestros niños no se merecen otros cincuenta años de lamentos por el tiempo perdido y los cocachos recibidos.
Lima, 30 de setiembre de 2015
[1] Número de Casos Reportados en el SíseVe a Nivel Nacional (15.09.2013 – 31.07.2015) http://www.siseve.pe/Seccion/DownloadPDF
[2] Hargreaves, E. (2015). ‘I think it helps you better when you’re not scared’: fear and learning in the primary classroom. Pedagogy, Culture and Society.
[3] Teach for America (2011). Classroom Management & Culture.
[4] Resolución Ministerial Nº 1073-2002-ED
[5] http://www.siseve.pe/
[6] http://siseve.pe/Seccion/DetalleNoticia
[7] Artículo 9. Ley General de Educación