Han sido días cansados, desafiantes, de idas y venidas, de mucho movimiento, de esfuerzo físico, mental y emocional. De recorrer tramos con más de cinco paradas, entre avión y carreteras zigzagueantes, de pasar del frío al calor, de las montañas de los Andes a ver las verdes palmeras de la Amazonía. No obstante, han sido días tremendamente inspiradores, de mucha conexión, humildad, vulnerabilidad, entrega, aprendizaje, satisfacción, cariño y gratitud.
El día del maestro ha sido un momento para mí de pensar qué significa ser un docente en el Perú, de comprender la magnitud y relevancia de la labor de una persona que puede encender o revitalizar el camino de otras vidas de estudiantes. Tuve el privilegio ese día de conversar con uno de mis colegas, de quién creo aprendí no solo de pedagogía, del enfoque comunicativo textual y sociocultural, sino del disfrute y cariño de enseñar, una amistad transparente y genuina que sobrevive a pesar del tiempo y la distancia. “También aprendí de ti Vane, de cómo introducir el juego, las dinámicas, lo práctico en el aprendizaje e incluso el factor tiempo. Darles tiempo a los chicos para cada actividad les permite estar activos e involucrados”.
Nuestra conversación transitaba entre cómo estamos a nivel personal, la nostalgia por las épocas pasadas, el recordar a nuestros estudiantes y el compartir nuestros actuales retos laborales. A veces es difícil separar en una conversación el plano personal del plano del trabajo cuando los retos son enormes, nos movilizan genuinamente y pensamos en quienes más nos importan porque son nuestra prioridad: las y los estudiantes y sus docentes. Así fueron pasando los minutos, entre profundas reflexiones e ideas pedagógicas y los treinta y dos grados implacables de calor, que solo los sabrosos refrescos de cocona y taperiba llegaban a menguar.
“Tengo que decirte algo que no me atreví antes a contarte”. Entre reacciones de sorpresa e intriga atiné a decir: “¡Cuéntame!”. “El último año, cuando enseñábamos, no eras la misma, estabas muy cansada, por momentos irritable contigo misma y los chicos”. Que me lo dijera cinco años después me movió y me trajo otros recuerdos. Cuando una de mis estudiantes, años después, también me confesaba que me veía agotada y que solía “renegar o quejarme” más seguido. De hecho, pienso que la carga de trabajo, los pocos momentos libres y opciones de disfrute en distintos planos de mi vida me hacía transitar entre el cansancio, la incomodidad y desesperanza.
Escucho al equipo de coordinadoras/es traer sus reflexiones, aprendizajes, conclusiones de cómo se encuentran los docentes a los que acompañan: Susan trae la voz de la maestra de Lircay (Huancavelica) “antes de estar en estos espacios sentía que tenía una mochila muy pesada sobe ella, se sentía tensa y le dolía el cuello y el hombro, que pensaba que sus estudiantes no mejoraban, que el reto es muy grande, que hablaba y compartía poco con sus colegas”. Desde Amazonas, Ericka nos dice “el profesor me ha contado emocionado que hasta en su casa lo ven distinto, más contento y optimista”. Los escucho y me pregunto ¿Qué tanto se ve, habla y acciona respecto al bienestar docente? “Renzo y Lorena, hemos visto que los maestros han estado sobrecargados y con varias actividades, así que adaptamos la estrategia de acompañamiento y pasamos a hacerlo por grupos pequeños… ¡y nos funcionó!”. Algunos maestros varones confiesan: “piensan que los hombres somos corazón de piedra, también sentimos, estamos tristes y nos cansamos”.
Cansancio y agotamiento profesional
Es mitad de año y se nota… brindar clases, realizar reportes, ver día a día desafíos de aprendizaje, dar atención a madres y padres de familia, realizar las múltiples actividades de la escuela o comunidad, asistir a las capacitaciones de la UGEL y MINEDU y otras actividades de concursos escolares hace que los docentes terminen con la energía física, mental y emocional más baja y, por lo tanto, están más propensos a enfermarse, con desánimo e incluso desesperanza respecto a su rol. Como Síndrome de Burnout o del “quemado” es conocido en el mundo de la medicina, síndrome de desgaste profesional o estado de agotamiento mental, emocional y físico que se presenta como resultado de exigencias agobiantes, estrés crónico o insatisfacción laboral.
La ENDO (Encuesta Nacional de docentes) de 2021 indica que nuestros maestros presentan casos de estrés, problemas de garganta y ansiedad como principales afectaciones en su salud. ¿Cómo esperamos que rindan, que tengan resultados, cuando la sensación de malestar general y cansancio prima? ¿de qué manera podrán activar aprendizajes significativos con sus estudiantes cuando ellos mismos no se sienten bien? De hecho, en esta misma encuesta, 57% de maestros/as indica que atender los problemas socioemocionales de sus estudiantes les es difícil. Esto quizá porque no conocen ni ponen en práctica estrategias de autocuidado, gestión de emociones u otros.
Los docentes en la mayoría de casos, tienen más de un trabajo, además, son responsables de criar y cuidar a sus hijos y sus mismos padres (adultos mayores) o atravesando procesos de duelo.
Sostener a estudiantes en el aspecto socioemocional, más cuando existen conductas violentas o historias desafiantes que vienen de casa, es algo complejo. En el tiempo que tengo trabajando en educación y conversando con docentes a lo largo del país, hay un elemento que todas las regiones comparten: la violencia, con matices distintos en cada escuela, pero el mismo desafío. Y esto se refleja en el aula y en el aprendizaje de los estudiantes. Un estudiante que se encuentra atravesando experiencias adversas en su hogar (maltrato físico, emocional y sexual, separación de padres, consumo de sustancias, problemas de salud mental en su familia, etc.) inciden directamente en la formación de su autoestima y en su capacidad para aprender. La sabiduría de los 3 cerebros lo indica, mientras nos sintamos seguros, valorados y emocionados más probabilidad de abrirnos a aprender y a transitar de lo límbico al neocortex.
El problema es individual y sistémico, debemos desaprender y reorientar nuestra mirada a priorizar los vínculos con otros, a permitirnos descansar y disfrutar, a chequear nuestra salud, validar nuestras emociones, pedir ayuda a especialistas de salud mental y a personas cercanas, practicar deporte, conectar con la naturaleza, practicar mindfullness y gratitud, hablar del tema para generar consciencia personal y colectiva.
Para lograrlo no existe una receta ni una única forma. Te invito a pensar qué es bienestar para ti, en qué momentos lo sientes, qué actividades te ayudan a estar presente, disfrutar y relajarte. Este es un camino de autodescubrimiento, de largo aliento y adaptabilidad. Es posible redescubrir ese camino, no estamos solos.
Lima, 20 de julio de 2023