Alfredo Bryce: “Espero vivir hasta escribir un par de libros más”

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Juan Carlos Soto / La República

En febrero cumplirá 78 años y dice que no tiene miedo a la muerte. Alfredo Bryce Echenique nos recibe con un vaso de vodka que contiene su siniestra mano tembleque. El escritor participó en la reciente edición del Hay Festival arequipeño. En sus tertulias se despachó con una colección de humor negro y sarcasmo que caracterizan y aligeran el drama de sus libros. Arrancaba las carcajadas del auditorio cuando los panelistas lo acorralaban con preguntas de alcoba; como buen torero esquivaba las embestidas dando la siguiente respuesta: “un caballero es desmemoriado con sus amantes”. También evocó a su padre, un hombre de disciplina casi británica que con algunas copas demás soltaba historias alucinantes. Francisco Bryce pasó 18 años como contador de un barco mercante. En esas idas y vueltas se hizo torero en España, tenor en la Scala de Milán e inquilino de una tribu en la India. Francisco era un fabulador como lo es Alfredo, quien desde la escuela cautivaba a sus compañeros con historias inventadas. Les  metía unos cuentos que ellos ya ni le creían pero quedaban prendados por su manera de contar.

Usted dijo que estudiar en San Marcos le había permitido conocer el Perú. ¿En esta universidad descubrió su vocación de escritor?

No tanto, antes de ingresar a San Marcos tenía la convicción que me dedicaría a la literatura. Lo había decidido en la secundaria. Algunos profesores me animaban mucho a escribir pero yo no escribí una línea desde que me fui del Perú, ni siquiera el poema de amor de juventud. Primero le di el gusto a mi padre, quería que sea abogado, a él eso le servía como una seguridad. De la casona de San Marcos salí corriendo a la clínica Internacional donde él estaba enfermo (un mal del cual moriría) llevándole el diploma de abogado.

Pero usted ya en el colegio ficcionaba. La Esposa del Rey de las Curvas es un cuento suyo inspirado en esas épocas. Él admite que era animador de los recreos. Les hacía creer a sus amigos del Inmaculado Corazón muchas mentiras. Que su padre era Arnaldo Alvarado el campeón de automovilismo peruano. Cuando este perdió el título frente a Henry Bradley, Alfredo cambió de cassette. Había un malentendido, su padre no era Alvarado, sino Bradley, por eso su similitud con el apellido Bryce, les hizo creer.

 A inicios de la revolución cubana Fidel Castro atraía mucho la atención de los escritores. En el caso suyo, ¿cómo se germinó esa amistad?

Los cubanos tenían una lista negra de los escritores que no deberían pisar la isla por distintas razones políticas. Una vez me encontré con González Retamar, presidente de la Casa de las Américas. Entonces le dije que invitaban a medio mundo menos a mí. Me respondió que tenían una lista de “los no gratos” y en ella estaba yo. No sé quién demonios te puso ahí- le dijo González- pero yo me encargo de que vengas. Llegué a Cuba cuando había pasado de moda. Mi amistad con Gabriel García Márquez también influyó en la amistad con Fidel Castro, luego él me invitaría varias veces, una vez a navegar y otras veces a acompañarlo a recibir algunos visitantes. Una vez llegó la madre Teresa de Calcuta…

La madre Teresa de Calcuta, que ahora forma parte del Santoral Católico.

(García Márquez tenía que acompañar a Fidel a esa reunión)… Gabo me dijo que no le provocaba ir y fui yo. Fue la entrevista más grotesca de mi vida. No abrí la boca, era testigo. Recuerdo que en la cita estaba Fidel, la monja y los intérpretes. El comandante Castro le dijo: usted es una perfecta marxista-leninista, le dio al pueblo lo que es del pueblo. La monja, mediante el intérprete, respondía que todo lo hizo por amor a Dios. Fidel insistía: no fue por amor a Dios, sino porque usted es marxista-leninista. Así se la pasaron en la reunión. Después Fidel me manifestó, ¡mire, Alfredo, es la primera vez que me visita una santa!

¿Fidel fue un dictador, un sátrapa?

Era un dictador pero tuvo algo más, un aura, luego viene la crisis y la gente se desilusiona por las crisis, las persecuciones. Yo había escrito el primer tomo de mis memorias y lo ponía tal cual, pero nunca me censuraron. Estaban orgullosos de lo que ponía de Cuba. Uno de mis últimos viajes a la isla lo hice en 1990. Estuve de profesor en la escuela de Cine de García Márquez.

¿No se peleó con él como lo hizo Vargas Llosa?

No… Pero claro, él se volvió cada vez un tirano. Yo no viví esa tiranía pero artistas cubanos me criticaban, me decían que estaba con Fidel, no se aprecia aquí que una persona tan sencilla como tú esté metida (sic)… En el noventa yo cumplí con mi trabajo y no he vuelto, aunque hace dos o tres años, acompañando a mi esposa, volví.

“Imprima, no deprima” es una de las frases célebres que marca su literatura y eso me lleva a hablar sobre sus depresiones. ¿La escritura lo salva de este cuadro o lo hunde?

A mí no me ha ayudado la depresión, sino la literatura misma; hay seres en la vida que tienen depresiones y otros no. Ahora estoy pasando un periodo bastante bueno, en cambio, no escribo nada y no tengo una depresión, bebo tranquilamente, hago lo que quiero, disfruto mucho del Perú, espero poder volver a escribir. Tengo idea de dos libros, unas memorias y una novela.

¿Más memorias? Ya tiene dos tomos…

Quiero un tercero y ahí muere el payaso. Son recuerdos que se irán hilando. Yo siempre trato de ser fiel al recuerdo.

Hablando de las depresiones, hay una novela suya muy densa, Reo de nocturnidad, que tiene como personaje principal al profesor Maximiliano Gutiérrez, un profesor insomne, depresivo. Refleja algo muy personal.

En el fondo soy muy autobiográfico, luego invento cosas… Tuve que seguir un tratamiento, estuve hospitalizado porque no dormía nunca y el día que no fui a dar clases casi me muero (Bryce era profesor en Francia). Me subió mucho la presión. El médico pactó conmigo en mandarme a la universidad en una ambulancia y con una enfermera que se encargaba de medirme la presión.

Si su literatura tiene rasgos de mucha tristeza, ¿el humor y la ironía la salvan?

Yo siempre he dicho, hay que escribir con humor para que duela menos. Mis propuestas son muy tristes y dramáticas, el humor las salva. Y eso también me sirve para enfrentar la vida. Todo eso viene de mi inconsciencia.

Los libros de los escritores envejecen. ¿Qué textos le gustaría que sobrevivan?

Un mundo para Julius, La vida exagerada de Martín Romaña, No me esperen en abril y las antimemorias.

Un mundo para Julius es uno de sus libros más celebrados y del cual se viene haciendo una película.

Lo hace Rossana Díaz Costa, le han dado una buena noticia en Argentina que le permitirá conseguir dinero. Ella es muy seria, hizo una bonita película, Viaje a Tombuctú (Debe empezar a rodarse el próximo año).

A muchos escritores no le gusta cómo quedan sus obras plasmadas en el cine, García Márquez era muy insatisfecho en ese sentido.

El Gabo no tuvo mucha suerte con el cine. En mi caso ya se verá cómo lo recoge la sociedad.

Usted sostenía que el Perú es un puñado de países y amigos.

A medida que pasan los años en eso se convierte la tierra, en unos amigos y unos paisajes.

¿Y qué piensa del Perú actual?

Ahí tienes al fujimorismo haciendo la vida imposible, juego sucio siempre. Espero que el gobierno de PPK llegue a consolidarse.

¿Es optimista del Perú? Siempre los escritores tienen una relación de amor y odio con sus países natales.

Yo no, el país mío es de amigos y paisajes y contra eso no se pelea. Y el resto, lo he visto como cualquier otro peruano, el tráfico de las ciudades. Pero en general sí soy optimista.

¿Tiene miedo a la muerte? Fernando de Szyzslo sostiene que él ha sido muchas veces tocado por esta.

Empezaron a morir algunos amigos, había dos que yo quería muchísimo, amigos de la infancia. La muerte es definitiva, yo no soy creyente, no me planteo esos problemas. Cuando habrá, habrá, cuando será será. Espero vivir hasta escribir unos libros y entregarme al disfrute de mi país y los amigos.

¿Desde cuándo es agnóstico?

Siempre, de chico era muy religioso, estuve en un convento estudiando para sacerdote (Chaclacayo); eso hacían los curas con los niños que ocupaban los primeros puestos, pero no duré. Las monjas del colegio primario donde había estudiado me enviaron una cantidad bárbara de chocolates que yo, con profundo espíritu cristiano, no repartí a nadie; me dio un empacho horrible y me tuvieron que llevar a Lima. Ahí mis padres me dijeron si quería ser sacerdote, disfruta de la vida, hay buenas chicas, me dijeron. Regresé al convento y me volví muy autocrítico y luego lo abandoné. ♣

Fuente: La República / Lima, 18 de diciembre de 2016