Mónica Muñoz-Nájar Gonzales | GESTIÓN
Cuando sabemos o sospechamos que tenemos alguna enfermedad, vamos al médico. Dependiendo de los síntomas, serán necesarios diversos análisis para poder determinar un diagnóstico y definir un tratamiento.
La educación del país está enferma, fue atacada por la pandemia que nos obligó a iniciar un esquema remoto para el que la inmensa mayoría de colegios no estaba preparada, esquema que se sostuvo a pesar de que ya había evidencia internacional de que se podían abrir las escuelas hace meses.
Tenemos una idea de los efectos de la enfermedad que sufre la educación: estudiantes que, a pesar de haber sido promovidos de año, probablemente no tengan las competencias y conocimientos para el grado en el que supuestamente están. Además, muchos estudiantes no han podido desarrollar sus habilidades sociales o han experimentado situaciones muy difíciles en sus hogares que han afectado su desarrollo socioemocional.
A cada colegio llegarán estudiantes que sufrirán más o menos de estos efectos y dentro de cada salón se tendrán estudiantes más o menos afectados. Expertos han llegado a señalar que la mayoría de docentes tendrán que enfrentarse a aulas del tipo “multigrado”. ¿Se imagina el lector lo que será enseñar en un aula de 30 alumnos donde unos tienen un nivel de 3er grado, otros de 4to grado y otros de 5to grado?
Faltando un par de semanas para el inicio de clases, el Ministerio de Educación no ha dado cuenta de cuál será la estrategia para atender este problema. La evidencia internacional señala que se requiere que los profesores diagnostiquen a sus estudiantes y ajusten su plan de clases como corresponda, pero no cuentan con guías ni un acompañamiento del Ministerio para hacerlo. También se requieren programas de recuperación y extensión de las horas de clase, pero muchos colegios atenderán en horarios reducidos y de forma semipresencial, tampoco hay un plan del Ministerio para atender esta necesidad.
Y más allá de esto, se requiere que el sistema educativo tenga una medición urgente de su estatus. Nuestra última evaluación censal (ECE) se dio el 2019, otros países como Brasil e India hicieron el esfuerzo de seguir midiendo los aprendizajes de sus estudiantes en plena pandemia porque ¿cómo si no se pueden adecuar los esfuerzos de la educación remota? En nuestro caso se gestionó sin información. Para este año, el Ministerio ha programado evaluaciones muestrales en primaria y secundaria para el mes de noviembre, cuyos resultados estarán en el primer trimestre del próximo año. Es decir, se contará con información limitada y tardía.
Sorprende que el MINEDU no entienda el sentido de urgencia que debe tener para atender la emergencia educativa. Las escuelas son el principal mecanismo para igualar oportunidades, pero ya antes de la pandemia teníamos una educación que no lograba que todos los estudiantes aprendan lo mínimo y era muy desigual, siendo los estudiantes más pobres los más afectados: al 2019 solo el 37.6% de estudiantes de segundo de primaria tenían un nivel satisfactorio en comprensión lectora, en zonas rurales eso era 16.7% comparado con el 39.8% de zonas urbanas, y en niveles socioeconómicos muy bajos era 25.6% cuando en niveles altos es 60.7%. Con el shock de la pandemia la desigualdad solo se agravará, pero ¿cuánto? ¿dónde? Necesitamos la mejor información, urgente y detallada para que se puedan tomar medidas. Recuperarnos de este shock tomará años, pero si andamos ciegos, se corre el riesgo de que no se recupere nunca.
Solo con un buen sistema educativo el país puede sostener un crecimiento en democracia en el largo plazo. Esperaríamos que en el gobierno de un profesor de escuela pública, la educación sea una prioridad. Pero a siete meses de gobierno y faltando días para iniciar las clases, es decepcionante saber que estaremos andando a ciegas y las oportunidades iguales para los estudiantes peruanos se ven cada vez más lejos.
Originalmente publicado en Diario Gestión el viernes 04 de marzo.